Bok

4.5K 743 549
                                    

Años después...



Podría ser peor, lo sabía.

Pero no le gustaba ese lugar. Habían pasado nueve años desde que lo arrancaron de su bella isla. Seguía sin entender las razones, seguía preguntándose "¿Qué hice mal? ¿soy indeseable? ¿Por qué ya no me quiso?"

Viggo no envió un mensaje, no llamó, no nada.

El señor Frederick era amable y comprensivo, pero sus hijos no. Eran cuatro bravucones que podrían estar citados en algún libro de terror. La única persona que los mantenía a raya era la linda señora Ofelia. Pero ella no estaría para siempre, hace un año un ataque al corazón la separó de él.

Su "hogar" era humilde, justo como antes, pero menos acogedor. Pasaba las tardes después de la escuela en el muelle, explorando el bosque o ayudando al señor Turner a cortar sus rosas. Hace una semana consiguió un trabajo, en una cafetería, frente a una biblioteca vacía — sobretodo porque el bibliotecario era un viejo ermitaño que odiaba a todo el mundo —. Esos eran sus días: escuela, trabajo, infierno.

Quizá eran sólo las exageraciones de un adolescente.

Ayer pescó un resfriado, que disimuló muy bien con un cubre-bocas. O al menos eso creía. Hanna, su jefa, le escuchó estornudar mientras hacía un americano para el hombre solitario del rincón.

— ¡JiMin! ¿Eso que oí fue un estornudo?

— No, fue un elefante en un monociclo — murmuró por lo bajo, echando el café en la taza.

— Toma el día — ordenó Hanna, más preocupada por la fama del lugar que por JiMin. Siempre con una mano en la cintura —. Y no regreses hasta que tus gérmenes se hayan ido. No quiero que se hagan rumores sobre nuestra higiene.

— ¿Huh? Señora Hanna, no, por favor... no quiero estar en casa.

— No te quiero esparciendo enfermedad en mi cafetería. ¿Por qué no vas a leer un libro? Yo le avisaré a tu padre.

— El señor Frederick no es mi padre — protestó con su voz mormada.

— Sí, sí, como digas. Ahora vete porque me das ansiedad, muchacho.

JiMin se quitó el delantal y el gorrito. Si así es como se sentía un policía destituido, era horrible. Abandonó la cafetería cabizbajo. No quería ir a su casa, no en martes, que era día de cervezas. Quizá debería intentar caerle bien al viejo de la biblioteca — contando que la última y primer vez que entró ahí, le jalaron la oreja — y quedarse hasta que anochezca, o recoger algunos libros y hojearlos en su habitación. 

Hacía frío afuera, como siempre, la lluvia estaba cerca. Estornudó tres veces antes de llegar al otro lado de la calle.

La gran y vieja puerta de la biblioteca estaba semi-abierta, supuso podía pasar. El roble crujió como la leña en la chimenea, así como el suelo bajo sus pies, despidiendo un aroma a viejo.

No había nadie excepto una niña que tenía la nariz metida en Criaturas y Cuentos del Mar. Algunas lámparas de luz ámbar alumbrando los estantes, escaleras y sillones. El candelabro se mecía sosteniendo velas apagadas, consumidas hace años.

— Uh... ¿buenas tardes? — dijo, pero ni siquiera la niña le hizo caso.

Bien. Eso daba miedo. Puede que la niña en realidad fuera un fantasma de alguien que el viejo ermitaño mató y esperaba a que gente viniera para estrangularles y...

— ¡Hola!

Dio un brinco. Estaba a punto de salir cuando escuchó que alguien habló. Pero no veía a otra persona. Y fue la voz de un chico ¿la niña podría ser...

The Song of the Sea || KookMinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora