Mac Lir

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Frederick ya era algo viejo, un poco despistado también

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Frederick ya era algo viejo, un poco despistado también. Pero no olvidadizo. Prometió hace años cuidar a JiMin como si de su vida se tratase. Cuando se enteró de que JiMin no había regresado a casa en días, temió por lo peor.

Sus hijos lucían despreocupados, comiendo chatarra porque ya nadie cocinaba cosas comestibles. Pero él no. La noche de Halloween, cuando los búhos estaban alterados, subió a su bote pesquero, decidido a encontrar al nieto de Viggo. Ran, la diosa de los pescadores y madre de JiMin, le había salvado la vida dos veces. No podía dejar morir al niño en el caos de la noche salvaje.

Navegó por horas. El mar picado de la madrugada movía su bote como a un juguete. La campana en la cabina de control se mecía como loca de un lado a otro. Las olas golpeándolo sin piedad. Una de tantas veces que se levantó del suelo, al alzar la mirada, logró ver a dos perros blancos correr sobre las marea; montándolos, a JiMin, acompañado de un chico y un zorro.

Iban hacia la isla de Viggo.

— ¡Hey! ¡JIMIN! ¡Hey! — gritó con todo lo que sus pulmones podían. El agua helada congelaba su voz también.

No lo escucharían con el sonido de las olas. Se apresuró a llegar a la cabina de mando, donde, se inmediato viró el timón, ruta hacia las Islas Feroe. Rompió la marea, siguiendo al par de perros. En las islas todas las luces estaban apagadas, la gente no salía cuando el mar estaba furioso. No desde que Viggo los dejó.

Frederick observó cómo los perros bajaban a JiMin y compañía en el muelle. El chico alto que acompañaba a la selkie miró hacia el poblado para buscar ayuda, pero nadie cruzaba por ahí, menos con el sol escondido. El marinero arribó al puerto, anclando el bote. Saltó desde el estribor, acudiendo con prisa a donde JiMin se aferraba con fuerza a su caracola.

— ¿Tú quién eres? — gruñó al chico extraño, inclinándose para mirar a JiMin — ¿Cómo demonios llegaron aquí?

— Eso no importa — respondió aquél —. Si lo conoce y llegó hasta aquí, debe saber qué hacemos. Seguro es Fred. Debe ayudarme a encontrar la piel de JiMin. Macha dijo que...

— ¡¿Macha?! ¿Han ido a con ella?

— Uh, bueno, sí, claro que sí — una ola golpeó el muelle, haciéndolos inclinarse.

— Y le creíste. ¿Eres idiota? — gruñó Frederick, haciendo ademán de cargar a JiMin para llevárselo de vuelta al bote.

— Si usted es estúpido, entonces no me crea — replicó Jeongguk, adelantándose al marinero; tomó a JiMin entre sus brazos. Las motitas de luz los estaban guiando a algún lugar —. Debería regresar, le puede dar un catarro.

Nadie le hablaba así a Frederick, ni siquiera sus hijos. Por eso mismo decidió acompañarlos. No confiaba en nadie tan despreocupado. El hombre adulto se levantó en seguida, tras los pasos de Jeongguk. El mar rugía de fondo, abriendo paso a una inminente catástrofe. Los tres y el zorro avanzaron hacia el poblado, siguiendo las luces guías.

The Song of the Sea || KookMinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora