DOS

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La boda no fue por la iglesia, sino por el civil.

Los únicos invitados eran, a la vez, los testigos: mi tío José Luis y una amiga de Mindy. Y yo, claro está.

Se habían vestido de etiqueta. Mi padre llevaba un terno gris y ella un vestido rosa pálido.

No recuerdo bien lo que dijo el juez, pero supongo que es igual a lo que se dice en todas las bodas.

Luego de firmar, el juez se marchó y papá soltó un suspiro melodramático.

—Tobías siempre odió las formalidades— comentó mi tío—. Más de cuarenta años y aún no se acostumbra.

—No exageres, José Luis. — Papá le dio un coscacho amistoso.

No pude evitar notar que mi tío miraba con cierto desdén a Mindy. Aun así, quizá fuera sólo una impresión mía.

A papá le gustaba que cada vez que había una situación especial, Mindy tocará alguna pieza de piano para el acompañarla con su voz casi prodigiosa.

Pero Mindy no se veía por ningún lado.

—Capaz y fue al baño— dijo la amiga de Mindy, que hasta ahora recién se daba cuenta de que no estaba—. Yo voy a buscarla.

No estoy seguro, pero creo que fue desde ese momento que la antigua Mindy volvió como por arte de magia. Sin ningún tipo de lógica.

El asunto es que cuando Mindy y su amiga regresaron, se la notaba radiante.

Y volvieron las faldas cortas y las salidas.





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