nueve

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Paulo

Una semana después..

Me desperté a eso de las seis de la mañana, hacía bastante frío en la ciudad y por eso mismo todavía permanecía todo a oscuras. Evité prender la luz del velador para que Sofía no se despertará, era muy temprano y había sido una noche complicada.

Desde que perdimos a nuestro hijo se nos hace difícil el dormir, las primeras noches fueron las peores porque no podíamos pegar un ojo.

Al intentar caminar en la oscuridad, me golpeé la rodilla con la punta de la cama y me quejé en voz baja para segundos después escuchar una risita proveniente de abajo de las sabanas.

— Cuidado con la cama, no te vayas a golpear. —murmuró con la voz ronca.

— Gracias, graciosita. —respondí.

Caminé hasta su lado de la cama, agachandome un poco para estar a su altura y poder acariciar su largo pelo que estaba un poco (muy) despenaido.

— No te levantes, es temprano todavía. —le dije mirándola a sus ojos achinados.

— ¿Quién dijo que me iba a levantar? —preguntó acomodandose en la cama y cerrando sus ojos.

Reí al verla.

La dejé dormir y seguí con lo mío, entrando al baño para hacer mi rutina mañanera. Al terminar y salir del baño, busqué ropa en el armario tratando de ser lo menos ruidoso posible y finalmente me vestí para después ir hasta la cocina.

Por un momento pensé en hacerme un café pero al sacar la taza de la alacena, se me vino algo a la mente.

Busqué las llaves de casa y las del auto para después salir de mi hogar. Mi destino era la cafetería que quedaba a unas cuantas calles de dónde vivía, por lo que no tardé mucho en llegar.

Estaba desayunando cuando mi celular empezó a sonar en el bolsillo de mi pantalón, me preocupé pensando en que podría ser Sofía pero no fue así. Leí el nombre del comisario a cargo de la investigación de la muerte de mi hijo y atendí al instante.

— Buenos días, señor Dybala. —saludó.— Perdón que lo llame tan temprano, tenemos información para darle.

— Buenos días, soy todo oídos.

— Hace un par de días identificamos al conductor del vehículo gracias a las cámaras de seguridad del estacionamiento. Su nombre es Marcos Barrionuevo y es de nacionalidad colombiana. Dimos con su paradero hace unas pocas horas y hemos logrado detenerlo. —informó.

Sentí un alivio en el pecho al saber que el responsable estaba por pagar lo que había hecho. Nada me devolvería la vida de mi hijo, pero lo único que quería ahora es que se hiciera justicia y ver a ese tipo preso.

— ¿Voy para allá? —le pregunté.

— No no, todavía no. Tenemos que interrogarlo y después usted podrá venir. —respondió el comisario.— No se apresure ni se desespere, nosotros nos vamos a encargar de que se haga justicia.

— Bueno, muchas gracias. Me hizo bien saber esto.

— Me imagino. Que tenga un buen día, lo estaremos llamando pronto.—se despidió para después finalizar la llamada.

Le di un largo sorbo al café y después de esto pedí la cuenta. Una vez que terminé de pagar lo que había consumido, caminé hasta el mostrador y miré con atención algunos desayunos sorpresa. Esa era la razón por la que estaba ahí, así que compré uno bastante abultado para la mujer que me esperaba en casa.

Como pude salí de aquel lugar con lo que había comprado, dejándolo en el asiento del copiloto y maneje rumbo a mi casa.

Cuando llegué todavía era temprano, por lo que Sofía seguía durmiendo o eso era lo que creía. Mientras servía el jugo y acomodaba todo en el desayunador, podía escucharla cantar desde la planta baja.

Cuando tuve todo bien preparado, subí las escaleras cuidadosamente y al llegar al pasillo, empuje la puerta con mi pie izquierdo.

Sofía me miró al instante y sonrió al ver lo que le había preparado, dejando su guitarra a un lado de la cama. Apoyé el desayunador sobre el colchón y ella miró todo detalladamente.

— ¿Es para mi? ¿Que día es hoy? —preguntó confusa.

— El día de ser feliz. —respondí mirándola fijamente.

Ella examinó todo una vez más para después acercarse con cuidado y dejar un casto beso sobre mis labios.

— Espero que te guste.

Ella sonrió y se dispuso a distrutar del gran desayuno que tenía enfrente. La ayudé a ponerle manteca a las tostadas mientras ella tomaba del jugo.

Vi que agarró un cuaderno que estaba sobre la cama y escribió algo que no pude ver, intrigandome. Me las aguanté y no pregunté absolutamente nada, simplemente me quedé mirando como desayunaba tranquilamente.

Estuvimos de esa forma unos cuantos minutos, desayunando y hablando de lo primero que se nos venía a la cabeza. Eso fue hasta que ella terminó su desayuno muy satisfecha y decidí contarle lo que me habían dicho en la cafetería.

— Me llamó el comisario. —dije ganándome su atención.

— ¿Qué te dijo?

— Encontraron al supuesto culpable. Se llama Marcos Barrionuevo, es colombiano y lo encontr..

— Que coincidencia. —interrumpió Sofía, murmurando por lo bajo.

— ¿Qué cosa? —pregunté sin entender.

— Nada, nada.

— Sofía.. decime.

Ella suspiró y miró para otro lado pensando en si decirlo o no, finalmente lo hizo.

— Rosalia es colombiana ¿no? —preguntó, a lo que yo asentí.— Bueno..

— ¿Estás diciendo que ella tiene algo que ver en eso?

— Lo estoy sospechando. —corrigió.

Podía ser un poco loco pensar eso, pero quizás Sofía no estaba equivocada. Por esa razón salí del cuarto para llamar al comisario, dispuesto a hablarle sobre aquella mujer.

un millón como tú {paulo dybala}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora