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Capítulo Tres.

La imposibilidad del olvido.

No sé cómo describir este momento.

Estoy en el café, sentada en una de las mesas al fondo con un latte de vainilla humeante y un crepé de chocolate y crema, con las manos entre las piernas sentada como niña regañada por su padre a la hora del almuerzo. Con la diferencia de que quien estaba frente a mí no era mi padre, era un puto ángel caído que me miraba con una ceja levantada esperando a que tome el primer sorbo de esa abominación.

—No has probado nada de lo que tienes al frente— murmura, terminando la magdalena de café y chocolate blanco que había pedido para él— Si no querías pudiste decirme.

Apreté los dientes— Claro que te lo dije, señor ven-a-por-un-cafe-porque-sino-me-ofenderas, además —me encogí de hombros— No me gusta el café.

Su expresión arrogante bajó totalmente, su rostro esculpido por los mismos dioses del pecado cambió como si hubiera visto su peor pesadilla. Puso los codos en la mesa, apoyando su rostro en las manos, estaba un poco más cerca y podía ver un poco de verde en sus pupilas, pero solo un rastro.

—Confirmo que estás loca...

—Emily.

—Emily —repitió— ¿Cómo no gustarte ese líquido directo del manantial personal de Dios mismo?

—Estas exagerando...

—Atlas —me recordó entre dientes.

—Atlas —suspiré— Me dan náuseas su sabor, es como... Brócoli para los bebés.

El rueda los ojos en un gesto bastante infantil, confirmándose que tiene muchas facetas, no solo la del chico malo duro que ama las motocicletas y fuma cigarrillo en el colegio.

—Confirmo que eres un espécimen raro de ser humano -toma un sorbo de su café puro sin azúcar— ¿Eres algún tipo de chica depresiva que no tiene ánimos para vivir? ¿Tu falta de atención paternal te lleva a lanzarte a la autopista? ¿A despreciar un placer de la vida?

Imito su posición en la mesa, aún así quedo más pequeña. Trato de poner mi cara más ruda, pero eso consigue solo sacarle una sonrisa de lado a sus muy arrogantes y rosados labios.

—Escuchame, —le digo, mirándole directo a los ojos— Estaba distraída y quise pasar corriendo...

—Te lanzaste a una calle con semáforo en verde, querida Emily...

—¡No me interrumpas! —su sonrisa se hizo más larga, y sus ojos pardos brillaban burlandose— Dos, mi padre es lo mejor del mundo y tres, el café daña la salud y mancha los dientes. Cuatro... Me comeré este postre luego.

Juntó sus cejas— ¿Porqué?

—Se me hace incómodo. —me encojo de hombros— No suelo comer en lugares públicos.

Era la excusa perfecta, solo quería que se hartara de mi y me dijera que pagaría la cuenta para dejarme libre. La lluvia empezó a caer un poco más fuerte y a lo lejos varios truenos parecían romper el cielo, ya había oscurecido.

—Definitivamente eres rara.

—Oh si, mucho. Porque todos los días la persona que casi te mata en la avenida te invita a por un café, cuando ni siquiera sabe tu apellido —murmuré, mirando hacia el postre frente a mi— Muy normal.

Atlas bufó— Tenía que aprovechar, no todos los días te encuentras con una bella chica intentandose suicidar en la avenida.

¿Eso fue sarcasmo? No lo sé, igualmente no supe que decir. Mis manos empezaron a sudar, empecé a mover mis pies rítmicamente sin saber que hacer. ¿Y si simplemente salgo corriendo?

Atlas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora