17.-Primer movimiento

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Atem caminaba por los pasillos del palacio egipcio, el sol entraba a raudales entre los pilares, pero él no le dedicó una sola mirada al paisaje a su lado, donde el Nilo corría con esplendor y las orillas se llenaban de juncos y otras plantas. Toda la gloria de la civilización, los mercados, la gente que iba y venía, la construcción de su tumba, nada sacó al futuro faraón de sus cavilaciones. Él llegó hasta el salón del trono con la capa ondeando al viento y subió hasta ocupar su lugar, sentándose a sus anchas en medio de Mahad y Aknadin, quienes ya esperaban por él.

Cuando era joven no pudo presenciar los juicios que los sacerdotes realizaban a las personas que atentaban contra el palacio o contra su padre, la primera vez que vio un juicio de exorcismo fue cuando su padre cayó en cama y él debió ocupar el lugar en el trono de forma provisional, esperando el momento en que su padre se recuperase para tomar de nuevo su lugar al frente del país.

Atem se había vuelto frío al presenciar los juicios a sabiendas de que la gente sufría porque había permitido que su corazón fuese poseído por su propia maldad. Sabía que había decisiones que debían ser tomadas y alguien debía ser quien diera la orden de ejecutar la voluntad de los dioses; su deber como príncipe de Egipto era ocupar el trono de su padre mientras él se encontrara enfermo, tomar decisiones que lo ayudarían en su formación como parte de la familia real y que lo prepararían para el momento en que ascendiera al trono. Aunque él tenía ese pensamiento, creía que al menos alcanzaría los veinte años de edad para cuando su padre comenzara a formarlo para tomar el trono, nunca creyó que un par de meses después de ese día, él se convertiría en el faraón de Egipto.

Atem estaba de pie en el balcón donde sería presentado como faraón de Egipto. Observaba el mercado a sus pies, la gente ir y venir dejando listos sus pendientes del día, haciendo algunos intercambios, consiguiendo comida y ropas. Suspiró recargándose en los codos y sonrió cuando Aknadin lo alcanzó, adoptando la misma posición.

—¿En qué piensa el pequeño sol de Egipto, si no es indiscreción preguntar?

—El Dat. —Murmuró Atem sonriendo, sintiendo que una brisa leve lo envolvía. —Pienso en todas las personas que han sido juzgadas por los artículos del milenio hasta este momento, en todos los que no podrán llegar a ser juzgados por el Udjat porque decidieron obrar mal y me pregunto si...

—Temes por tu alma. —Murmuró Aknadin con una sonrisa paternal.

—Sé que las decisiones deben tomarse y que la gente que obra contra el reino debe ser puesta en su lugar, es sólo que me pregunto si estaremos haciendo lo correcto.

—¿Qué te preocupa?

—Todos mis pecados serán puestos en la balanza y se medirán contra la pluma de Maat. Si pesa más que la pluma...

—Pequeño niño testarudo... —Soltó Aknadin entre risas, poniendo una mano en el hombro del muchacho y sonriendo ampliamente. —Pero no sólo tus pecados son medidos, pesan toda tu alma, todas las cosas buenas y malas que has hecho esta vida, todos los momentos de soberbia, sí, pero también los de gloria en los que has antepuesto las vidas de otros sobre la tuya, donde has visto por la felicidad de tu pueblo antes de satisfacer tus propias necesidades. Tus pecados no son los únicos actos que has realizado en tu vida. Deja de creer eso.

—¿Qué pasa si un día tengo que decidir que una vida debe terminar? —Murmuró acongojado Atem, quitándose de encima la mano de su tío.

El sacerdote le dedicó una mirada larga, se le cortó la risa de golpe ante la expresión apremiante de su sobrino. Le dedicó una sonrisa franca y asintió en respuesta, entendía el temor del príncipe.

El regreso de las sombras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora