Escúchame

293 26 20
                                    

N.A: Sé que dije que el próximo capítulo sería el último, y así es, pero como puedes ver, hay 6 partes más. Lo que ocurre es que me negué a hacer algo express y escribí 20.000 palabras para cerrar esta historia. Si estas leyendo esto el mismo día de la publicación, tranquilo, subiré todo ahora, si no, pues, que lo disfrutes.

Escúchame

El paciente de las tres y media acababa de salir, había sido una cita ordinaria; nada excepcional. Maia se apoyó en el respaldo de su silla girándola en dirección a la ventana: la vista desde el noveno piso siempre le gustó, más aun en aquellas fechas. Ya había caído la primera nevada en París así que pronto la nieve barrosa que se arremolinaba en el borde de la acera sería el manto blanco digno de postales que tanto gustaba a fin de año. Sin embargo, durante el trabajo pocas veces tenía un tiempo de descanso, sus paciente solían explayarse o bien, todo lo contrario y ella requería más minutos de los programados para sonsacar información.

La mujer miró el reloj en la pared sólo para suspirar. Se acercaba la siguiente cita... abrió su agenda: era el momento de ver a Leo Spindler.

Maia lo conocía bien, el chico tiempo atrás fue callado con ella, no parecía tímido, más bien, le pareció que tenía miedo. En la ficha clínica del hospital Saint-Louis, entre la escritura de de diferentes miembros del equipo figuró el término "brote psicótico", mas la doctora Maeda tuvo la delicadeza de siempre dudar el diagnostico del médico de turno, no porque no confiara en su conocimiento, si no porque los pacientes jóvenes solían ser un asunto especial para la doctora. Si ella hubiese expuesto su duda en aquel momento (como en un muchos otros a lo largo de su carrera) la hubiesen tachado de poco ética, pero era humana y un conflicto de interés era natural en cualquier persona que hubiese sufrido la pérdida de un ser amado luego de un mal diagnostico. Ella prefirió poner en tela de juicio y evaluar en profundidad a cada uno de estos pacientes jóvenes en lugar de prescribirles medicamentos erróneos o simplemente darles una etiqueta que, en manos de un ignorante pudiese causar, por ejemplo, el desempleo y llevar al paciente hacia una espiral de malas decisiones ¡Demándenla! La Dra. Maia Maeda no era imparcial ni objetiva con personas que rondaban los 18 años.

Con la ficha de Leo bajo el brazo, entró a la sala comunitaria de hospital dónde estaba confinado. El chico se encontraba durmiendo usando una de aquellas batas blancas que habían sido lavadas en la misma institución una y mil veces. Las muñecas estaban amarradas a los barrotes de la cama por unas correas de tela mullida totalmente roídas y podía ver como el suero que le estaban administrando llevaba la mitad de su contenido vaciado.

Ella lo llamó por su nombre y él abrió los ojos... era como ver de nuevo a su hermano fallecido hace tantos años, mas esa era otra historia. Leo no era aquel chico muerto, Leo estaba vivo y necesitaba que ella sea lo más profesional posible, algo difícil, considerando que la misma Maia no superaba aquel evento de su pasado y su culpa en el mismo.

Después de una evaluación y una conversación la mujer determinó que necesitaría más tiempo, en la ficha confirmó el diagnostico anterior y escribió que Leo debía asistir a un par de sesiones con ella. Es así que cuando el muchacho fue dado de alta se le indicó reservar una hora en el mismo hospital con Maeda.

Leo había asistido a las 2 primeras sesiones programadas en el recinto, sintiéndose claramente incomodo: no era para nada el ambiente amigable que tenía con su psicólogo anterior y no estaban haciendo ningún progreso a la hora de conversar. Aparte de prescribir un par de tabletas y ver que el muchacho estaba físicamente bien, Maia sintió que estaba siendo una inútil... ahí estaba, esa pérdida de objetividad... entonces le sugirió al muchacho que continuaran las sesiones en su consulta particular, que si era necesario, le cobraría lo mismo que el hospital.

La oficina del piso nueve.

La mujer acabó de repasar el expediente de Leo antes de hacerlo llamar, dejando una hoja en blanco para escribir acerca de la consulta de aquel día. Siempre que lo releía sufría un pinchazo de molestia, no porque hubiese tenido que aceptar que su colega tuvo razón en un principio y necesitó medicarlo, si no porque realmente le hubiese gustado que el chico Spindler no hubiese resultado ser un psicópata.

Acosador - AMOLADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora