10. HERIDAS (2/2)

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    El estofado había quedado espectacular. Y por las reacciones, supo que no era la única que lo disfrutaba.

   A su derecha, Daniel le acariciaba el dorso de la mano bajo la mesa. Los demás no lo notaron, y si lo hicieron, los ignoraron.

   Occultatum era una obra de arte. Eso a nadie le cabía duda. Nunca supo quién la construyó, pero debía darle mucho mérito. Los exteriores de los edificios eran relativamente comunes en la época contemporánea, producto de las restauraciones. En cambio, los interiores eran elegantes y maravillosos. Paredes altas, ventanas grandes, colores dorados, rojos y marrones, algunas pinturas muy viejas y también figuras que le daban cierta esponjosidad al edificio Grimes.

  Claro que, de los trece edificios, el Grimes era el más lujoso. Ya sea porque era el principal de la comunidad aislada o porque Chelsea y Jeffrey se dedicaron a decorarlo así por ser los líderes. El resto se dividía según los sub jefes y las áreas que trabajaran. Como el Blake, era el encargado de todo aquello que fuera seguridad, allí vivía Phillip. Chelsea consideró que fue muy afortunado de encontrar a Jack en el Santuario. El niño se veía muy feliz de ver a su padre. Otro, era el Cruz, el más valorado y protegido.

En un extremo de la mesa larga estaba su esposo, y en el otro extremo, su hermano. Rick no se veía muy cómodo con el cuchillo y el tenedor apuntando hacia arriba, con el plato casi intacto. Según lo que Jeffrey le contó, Rick solía ser bastante orgulloso, así que imaginó que los pocos bocados que le había dado a su comida fueron para callar el sonido de su estómago hambriento.

Por otro lado, le agradó ver que sólo era Rick quien se mantenía en vigilia. Negan había quedado relegado y lo sentaron a la izquierda de Rick.

De los trece sentados en la mesa, dos de ellos no fueron realmente invitados.

— Jefe —el radio de Phillip sonó en su cintura La gente que trajo, tenía una persona en un maletero y otra con un perro en otro auto.

   Le resultó gracioso cómo los invitados se detenían discretamente a prestar atención. Algunos se atragantaron con la comida.

  — Entonces tráelos aquí.

Unos minutos después, los líderes lanzaban fuertes miradas a Claude y Leyla. Chelsea ordenó que controlaran a Sei y le buscaran un plato. Enseguida el perro engulló lo que le sirvieron. Dan sonreía, aparentemente agradecido de verlos. Fue curioso. El té típico de Tatum le encantaba a Daniel, o quizás la sensación que le daba.

  — Este té está delicioso.

Leyla, entre Claude y Carl, susurró, muy alto. El hombre llamado Walter le lanzó una mirada dura al otro lado de la mesa. Y ella en seguida devolvió la tasa a la mesa.

  — Dani, ¿Quieres explicar por qué los trajimos y les invitamos a cenar?

  La expresión de regocijo en su cara le convenció de que lo haría con mucha emoción. Él se levantó, acomodó su saco y pasó una mano acomodando su cabello antes de llamar la atención, formalmente, de los presentes que ya lo veían.

Chelsea reconoció la sorpresa de los salvadores. Y le sonrió a Jeffrey. Este le devolvió el gesto y le guiñó el ojo.

No existía naturaleza maligna. Era el progreso, tal como lo veían.

   — La puta masacre que hicieron no fue autodefensa, Daniel ¿Cómo puedes creerlo?

  —Dayana, ¿sabes que Negan mandó a los equipos del 10 al 6 a lanzar bombas? De hecho hay marcas afuera que muestran ello.

Jeffrey, en una punta de la mesa, vio a Claude lanzarle una mirada de alerta a Negan, quien lo ignoró. Leyla, por otro lado, se detuvo a prestar atención, limpiando los restos de comida de sus labios. A él, a cualquiera que se tomara un tiempo, le era fácil decodificar los pensamientos de un adolescente, sobretodo cuando no estaban en el lugar que les corresponde.

  Una vez, tanto los alexandrinos como los salvadores comprendieron la información, Daniel se propuso a hablar, pero lo interrumpieron.

  — Jeffrey, —Rick llamó a su sangre— ¿para qué nos atacaron?

  — Nos enteramos de que empezaron a trabajar para Negan —respondió Phillip, y Rick como Michonne se vieron efusivamente molestos de que el hombre en cuestión, siguiera con vida. Phillip reía de su inmunidad—.

   — Si hubiera sabido que tú y los niños estaban allí, no mando a este hombre.  —Jeffrey se dirigió a su hermano—. Es una bestia.

   Michonne no estuvo convencida de la respuesta. Su mala cara no había pasado desapercibida para nadie.

  — El tema, en cuestión, —habló Daniel antes que cualquier otro— es que hay un posible tratado de paz.

  Un cuchillo aterrizó con fuerza al lado de un plato, y pronto Negan se reiría con fuerza indescriptible.

  —Viejo senil —interrumpió Daniel, molesto—, aquí hay una cura.

Silencio, de nuevo.

  —Por eso tomamos el Santuario —acotó Chelsea—. El Santuario cuenta con maquinaria que puede servir. El Cruz no está tan preparado para producir de manera industrial.

  Los trenes de pensamientos viajaban de extremo a extremo, movieron los engranajes y los hilos comenzaron a cerrarse en algunos mientras que en otros, se deslichaban sin poder entrar en su entendimiento.

  Daniel acomodó el objeto en su pecho. Mientras que las preguntas eran dirigidas a Jeffrey, Chelsea conservó la calma y quiso ayudar al muchacho que se negó. Si se lo movía demasiado lo podía activar y su broma no sería un buen chiste.

  — Vamos a dar un paseo.

  Pronto una caravana de autos cargaba consigo a los invitados y los que estuvieron un mes allí, dirigiéndolos a un desconcertante camino que se envolvía cual serpiente alrededor de una montaña tan alta como el Rondón o el Flores, que se postraban en los puntos más estratégicos de la amada ciudadela.

  Tan amada como la delicadeza de quien porta un arma con experiencia, en las manos correctas, la vida, la muerte, o incluso el caórdico comienzo de las lágrimas que aprietan el frente del rostro.

  Puesto un sonido imaginario, en los árboles, en la grama, en la gravilla del camino o en los murmullos de los más jóvenes miradores del pulcro edificio en la cima de la montaña con una cruz extraña, cual cambió de frecuencia tornó un pitido constante y doloroso en los oídos de los pasajeros.

  Desde el pecho de Joey, de Ámber y Dwight, extendiose la pantalla gris a el resto de los autos tras ellos.

  Uno se detiene. El siguiente choca y tambalea en el estrecho borde. El último, con menos suerte, sigue y se lleva consigo por el acantilado al que dudó.

  Vuelven a cubrir sus caras con las telas verdes, viejas y desgastadas. Daniel aulló en un estado más lúcido mientras le quitaron su sentido. No reconoció más voces pero si algunos golpes y disparos.

  Daniel reconoció el tacto de Chelsea sacándolo del auto. Caminando en una fila. Sin saber qué será de él.

  Chelsea, quizás en el alboroto, logró escuchar algo resquebrajarse. Una ilusión diseminada en las tazas de té que brindó a un joven enamorado cada mañana.

   Jeffrey ya había terminado con ellos. Mandó al equipo de Louis y al de Ernest a vigilar a los más importantes.

  Phillip llegó con una carpeta amarilla, de letras rojas que el equipo U recogió del Santuario y se reunió con la jefa del Barreto para organizar su siguiente movimiento.

  Chelsea, por otro lado, sedujo a Daniel y él, como un vagabundo, por poco se hizo masilla en sus manos. Las mismas manos que le demostraron lo más cercano al amor.

  Igual que cuando los niños dejaron de sonreír.

 

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