seis

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Sofía

No tengo idea de cómo pasó, pero en un segundo tenía los labios de Paulo besándome y yo no había podido evitar sentir un cosquilleo en el estómago cuando eso pasó. Inconscientemente mis brazos rodearon su cuello en cuanto sus manos se encargaron de pegar nuestros cuerpos y tuve que ponerme de puntita de pies para poder estar a su altura.

De repente sus manos bajaron hasta mis muslos y me cargaron para después dejarme sentada sobre el lavamanos del baño, teniéndolo parado entre mis piernas.

Se separó de mi unos cuantos centímetros de distancia para mirarme a los ojos con esos falores que me volvían loca e iba a acercarse nuevamente pero algo lo impidió. Un llanto, el llanto de Benicio.

La puerta del baño estaba abierta, así que desde ahí pude ver como el pequeño estaba sentadito en el medio la cama y nos buscaba con miedo. Miré a Paulo una última vez antes de salir de aquel baño e ir hasta el cuarto, cargando en mis brazos a Beni.

— ¿Que pasó, mi amor? —le pregunté, a lo que él solamente respondió con un gritito y seguido de eso el llanto.

Me quería levantar la remera por lo que supuse que quería tomar la teta y bufando me senté con él en la cama para darle lo que quería. Paulo salió del baño con el pelo y la cara mojada, mirando con atención lo que pasaba en el cuarto.

— No puedo creer que todavía siga tomando la teta. —dijo riendo y sentándose a mi lado.

— Sigue siendo un bebé. —dije provocando que el pequeño sonriera.

El ojiverde no dijo nada, se quedó callado durante unos largos segundos para después finalmente hablar.

— Te tengo que contar algo.. —anunció, a lo que yo asentí mirándolo con atención.— Voy a decirle a Rosalía que nos hagamos un adn con el bebé.

— Paulo, si sabes que es tuyo no lo hagas. —respondí.

— Es que yo me cuidé, tengo muchas dudas sobre si ese bebé es mío o no.

— Entonces hacelo.. —dije elevando mis hombros tratando de restarle importancia.— Pero que no sea tu hijo no quita el hecho de que me hayas engañado con otra mujer.

— Si, lo sé. —habló con tristeza.

Cuando miré a Benicio, me di cuenta de que estaba completamente dormido en mis brazos y que su boca se había desprendido de mi pezón. Así que le dejé un beso en la frente para después recostarlo dónde había estado durmiendo anteriormente, en el medio de la cama.

Paulo apagó el velador de su mesita de luz y yo imité su acción, dejando el cuarto a oscuras. Aún en esas condiciones, pude darme cuenta de que el ojiverde me estaba mirando con atención y segundos después escuche su risita, lo que provocó que yo también me riera con él.

Bastaron unos cuantos minutos para que finalmente me quedara completamente dormida.

****

Me desperté escuchando como Paulo susurraba cosas y Benicio se reía mientras se movía inquieto en la cama. Al abrir los ojos vi que el futbolista estaba intentando ponerle un pañal al pequeño pero este se negaba y lo esquivaba, yendo de una esquina a la otra en la cama.

— Benicio, quedate quieto. —lo reté con la voz gruesa, recién me despertaba.

Él simplemente se acercó a su papá para quitarle el pañal de la mano y dármelo a mi riendo.

— ¿Querés que te lo ponga mamá? —le pregunté.

— Chi. —respondió moviendo su cabeza de arriba a abajo.

Me levanté de la cama bostezando y viendo como Paulo se sentaba al lado de Benicio, rindiéndose. Tironeé al pequeño de las piernas haciéndolo carcajear para acercarlo hasta mi, después de eso él se quedó quietito mirándome mientras le ponía el pañal.

Una vez hecho esto, lo dejé parado en el piso y le indiqué que bajara a la cocina con su papá pero no quiso. Por eso mismo tuve que entrar con él al baño mientras yo hacía mis necesidades y me arreglaba.

Me solté el pelo y descuidé el mismo olvidándome de que Benicio estaba sentando sobre el lavamanos, cerca del peine. Bastaron unos cuantos segundos para que el pequeño demonio comenzará a tironear y enredarme el pelo.

— Ay, ay. —me quejé sacándole el peine.— Anda a llamarlo a papá, decile que lo necesito.

Le pedí dejándolo en el suelo, él corrió hasta el cuarto dónde estaba su papá sentando en la cama y mirando el celular. Paulo lo escuchó atentamente riéndose por cómo hablaba el pequeño.

— ¿Qué pasa? —preguntó entrando al baño.

— ¿Me desenredas el pelo? —le pregunté, a lo que él asistió.

— Nunca lo hice así que no sé como es. —avisó.

— Pasa el peine pero con cui... AAAAAH. —grité quejándome de dolor.— Con cuidado.

Él se disculpó y se dispuso a seguir pasando el peine por todo el largo de mi cabellera, rozandome la cintura baja un par de veces. Al finalizar dejó el peine sobre el lavamanos y se apoyó en mi hombro, mirándonos en el espejo. Lo corrí riendo y él salió del baño riéndose también.

Unos minutos más tarde, nos encontrábamos desayunando en la cocina y tratando de mantener quieto a Benicio, cosa que era bastante complicada. Ese niño se despertaba con las pilas recargadas.

Cuando terminamos de desayunar y yo estaba lavando las tazas, el timbre de la casa sonó. Paulo avisó que el iría a abrir así que yo me quedé terminando de lavar las cosas y mirando cómo Benicio jugaba con sus autitos en el piso.

Escuché la voz de alguien bastante familiar y un poco apurada me sequé las manos. Agarré a mi hijo de la mano para caminar juntos hasta el living, sorprendiendonos los dos al ver a Dolores y Lautaro en la entrada de casa.

— Veni a saludar a tu padrino, demonio. —le dijo Lautaro.

— Esssssta. —le respondió con picardía.

Lautaro amagó con agarrarlo y el travieso se escondió atrás mío para evitar que eso pasara.

— No sé quién habrá sido el que le enseñó eso. —dije mirando a Paulo y haciéndolos reír.

— ¿A la madrina no le vas a dar un truchito? —preguntó Dolores y segundos después tenía a su ahijado dándole un beso en la mejilla.

Los sobrinos de Paulo, que eran amigos míos y padrinos de Benicio, se quedaron a comer en casa. Por primera vez en la vida Lautaro se ofreció a hacer el asado y eso fue objeto de burla de todos en la casa, esas cosas solamente pasaban una sola vez en la vida.

Estábamos con Dolores en la cocina preparando algunas ensaladas cuando entró Paulo en busca de una cuchilla y antes de irse me dejó un casto beso en los labios.

— Parece que me tenes que contar muchas cosas. —dijo mi amiga.

— Nada que ver. —respondí negando.

— ¿Y entonces eso que significa? —preguntó un poco confusa, refiriendose al beso.

— No sé, estamos bien por Benicio pero yo no quiero seguir como si nada cuando en realidad soy una cornuda.

— Ay amiga, no se que decirte porque mi tío siempre fue un desastre pero creí que con vos sería diferente.

— Yo también pensé lo mismo.

Y entonces ahí la realidad me dolió mucho más de lo que ya me había dolido, me di cuenta de que él había hecho cosas de las cuales yo nunca lo creí capaz.

un millón como tú {paulo dybala}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora