XXVI

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 Antes fue más fácil saber que tenían que hacer, pensaba Nuria mirando el extenso patio de su casa, sentada en un mantel, aburrida, ya había leído tres libros, no sabía que hacer, estaba muy quieta, ella odiaba estar quieta.

 Comenzó a pensar en Magda, en que podría estar haciendo, a ella le gustaba la tranquilidad, siempre fueron tan diferentes. Había llegado a una clase de dependencia de su amiga desde el tiempo que están ahí, casi no se acordaba de su familia, pensaba en si su existencia se borró totalmente, o si las estaban buscando, realmente no tenía consciencia del tiempo que estaban allí.

 A lo lejos oyó que la llamaban, levantó la vista, luego, con toda la paz del mundo comenzó a levantarse. Estar quieta la hacía tener los mismos reflejos que una babosa, muerta, para dar una idea.

 -El señor Gonzalez la vino a visitar.- dijo el mayordomo guiándola a una sala, donde recibían a las visitas.

 Nuria entró, no sabía quién era, como se llamaba, estaba nerviosa de quedar en evidencia.

 Era un hombre alto, flaco, su rostro no era ni muy bello, pero tampoco feo, normal, muy delicado y cuidado, emanaba tanta pulcritud que la intimidaba.

 El hombre que la llevó allí cerró la puerta detrás de ella para dejarlos solo, algo que la impresionó un poco, por lo general no se dejaban a damas y caballeros solos.

 -Ah pasado tanto tiempo.- dijo el joven delante de ella con notable felicidad, y luego comenzó una gran historia mientras se movía por toda la sala, hacía muchas expresiones, verdaderamente podría sentarse horas a escucharlo.

 En un momento el se sentó a su lado, ahora serio, le tomó su mano y la miró a los ojos.- tengo que confesarte algo pajarita.- Nuria entrecerró los ojos, que apodo tan espantoso.- yo...- era la primer vez que no encontraba las palabras.- creo que soy un desviado.- en el lugar se torno un silencio incómodo.-me gustan los hombres.- dijo en un tono más bajo.

 Nuria suspiro con calma, por un momento pensó que le iba a decir que mataba gente o que era pederasta, pero no homosexual.

 -Ah.- fue su única respuesta, hasta entender el contexto.- AHHHHH.- gritó levantándose.- Oh no, ¿qué piensas hacer?, espera espera, iremos con Magda. No, mejor no, ¿quién más lo sabe?.- 

 -Solo tú.- Alán solo la miraba.- juro que no puedo cambiarlo.- sonaba preocupado.- yo traté tanto tiempo.- 

 -No lo puedes cambiar, y será difícil ocultarlo.- 

 ***

 Magda recibía constantemente cartas de hombres invitándola a salir, flores, escuchaba a su madre chillar de felicidad.

 Pero no era malo, en realidad se divertía mucho leyéndolas y riendo de lo cursi que llegaban a ser, nunca pensó que sería tan popular, aunque seguro era por su padre, al tener un gran título, se suponía que ella tendría una gran dote y la mitad de esos hombres buscaban eso.

 Como se aburría comenzó a recorrer lo que era su hogar, había tantas habitaciones, con muebles innecesarios, o directamente vacías, pero una le llamó la atención.

 Era una clase de museo de esculturas, había de todo tipo, muchas, la mayoría eran de hombres, diferentes poses.

 Estaban perfectamente talladas, muy suaves, abajo tenían diferentes nombres, algunas eran lo mismo, pero en otras fechas, no podía saber a que se referían.

 -¿Qué haces aquí?.- escuchó una voz masculina desconocida detrás de ella.

 -Estaba viendo las esculturas.- respondió con calma mientras se giraba.- ¿No puedo?.- pregunto rebajando al hombre, no era viejo, pero debía tener unos treinta o más años, era morocho, tenía su estatura.

Atemporal: encuentro con el pasado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora