Lo que los ojos callan lo dice el corazón

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Corría rápidamente a través de las calles concurridas de londres, era su primer día de trabajo e iba tarde, en verdad necesitaba el trabajo, tenía deudas que pagar y obviamente poder sobrevivir, el trabajo era fácil, consistía en cuidar de una persona invidente, no necesitaba experiencia, solo ser responsable con los horarios, y estar al pendiente del paciente, motivo por el cual le resultaría fácil, además la paga era buena, según el anuncio de empleo se solicitaba ya que la anterior persona a cargo de había jubilado.

Justo ahí estaba el problema, era su primer día y gracias al despertador que se rehusó a sonar esa mañana iba tarde.

Llegó al lugar de trabajo, una casa grande, lindo aspecto, al entrar, fue recibida por un hombre que a su punto de vista le pareció intimidante y atractivo.

-Porfavor tome asiento Señorita Ridley- le dijo de forma muy educada, aquel hombre, ella hizo lo mencionado al igual que él, quedando de frente a frente- llegó tarde- mencionó serio.

-Lo sé y en verdad lo siento mucho- de inmediato se disculpó- mi alarma no sonó esta mañana, pero le juro que no volverá a pasar- en verdad estaba apenada, y rogaba internamente que no la despidieran.

-Compre un nuevo y mejor despertado- dijo soltando un suspiro- dejaré pasar este retardo solo por hoy, pero no habrá segundas oportunidades- le advirtió, sirviendo un poco de té para ambos

-Puede tener por seguro que no pasará de nuevo- dijo Daisy con una enorme y linda sonrisa- ¿Cuando conoceré a Señor Adam?- pregunto recibiendo el té.

-Yo soy el Señor Adam- le dijo de lo más normal, dejando a Daisy confundida.

-¿Usted?- preguntó asombrada.

-¿Tiene algún inconveniente con eso?- se levantó del sofá y camino a la venta.

-¡No!- se apresuró a decir- es solo que usted me abrió la puerta, me acaba de servir té, no parece usted una persona invidente, ni mucho menos una que necesite ayuda.

Adam sonrió, mientras seguía parado frente a la ventana, dejando que el viento moviera levemente su cabello.

-Hay cosas como leer un libro, el periódico o mi correspondía que no puedo hacer, es ahí donde entra usted, será mis ojos en cosas que no pueda realizar, he estado ciego desde que tengo diez años, a mis 35 ya me he adaptado a la perfección, que soy capaz de realizar la mayoría de cosas por mí solo y obvio pasar desaparecido ante mi defecto- calló soltando un suspiro

-¿Qué hay del Braille?- pregunto.

-No se Braille señorita Ridley- dijo volteando a donde ella se encontraba, Daisy estaba segura de que él podía mirarla, en verdad podía jurar que el señor Driver podía ver.

Luego de esa plática Daisy no volvió a llegar tarde, Adam le había comprado un despertador nuevo, que sonaba todos los días a las seis de la mañana, su trabajo en verdad era fácil y aveces un poco aburrido, porque si no había cartas o ganas de que Adam quisiera oír un libro, ella en verdad no tenía nada que hacer, más que ser parte de la decoración, pero había algo que había surgido en todo este tiempo, Adam le gustaba, de eso estaba segura, Pero no podía decirlo, porque era poco profesional y sobre todo no sabía si era correspondida.

-¿Alguna vez ha visto el mar?- le preguntó Adam, sacándola de sus pensamientos, pues estaba mirándolo  demasiado.

-No, Señor, en verdad me gustaría poder algún día- le dijo sin dejar de mirar su perfil, esos labios que moría por probar, acariciar su cara…

-debería tomarme una foto, así podría seguir observandome aún cuando esté fuera de aquí- Daisy quedó muda, no sabía qué decir había sido descubierta.

-Lo lamento- solo pudo disculparse.

-no debería, la atracción es una cosa que todos vivimos- se hizo un silencio incómodo para ella -yo también lo siento, aunque no pueda verla- Daisy miró con asombro y alegría a Adam, era correspondida y en verdad no lo podía creer.

De esa plática había pasado ya un año, quién le hubiera dicho a Daisy que conocería el amor de aquella forma, seguro lo hubiera tomado de a loco, pero ahí estaba, ahora entregándose en cuerpo y alma a Adam, quien aunque no la pudiera ver con los ojos, la veía con el alma con el corazón, era suya, su mujer y él era su hombre, porque como bien dicen, cuando es amor verdadero nada es un obstáculo.

ONESHOT REYLO/DAIVERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora