Ƹ̴Ӂ̴Ʒ Capítulo { 15 } Ƹ̴Ӂ̴Ʒ
Oliver
Mientras se disponía a caminar por las calles notó que cada negocio estaba decorado con objetos llamativos, la mayoría de color escarlata. Se detuvo frente a un hombre macizo que parecía estar disfrazado: llevaba una larga barba blanquecina y vestía un traje colorado. Sobre su hombro cargaba una bolsa y con su mano derecha repartía folletos mientras cantaba alegres canciones.
Oliver se detuvo frente a él, aún sin tomar el papel que éste lo ofrecía. Birdy y Martín, ya adelantados se voltearon para hablar con él; sin embargo, el chico albino estaba a unos cuantos metros de ellos mirando fijamente al adulto.
—Oh… —sonrió el señor disfrazado—.¡Feliz navidad!
—¡Oliver! —exclamaron sus dos amigos corriendo hacia él.
—Hoy es… ¿24 de diciembre? —susurró y miró a Birdy. Ella asintió.
Miles de recuerdos flotaban en su mente como partes de una vieja película. Fuegos artificiales, brindar, abrir regalos… Todo lo hacía con sus padres. Aún podía recitar las propagandas de aquella época que pasaban por la televisión, o describir el aroma de la comida que preparaba su madre.
Y después, su padre… Él no estaba muerto. Tenía por seguro que esa persona seguía por la calle, tal vez lo buscó alguna vez. ¿Y si él lo había olvidado por completo?
Birdy lo abrazó y lo ayudó a seguir camino hasta la heladería. Pero Oliver lucía exhausto, como si no hubiese dormido en toda su vida.
Pasó la palma de su mano por el brazo de ella. La observó temeroso, sin saber cómo preguntárselo…
—¿Mi padre me ha... visitado alguna vez?
—¡Oh, Oliver! La madre de Birdy ha preparado un montón de cosas deliciosas, debes probarlas —dijo Martín intentando cambiar de tema—. ¡Hasta hace pasteles riquísimos!
A pesar del repentino cambio de tema, Oliver no despegó la vista de los ojos de Birdy. Aguardando por una respuesta que no sabía si estaba mezclada con mentiras. Se mantuvo persistente ante ella hasta que la muchacha se cansó.
—Sí.
—¡Birdy habíamos acordado que no le diríamos nada! —intervino Martín enojado.
—Cuando vino al hospital lo único que hizo fue estar a tu lado disculpándose por abandonarte de esa forma.
—Quiero verlo… Ahora… ¡Quiero verlo! ¿Dónde está?
—Volvió a reconstruir tu casa, Oliver.
—Está en casa… Él… —repitió incrédulo y poco a poco una sonrisa apareció en su rostro.
Oliver se echó a correr. No paraba de llorar pero eso era un asunto que atendería más tarde, cuando se reencontrase con su padre. No importaba cuantas cuadras los separasen, estaba seguro de que continuaría corriendo y acortando la distancia. Si las piernas le dolían, seguiría hasta desmayarse.
Sin saberlo, el clima navideño le regalaba un rayo de confianza aún cuando hace apenas un rato acababa de abrir los ojos.
Y cuando llegó, su casa era totalmente diferente pero no imposible de reconocer. Lucía colorida y en el jardín delantero se presenciaba todo tipos de flores. Primero no se animó a tocar el timbre pero luego lo hizo. Una mujer adulta le abrió la puerta, llevaba un delantal florido y su cabello castaño atado en un rodete. Tenía la cara redonda, sus ojos eran verdes y claros. Hermosa.
—Oh, un albino… —exclamó sorprendida, tapó su boca con su mano—. Lo siento, no debería reaccionar de esa forma…
Oliver no entendía de qué forma reaccionar. Por su puesto, aquella era su casa y no había que le dijera lo contrario. Pero Birdy le había dicho que su padre estaba reformando su casa, y éste era su único hogar.
—¿Usted ha comprado esta casa?
—Yo no soy la dueña, espera un momentito…¿sí? —la sonrisa de aquella mujer irradiaba calidez, se sentía verdadera—. ¡Roger, querido! ¡Hay un chico preguntando por el propietario!
Roger era el nombre de su padre. No podía ser. ¿Se había vuelto a casar luego de lo que ocurrió con su madre?
Ya no pudo mantener una sonrisa, ni siquiera mover alguna parte de su cuerpo porque estaba congelado. La calidez que le había brindado la señora se había esfumado.
—¿Sí? —vio asomarse a un hombre albino. Mientras caminaba arrastrando los pies acomodaba sus lentes. Reaccionó al igual que Oliver al verlo—. Tú…
—Papá.
La mujer los miró a los dos con lágrimas en los ojos. Parecía saberlo todo.
Roger se abalanzó sobre su hijo y lo apretujó con abrazos, comenzaron a llorar. Oliver apretó la camisa del hombre y reposó su cabeza en su hombro, dejó que las lágrimas se resbalasen por sus mejillas. No pudo reprimir toda esa clase de sentimientos que había tenido guardado durante años.
—Mi niño… —exclamó su padre acariciándole el cabello.
—¡Te odio por haberme dejado! —gritó Oliver mientras le daba suaves golpecitos en la espalda—. Pero sigo queriéndote… Soy un idiota.
—Lo siento… Cuando terminé de pagar todas mis deudas. Cuando logré tener una buena vida y regresar al país para hacerte feliz, me avisaron que estabas hospitalizado desde hace años… Y tuve vergüenza de volver.
—Yo sólo te quería a mi lado… ¿¡Sabes cómo tuve que afrontar la pérdida de mi madre sólo!?
—Lo sé… Hace un año acabé de enterarme. Lo siento, hijo. Lo siento. Haces bien en odiarme. Soy un estúpido.
—¡Te odio! Pero aún de esa forma, me permito quererte. Te necesito en mi vida papá…
Cuando Martín y Birdy llegaron a la casa, se encontraron una gran escena en la puerta de entrada. Allí estaba Oliver y su padre abrazándose como si nunca se volviesen a separar.
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Mariposas blancas
RandomBirdy descubre todo su futuro gracias a extrañas fotos que aparecieron en su cámara: conoce al chico con el que se casará, y sabe con qué trabajo ganará un buen sueldo para mantener a sus dos hijas. Con quince años su vida se convierte algo aburrida...