CATORCE

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Con el paso de los días, tal como ocurre con todas las sensaciones, mi preocupación se disipó.

Ya no me parecía sospechoso el labial metálico o las marcas de uñas, aunque aquel liquido brillante seguía causándome inquietud, pero muy levemente.

Rara vez algo conseguía alarmarme tanto como para que la angustia persistiera.

Seguí con mi vida sin ningún suceso extraño hasta febrero de 1972.

Por aquel entonces, tenía varias cosas de las que ocuparme. Por ejemplo, todos me decían que mí que no había madurado en absoluto a lo largo de los años, y ya no me quedaban muchas formas para defenderme. Otro asunto que retenía mi atención eran mis novelas, que cada vez tenían mayor aceptación en el mundo literario (aunque seguían sin producirme mucho).

Los bloqueos mentales eran frecuentes, así que decidí irme a vivir lejos, a algún lugar donde hubiera calma. Dicha acción también me serviría para vencer la reputación de adulto holgazán y mantenido que circulaba en torno a mi persona.

Mindy, a sus cuarenta y seis años, aún conservaba energías para sacudirme, diciéndome una y otra vez que irme era una idea pésima. Pero yo ya necesitaba mi propio espacio, y tal vez, mi propia familia.

Había elegido un pequeño pueblito llamado Tiltil. Estaba cerca de la capital y, aunque hacía mucho calor, me permitía trabajar en pequeñas jornadas recogiendo uvas, peras y otras frutas.

No tarde en relacionarme con los vecinos. Ni tampoco en echarle el ojo a una lola*.

Su nombre era Micaela del Rosario, según ella <<Mica y punto>>.

Siempre estaba sucia, con su pelo largo enmarañado y su ropa de colores.

Tenía una onda muy hippie y casi nunca estaba en casa.

Durante dos años en Tiltil, escribí catorce novelas. Sin embargo, no quería irme sin Mica.

Como en mi vida rara vez me había ilusionado, el enamoramiento me llego con la fuerza de una avalancha. Porque aunque era tosca y de modales bruscos, también era inteligente y creativa. Pero de todas las veces que le propuse formar una familia, ni una sola me respondió.

Era muy evidente que prefería dar rienda suelta a su amor por todos (aunque nunca entendí esa expresión), pero por primera vez me había encaprichado con alguien, así que no deje de pedirle que se casara con migo.

Un día estaba hablando con ella, discutiendo sobre las cosas obvias e inalcanzables, cuando me llegó un telegrama. Eso solo se usaba avisar la muerte.

En efecto, el 5 de octubre de 1975, papá murió de un ataque cardíaco.

El viaje de regreso a La Serena lo hice en compañía de Mica, quien por primera vez se veía limpia y bien vestida (aunque la ropa de colores le daba un aire místico que me gustaba mucho).

Del velorio no hay mucho que decir, frío y lúgubre, como todos los velorios.

Mindy no asistió. Prefirió quedarse en casa, hundiéndose en la pena.

Durante un par de semanas, Mica hiso de enfermera para Mindy. Esta última adelgazó hasta casi los huesos, mientras Mica complacía todos sus deseos.

Un día no quiso seguir atendiéndola. En cambio, se abrazó a mí y me dijo que tenía miedo.

Al preguntarle porqué, me miró y tosió antes de responder.

─Tiene... tiene cierres en el estómago... y en todo el cuerpo... ¡Y agujeros en la espalda!  


*Lola: Muchacha joven

La de metalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora