ONCE

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Luego de aquella pelea, pasaron meses en que ni Mindy ni papá cedieron. No intercambiaban palabras ni atenciones, más seguían compartiendo pieza y cama.

Por mi parte, decidí buscar entre mis cuadernos y continuar todas las novelas que había empezado sin jamás darles final. Pero cuando no estaba maquinando desgracias para mis personajes, o peleando con la nueva nana (porque a Mindy ya no le daba el cuero* para hacer todo sola), estaba cuestionándome el porqué de ese no tan rotundo. Si se tratara de otra persona, pensaría que no quería cuidar hijos ajenos. Pero Mindy era demasiado inteligente. Inteligente y querendona.

Me parecía muy natural que temiera sufrir otro aborto. Pero ¿Qué riego hay en acoger a un niño y adoptarlo como tuyo?

Tanto me preocupaba este asunto, que decidí comentarlo con Juan, un amigo de mi entera confianza. Tenía además otra razón para elegirlo al justamente: había entrado a trabajar (a base de pitutos) en el registro civil. Recuerda que en ese entonces aun no existía el sename*.

Me explicó que habían muchas razones para no querer ser madre, por más extraño que parezca. También me dijo que, si quería, podía echarles un vistazo a los niños en la Casa de Huérfanos.

En ese momento me negué, pero pasaron los días y termine yendo de todas formas.

Llegue a la Casa de Huérfanos cargado de víveres y juguetes. Las Hermanas de Chile (así se llamaban en ese entonces) me recibieron con amabilidad, conduciéndome al comedor donde estaban los niños. Eran alrededor de doscientos, tenían las ropas limpias y las caritas redondas.

Los niños se pusieron de pie y me saludaron al unísono.

Durante la visita, pude compartir con varios de los infantes. Pero lo extraño no ocurrió hasta casi el final: ayudando a las Sores a servir había una pequeña replica de Mindy.

Cuando la niña se desocupó me acerqué y le pregunté su nombre.­­

­­—Mindy— me dijo.



*Sename: Servicio nacional de menores.

La de metalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora