Ƹ̴Ӂ̴Ʒ : Capítulo 12

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Ƹ̴Ӂ̴Ʒ  Capítulo { 12 } Ƹ̴Ӂ̴Ʒ 

Oliver

Cuando se vio obligado a salir de la casa de Birdy, se mantuvo quieto por un momento para recuperar el aliento. La ira que cargaba crecía a medida que el tiempo pasaba, y éste corría tan rápido que apenas llegaba a darse cuenta en qué momento había pestañado. De alguna forma, deseaba ponerle fin a todo esto. 

Los métodos que se le ocurrían, no podían considerarse positivos del todo. 

Caminó hasta un pequeño puente, apoyó sus brazos en las barandas y observó el atardecer. El aire fresco raspaba sus mejillas y provocaba que los mechones de su cabello se moviesen. 

—Salta. 

A su lado, su eterno enemigo. En este momento, el mar se hallaba tan tranquilo que apenas le importaba que Martín lo provocase. Volvió su mirada y apreció la forma en la que el sol se escondía. Mientras, el agua se encontraba con las rocas en un abrazo intenso. 

—No te daré el gusto de que me veas caer —le respondió incluso cuando no sabía desde hace cuánto tiempo Martín estaba junto a él. Probablemente lo había seguido. 

—¿No estás harto de todo esto? 

—Lo dice el que hace unas horas estaba reprochándome que tenía una hija. 

Martín escondió su mirada, dejando que el viento revuelva su cabello. Traía los hombros caídos, como si se encontrase en el mismo estado que Oliver. El tono de su voz, su postura y sus gestos lo delataban tanto como un niño. 

—¿Sabes? No sirvo para ser un villano. Birdy ha de odiarme. 

—No le he contado sobre lo que pasó a la salida de la escuela. 

—Eres un buen chico, Oliver. 

—Soy egoísta. Aunque no lo diga, en este momento y si me diesen un arma, te mataría. Porque la quiero a ella a mi lado. 

—Escuché que si ella se queda a tu lado, morirá. 

—Por eso, porque aún cuando sé eso quiero que se quede conmigo.  

—Oliver, salta. 

—Ya te he dicho, no te daré el gusto. 

—No tendré el gusto porque saltaré contigo. 

—¿Qué demonios estás diciendo, Martín? ¿Te das cuenta…? 

—Si tú no saltas, entonces yo lo haré. Estoy cansado de todo esto.

—Oye, espera… 

Martín apoyó sus pies en la baranda y se dio el impulso para subirse, miró el mar y las rocas porque sabía que moriría junto a ellas. Pensó que era horrible morir con el uniforme puesto, con la camisa pálida y con los zapatos de cuero que jamás le gustaron a su madre. 

El violonchelo de su abuelo resonó en su cabeza. Y miles de imágenes personales que jamás había contado flotaron en su mente y no tardaron en sincronizarse con palabras y frases que alguna vez lo habían alentado a vivir. 

En el bolsillo de su camisa, una fotografía que reflejaba la amistad que existía entre Birdy y él. Pero después de eso, nada más. 

Tan solo unos segundos sus zapatos comenzaron a despegarse de sus pies, cayendo a la par. 

Oliver se acercó a la baranda, se estiró tanto que pensaba que podría caer también. Con brusquedad su mano alcanzó el brazo de Martín. Estaba ayudando a su enemigo, podría soltarlo y dejarlo caer. 

—¡Suéltame, idiota! 

—¡No entiendo, aún cuando tú tienes más oportunidades de quedarte con ella! ¿¡Por qué todo esto!? 

—Me rindo. 

Oliver intentó subir a Martín, pero este intentaba zafarse de su mano que ya de por sí se encontraban sudadas de los nervios. Se ayudó con su otro brazo pero este no bastaba con los caprichos de Martín. 

—Por favor, Martín. Podemos arreglarlo, Birdy no podrá con todo esto si tu mueres. 

—Te tiene a ti así que no me importa. 

—¡MALDITO! ¡SI QUIERES MORIR NO LO HAGAS FRENTE DE MI! —exclamó Oliver, trabó sus pies en las barandas verticales del puente e intentó otra vez con todas sus fuerzas. 

—¿Puedes decirle a ella que la amo? ¿Puedes contarle que me gustó desde el primer día en que la vi? ¿Qué odié cuando le rompiste su accesorio para el celular porque me tomé horas para elegir el que le regalé? —dijo Martín mientras lloraba sin cesar. 

—Esto no es una película, estúpido. Por favor, aférrate bien. 

—Si no lo es, entonces muere conmigo. El protagonista y el antagonista nunca mueren juntos, ¿verdad? 

Martín se aferró al brazo de Oliver y lo empujó hacia el vacío, junto a él. Los pies de Oliver ya no se encontraban en el suelo, sino que volaba. O eso era lo que él sentía. Como si Dios le otorgase alas solo para disfrutarlas dos segundos de lo que le quedaba de su vida. 

Los dos continuaron cayendo. 

—Es un empate, ¿cierto?  —consiguió decir Martín en poco tiempo. 

Un sonido. Luego de eso, nada más. 

Mariposas blancasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora