XXIII

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La noche era fría. Tan helada que hasta parecía estar asomándose el crudo invierno a la vuelta de la esquina, aunque muy en realidad, apenas estaban cayéndo las hojas marchitas de los árboles pintados de naranja. Sus manos se escondían recelosas dentro de los profundos bolsillos de su fino abrigo, lamentándose por no haber agarrado una campera aún más abrigada que esa, quizás la que le había regalado su primo en su cumpleaños anterior. Suspiró presionando el botón de su auricular para pasar a la siguiente canción y cerró los ojos por un leve instante, sintiendo como la brisa del viento golpeaba sus mejillas y congelaba la punta de su respingada naríz, dejándola rojiza como si fuera un mal chiste, casi como un payaso. Parpadeó. Ese viejo puente que siempre estaba repleto de personas ahora se encontraba hundido en la miseria de la soledad. Quizás porque era de noche, quizás por la temperatura, no le importaba realmente. Pisó escalón tras escalón observando el agua cristalina que se encontraba debajo a un buen par de metros, con la luna reflejándose en ella y los peces escondidos por allí en el agua helada.

Solo un poco más y llegaría a la tienda.

—Hey, tu.

Se detuvo cuando sintió que una mano lo tomaba del hombro, quitándose un auricular del oído y girando sobre sus talones para mirar al hombre que había interrumpido su andar. Con la mirada le preguntó que quería, intentando ignorar a los otros dos sujetos que se encontraban riendo a sus espaldas.

—¿Si?— soltó amablemente, deteniendo la música y girando por completo. Pensó que tal vez necesitaban algo, como preguntarle alguna calle o donde quedaba tal sitio para esto, así que surco una pequeña sonrisa con sus labios, casi invisible.

—¿Eres sordo o algo?, Mis amigos y yo te estamos llamando desde hace un buen rato— su expresión se tornó confundida cuando esas palabras fueron dirigidas hacia su persona con tal agresividad innecesaria, por ello retrocedió un paso con disimulo, dejando su rostro como una hoja de papel en blanco—. Da igual, dime imbécil, ¿sabes de algún lugar en donde podamos conseguir cerveza?

¿Cerveza?, Pensó. Eran las diez y media de la noche, en los negocios estaba prohibida la venta de alcohol tras pasar las diez, al menos era así los días de semana, todo el mundo sabía eso.

—Em. . .— dudó, sin saber exactamente como responder para poder zafarse de la situación—. A este horario ya no venden eso, lo siento, tengo prisa.

Se escabulló desconfiado del agarre de aquel tipo y siguió dando paso tras paso a rápida velocidad, escuchando como iban carcajeandose detrás suyo. Su mandíbula tembló mientras su cuerpo se encogía de los nervios, intentando esconder su rostro en la sombra de su capucha. Lo que le faltaba, que unos borrachos se pusieran a seguirlo en medio de la noche. Por supuesto que ya no se atrevería a ponerse los auriculares nuevamente, ni a dejar sus manos metidas en los bolsillo, solo por si acaso.

—Oye, no estoy seguro de hacer esto— oyó como un suave murmullo, dudoso.

—Que va, si es por unos buenos- oh, míralo.

No logro oír nada más. Su cuerpo fue estrellado contra la baranda del puente y pronto se vió acorralado por un chico enorme. Él no se consideraba alguien especialmente debilucho, al contrario, su estatura casi llegaba al metro ochenta y poseía algunos músculos, pero joder, ese hombre era un maldito gigante al lado suyo, en cierto modo llegaba a intimidar en demasía. Rápidamente frunció las cejas y alzó la vista para clavarla en sus ojos, endureciendo la mirada como si fuera un gato a la defensiva.

—Ya les dije que no sé dónde mierda pueden conseguir esa porquería, no jodas hermano— musculló entre dientes e intento marcharse, más fue empujado por el pecho hasta regresarlo contra la baranda, bufó derrotado—. Ya, ¿Qué demonios quieres?

INFECTEDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora