—¿Dónde está el dinero? — preguntó una amargada mujer.
Sofía depositó la bolsa sobre una desteñida mesa de madera.
—Vas a tener que esforzarte más, pareciera que cada vez traes menos. —
—Cada vez hay menos gente en la ciudad, los veraneantes ya se comenzaron a ir. — replicó Sofía, una alta y delgada joven.
—Bueno pues trabaja más horas, así no vamos a poder seguir manteniéndonos. —
Sofía asintió y se fue al pequeño cuarto que compartía con otras seis personas, sus dos hermanos mayores y los cuatro hijos del matrimonio que vivía con su familia.
Uno de sus hermanos estaba durmiendo, los demás probablemente se encontraban bebiendo en la esquina. Lentamente e intentado hacer el menor ruido posible depositó cuatro billetes y un par de monedas en un agujero que había atrás de su cama. En sus ojos destelló un brillo de ilusión, se encontraba tan cerca. Quizá solo fuera cuestión de un par de semanas, o si se esforzaba lo suficiente, días.
Sofía había soñado con escapar de ese infierno desde que tenía memoria. Desde los cinco años sus padres la obligaban a salir a la calle a pedir limosna, su madre trabajaba por encargos y su padre había pasado más tiempo de su vida cesante que en un trabajo estable, el alcohol y las fiestas habían desplazado sus prioridades.
Sofía nunca había ido al colegio, su madre decía que no necesitaba saber leer para ganarse la vida, lo que tenía que hacer era pedir dinero para la familia. Ella solo quería escapar, llevaba casi un año y medio ahorrando sin que su madre se diera cuenta.
Al día siguiente Sofía salió a pedir dinero como todos los días y cuando volvió a su casa la encontró extrañamente vacía. Restándole importancia dejó la bolsa con dinero sobre una mesa y se dirigió a guardar dos billetes en su cuarto. Cuando corrió su colchón no encontró nada. El agujero estaba vacío. Desesperada comenzó a buscar por toda su habitación hasta que sintió un ruido.
—Mamá está furiosa, papá encontró el dinero que tenías escondido y lo gastó en alcohol y drogas. Cuando mamá llegue a casa te va a asesinar por intentar engañarla, ¿qué pretendías? ¿escapar? — lanzó una risa sarcástica — eres una idiota, nunca hubieras podido llegar a ninguna parte, estás atrapada por siempre aquí.—
Estás atrapada por siempre aquí.
Atrapada.
Por siempre.
Las palabras de su hermano no paraban de retumbar en su cabeza.
Con lágrimas en los ojos se dirigió a la salida. Todo su esfuerzo había sido en vano. Respiró hondo, se armó de valor y comenzó a caminar, se prometió a si misma nunca mirar atrás.
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Historias cortas
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