cuatro

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Sofía

Después de unas cuantas horas de viaje, finalmente llegué a tierra europea y me dirigí directamente a la casa que antes compartía con Dybala para ir en busca de mi hijo.

Al tocar la puerta fui atendida por el futbolista, quién vestía pijama y tardé en comprender el por qué hasta que recordé que apenas eran las seis de la mañana.

— ¿Y Beni? —pregunté al ver que no estaba con él.

— Está durmiendo, pasa.

Me dejó pasar haciéndose a un lado un poco soñoliento y cerrando la puerta después. Sin siquiera preguntar empecé a subir las escaleras hasta llegar al piso de arriba e ir hasta el cuarto que anteriormente compartía con Paulo.

Vi a Benicio dormir plácidamente sobre la cama, siendo rodeado por unos cuantos almohadones en los bordes del colchón para evitar que se cayera o bajara solo de la cama.

Me acerqué para sentarme a un lado de ese pequeño hombrecito y mirarlo pensando en lo lindo que era tenerlo en mi vida, era un amor incondicional.

Paulo tambien entró al cuarto, se recostó del otro lado de la cama y se quedó mirando a Benicio hasta que su celular sonó en la mesita de luz. Después de eso se levantó de la cama y se desvistió sin importarle mi presencia, sacándose el pijama y poniéndose ropa casual.

Todo esto lo hizo en silencio y eso me sorprendía bastante, era raro que no me estuviera insistiendo por hablar o algo así.

— Bueno, me voy. —anunció poniéndose un abrigo.— Tenes tus llaves así que.. nos vemos.

— ¿Qué? —pregunté levantandome de la cama.— ¿A dónde te vas?

— ¿Importa? —preguntó mirandome fijamente sin expresión alguna.

No respondí nada, así que él se dispuso a salir de aquel cuarto y hacer su camino. Por impulso lo seguí hasta el piso de abajo y ahí lo agarré del brazo para que frenara.

— ¿Pasa algo? —pregunté sin entender su comportamiento.

— No sé, preguntale a Luciano. —respondió sonriendo irónicamente. 

Ahí todo parecía tener un poco más de sentido, pero de todas formas con el anteriormente mencionado no había pasado absolutamente nada. Solamente compartimos una cena y fue en compañía de otras personas también.

— Paulo, no pasa nada con él. —respondí con seguridad.

Él se quedó mirando pensativo un punto fijo y segundos más tarde habló.

— Espero que por lo menos hayas vendido el anillo a un buen precio. —dijo mirando mi mano.

— ¿Se supone que tengo que llevar un anillo que perdió sentido cuando te cogiste a otra? —pregunté con rabia.

— Fue un error, no quería lastimarte ni arruinar nuestro matrimonio.

— Pero lo hiciste, ya no se pueden cambiar las cosas. —dije mirandolo fijamente.

— Eso lo decís porque seguramente el otro mugroso te lleno la cabeza. —atacó.

— A mi nadie me llena la cabeza, así que no hables estupideces. —defendí.

— Si, claro. —dijo tontamente.— Esto te cayó perfecto para que te vayas con él y me dejes mal a mi.

— Si, porque yo te mandé a que me engañaras para sacar provecho de eso. Total me encanta ser cornuda. —respondí riendo con ironía.

Él no dijo nada, se quedó callado.

— ¿Sabes qué? Yo pensé que por lo menos intentarías arreglar el mal que le hiciste a nuestra familia, pero veo que me equivoqué.

— ¿Arreglar qué? Si me la cogi fue porque no me prestabas atención y andabas viajando por todo el mundo con el pelotudo de tu mánager. —se excusó.

— ¡Por Dios, Paulo! ¿Eso te daba derecho para engañarme y encima embarazarla? —pregunté gritando, perdiendo la paciencia.

En ese momento él se dio cuenta de que todo lo que estaba diciendo eran idioteces y quiso disculparse, pero ya era bastante tarde.

Subí las escaleras enfurecida, pisando con fuerza cada escalón y al llegar a la planta alta fui en busca de mi hijo. El pequeño estaba sentadito en la cama, mirando todo con temor y se puso a llorar en cuanto me vio entrar. Estiró sus brazos en mi dirección y yo lo alcé, susurrandole que no pasaba nada y que se calmara.

Al pasar por el living escuchaba como Paulo quería disculparse pero simplemente lo ignoré y salí de la casa completamente enojada. No lo quería ni ver.

un millón como tú {paulo dybala}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora