Torden

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Dos semanas después.

— Ya les dije que odio el huachinango.

Trom, Grey, Hall y Sigurd, los hermanos pesadilla, dejaron un balde lleno de huachinangos en la mesa de la cocina. Se suponía que JiMin hacía la comida y después ellos tragaban apenas dejándole algo. Sólo a ellos les gustaba ese plan. Fred jamás comía en casa, no podía defenderlo.

— ¿Quién dijo que tú comerás, sabandija? — mofó Grey, abriendo una lata de cerveza arrumbada en la nevera — Tú los destriparás, limpiarás y harás todo lo demás, nosotros lo comemos. Es simple, ¿no? 

— A menos que tu cerebro de foca no lo entienda — "burló" Hall, echando su gordura sobre el sillón.

"Ni siquiera saben hacer insultos" pensó JiMin, mientras abría los huachinangos. Llenó otro balde de viseras, que apestaba. Limpió y cocinó. Sencillo. Todo mientras escuchaba las risas caóticas de los hermanos, que miraban una básica serie norteamericana.

En el momento que vaciaba el pescado de la sartén, por accidente, su codo golpeó el bote de sal, que cayó sobre la mesa. Tuvo una idea.

Terminó de servir el pescado sobre los platos, adornó bien, con vegetales. Y cuando quedó del todo lindo, abrió de nuevo el pescado frito y echó cucharadas de sal en cada uno. Su ego reía a carcajadas silenciosas. Acomodó los platos sobre la mesa, viéndose presentable.

— Ya está su comida — avisó, lavándose las manos con limones y después jabón.

Los hermanos no dieron ni gracias. Apenas ellos se sentaron, él buscó su ruta de escape. Lástima que se demoró demasiado. En cuanto Trom probó bocado, sus hermanos advirtieron que algo anda mal. Sí, se dieron cuenta de la sal excesiva de inmediato. Y JiMin apenas había logrado caminar a la sala.

— ¡Tú, inútil! ¡Ven acá! — rugió Grey, golpeando la mesa con un puño. Oh, todo un ridículo.

— ¡No! — le gritó JiMin, corriendo a la ventana medio abierta de la sala. Él podía escapar por ahí si contenía la respiración.

Pero Grey lo encontró antes. Sintió su corazón latir a mil por hora; no lo golpearía esta vez. Se apresuró esquivando los muebles viejos, y saltó un sillón que le ayudó a subir al alféizar. Con esfuerzo subió la ventana, atorada con suciedad. Grey alcanzó a agarrarse de su pie, pero JiMin, con el susto, le pateó la cara accidentalmente. Eso le dio tiempo para zafarse y salir a la calle. Para eso, los otros tres orcos ya estaban corriendo hacia él.

JiMin tenía una ventaja grandísima: era pequeño y rápido. Logró escabullirse en las callejuelas de remolques y casas a punto de caerse. El atardecer dejando caer la noche le dio la oportunidad de clamuflarse con la luz anaranjada. Corrió y corrió hasta que los gritos de sus "hermanos" dejaron de escucharse.

Parecía un perro nauseabundo cuando llegó a la parte bonita de Oslo.

Y no tenía ni idea de qué hacer. Si iba a su trabajo su jefa lo sacaría a patadas por estar tan sudoroso. Si iba a su escuela, nadie le abriría. Tampoco podía ir con sus vecinos porque lo hallarían rápido. ¿Al mercado? Jamás. Había cucarachas.

Sólo tenía una opción. Y el estómago se le hizo un nudo al pensarla.

Mientras caminaba por las frías calles de Oslo, cada vez con menos luz, pequeñas lágrimas bajaron por su rostro. Él no necesitaba nada de esa mierda. Pudo vivir tranquilamente en su pequeña isla. Pero su abuelo ya no lo quiso. Al diablo con él.

Tomó las calles más solitarias para poder llorar. Las gotas de agua incandescentes caían al suelo, formando pequeñas perlas. Cuando pasó su mano por sus mejillas, el agua iluminó la piel. Odiaba sus lágrimas, odiaba llorar. Llorar era malo.

The Song of the Sea || KookMinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora