CINCO

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La vida de toda mi familia cambio drásticamente el 3 de mayo de 1963.

Habían contratado a una nana* de forma temporal para que ayudara a decorar la casa para mi cumpleaños, que sería en un par de días. Mientras tanto, tuve la idea de acompañar a Mindy al club.

Era bastante diferente de como pensé que sería: las damas de clase alta se divertían de la misma forma que las que vivían en las tomas de La compañía*: cantaban música mexicana, contaban historias y bailaban rock and roll.

También habían señores allí, la mayoría con un montón de años encima y la barriga cayendo con flacidez de sus cuerpos. Para afuera, yo era muy educado y amable. Pero sinceramente, las personas mayores, más aun con sobrepeso, me producían cierto rechazo.

Las señoras, en cambio (porque todas estaban casadas), variaban mucho en edad. Las había jóvenes (así como Mindy) y maduras.

Las jóvenes usaban minifaldas hasta medio muslo y vestidos con figuras geométricas encima, sin jamás faltarles los sombreros. Mindy, sin embargo, era la más atrevida de todas: no se conformaba con las faldas cortas, sino que lo complementaba con un escote pronunciado.

Muchos hombres la miraban, pero no decían nada, de seguro pensando que estábamos juntos.

Lo cierto es que Mindy no parecía tener más de veinticinco. Pero la verdad, ya estaba a la mitad de su tercera década.

A mí no me gusta la música mexicana. Yo prefiero la música en inglés, como The Rolling Stones. Así que me senté en una de las sillitas a ver como las señoras interpretaban las canciones, obligando a sus incomodos maridos a cantar con ellas.

Fue entonces cuando todo se tornó caótico.

Se escucharon disparos en la calle, y todas las mujeres soltaron un grito de terror. Las enormes vitrinas de《Donde Carlos》volaron en pedazos al recibir el impacto de una piedra tras otra.

Yo tome la mano de Mindy, que estaba temblando, y la conduje debajo de una de las mesas. Mi idea era esperar allí a que todo pasara.

Sin embargo, en cuestión de segundos había una pandilla de malandros con la cara tapada con pañuelos.

Nos dijeron que pasáramos la plata* (sabían que la teníamos, no por nada era un club de clase alta). Todos arrojamos cada cosa de valor que tuviéramos en el momento, pero cuando uno de ellos (el único que traía pasa montañas en vez de pañuelo) se agachó hasta mi altura y vio a Mindy con deseo, tuve verdadero miedo.

La agarró de la muñeca, indicándole que saliera, pero yo la tome del otro brazo y lo mire desafiante, con un valor que en realidad no tenía.

Mindy era muy joven para ser mi madre, pero yo la quería como una. Ya había perdido a mi mamá una vez, aquello no iba a volver a ocurrir.

La de metalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora