5. QUIETO

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CLAUDE FORD

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        — ¿Por qué no disparó?

   Claude tenía a Leyla a su derecha, a su hermana a la izquierda. Arat conducía mientras que Negan iba de copiloto burlándose esporádicamente de los tres rehenes maniatados que iban de cara a Claude, resguardados por dos salvadores a cada extremo.

   Era el camión con menos gente. Llevaban algunas cosas extras aparte de personas.

   El silencio sepulcral era más que notable y lograba incomodar cada fibra de Claude. La pregunta de Leyla adquiría un valor rebelde casi, como si estuviera prohibido evocar una palabra en aquel instante. 

   Contrario a los presentes, tardó unos segundos en entender esa frase; pues no se había detenido a pensar en algo tan monótono e irrelevante entre lo que lo atormentaba como el por qué el líder no le disparó al chico asiático.

  Su mirada avellanada se paseaba entre los intrusos, inspeccionando al rubio y al de ojos achinados que se irguieron esperando la respuesta muy discretamente.

  Observó el reflejo del retrovisor desde su asiento y pudo ver cómo desaparecía del líder la misma sonrisa que no alcanzaba sus ojos desde lo sucedido en la expedición donde murió la hermana de Gary; antes de carraspear, voltear hacia un lado y responder.

        — ¿Por qué tú no disparaste? — preguntó socarrón, al parecer sin necesidad de obtener una respuesta. El portón de Alexandria se hacia mas grande frente a ellos mediante bajaban de las cuatro ruedas y se acercaban — di una orden y ni tú ni Ford la siguieron.

   Claude se fijó en el error que cometió, ya que él también tuvo la posibilidad de disparar y quizás evitar que el chico asiático se escapara y quizás dañara a alguien. Ese hombre joven pudo haber matado a algunos de los presentes de haber querido, o si se hubiera conseguido con su hermana, o con Dan, o con alguien más; quizás, tan solo quizás, los pudo haber lastimado. Cometió el error pues al no disparar puso en riesgo a alguien con quien considera un peligro. Se sintió pesado, el comentario le cayó amargo; mas Leyla fue su contraria al permanecer tranquila y claramente insatisfecha por la respuesta.

  Los tres, el rubio, el asiático y el de sombreo de ala ancha que proyectaba una sombra en su cara mirando a su amiga. A veces incrédulo, a veces mordaz.

   Se preguntó por qué lo hacía, pero los rápidos cambios de sus facciones conseguían hacerle sentir pena por él. Pues suponía que el muchacho de sombrero trataba de borrar a Leyla para creer que quien estaba allí, no era ella.

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