SIETE

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Tal como supuse, a papá no le cayó bien la noticia. Todos sabían que Tobías era un hombre fuerte, pero paso varios días sin salir de su cuarto ni una vez.
Yo iba a dejarle las comidas, y él me agradecía con un movimiento de cabeza. Cada vez que lo veía, su cara estaba más roja y su pieza más sucia.
Creo que papá llego a querer a Mindy incluso más de lo que quería a mamá. Y amó a mamá con todo su corazón.
Yo también me sentía dolido, y culpable. Seguía pensando que si hubiera sido más firme y osado, si me hubiera enfrentado a esos vándalos, le habría dado tiempo de correr.
Cierto día me sentía tan triste y melancólico, que me propuse ir al bodega, allí donde Mindy tocaba el piano todos los días.
El piano estaba cubierto con una manta. Todo tenía un aroma putrefacto y un orden indudablemente femenino.
Un pequeño repiqueteo, como un golpe muy suave, captó mi atención. Pero no alcancé a ver de dónde vino.
Pof, pof.
Otra vez aquel golpe. Pero ahora había sido levemente más intenso.
El ruido veía de tras las cajas en que guardábamos las cosas en desuso.
Rodeé las cajas y admiré con asombro a la chica casi moribunda que había allí.
Tenía la cara cubierta y estaba atada con tal fuerza que tenía muñecas y tobillos despellejados.
Sin recuperarme de la sorpresa, le quite el pañuelo de la cabeza.
Y allí, pensé que era toda una alucinación mía.
De seguro estaba dormido. Siempre soñaba estupideces, y siempre se sentía real. ¿Por qué no sería este un sueño más?
Pero no era un sueño. Mindy estaba allí, con los ojos rojos y la cara sucia.
─Agua─ pidió.
Con miedo de que fuera a desaparecer en cualquier momento, corrí hasta la cocina y saque agua y algo de pan.
Volví tan rápido como mis piernas podían hacerlo. Y ella seguía allí.
Sin desatarla aun (porque parecía completamente deshidratada) le acerqué el vaso a la boca.
Luego de eso, quite con cuidado las cuerdas. Me figuré que debía arderle mucho, porque sus muñecas y tobillos estaban seriamente lastimados.
La abracé con cariño, a punto de llorar del puro alivio. Estaba bien, en casa, con migo.
Ella me devolvió el abrazo con torpeza, y con la misma fuerza que usaría un recién nacido.
Recordé entonces que debía de tener hambre, así que le ofrecí un pan con cecina.

La de metalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora