-2-

569 85 3
                                    

Capítulo Dos.

Un arrogante café.

De pequeña mi padre siempre me decía que antes de cruzar debo ver dos veces, aquí veo la importancia de hacer caso a los padres. Es algo absurdo, ¿Que tiene si cruzo la calle corriendo y al pepino todo? Pues, puedes morir.

Afortunadamente, no pasó eso conmigo.

La lluvia caia más fuerte aún mientras yo estaba tendida en el capó del auto negro que casi me mata, un lujoso auto negro, estaba en un semi estado de shock que me impedía moverme aunque me estuviese mojando los calzones y temblando del frío.

—Hey, ¡Hey! ¿Estás bien?— un chico en un jersey negro me tomó de los hombros. Su voz estaba alterada, la puerta del piloto del lujoso auto estaba abierta así que supuse que era el dueño.

Yo abría y cerraba la boca sin saber que decir— Yo... No...

El desconocido chasqueó la lengua y puso un abrigo grueso sobre mi cabeza,— ¡Aiden, aparca el auto! —y jaló conmigo hacia la acera donde estaban los toldos de los negocios.

Nuestros pasos chasqueando contra el suelo de lo empapado que estábamos. El desconocido en traje es bastante alto, me saca unas dos cabezas y tiene un perfume que hace que cierre los ojos para saborearlo. Una vez a salvo de la lluvia torrencial, me mira examinandome.

—¿Estás bien?— sus dedos pasaban por mi rostro examinandome.

Di algo imbécil— Yo, creo...

Pude ver muy bien a este desconocido, oh sí. Habían chicos guapos, pero él era otra historia, de unos veinticinco años o un poco menos, con cara de modelo de instagram. De cabello oscuro, el cual por la lluvia estaba alborotado y se pegaba a su frente, con una barba incipiente muy bien arreglada y ojos marrones claro, con unas pestañas de infarto. Su piel blanca brillaba por el agua y sus labios rosas estaban húmedos por la misma. Humedeció su labio inferior y me estremecí.

Se irguió y juntó sus cejas, una expresión dura y fría reemplazó la de hace un momento.

—Mirar de ese modo a alguien es de mala educación, chica —yo caí en la cuenta y parpadee algunas veces mirando a todos lados.

Abracé mi cuerpo y traté de acomodar mis cabellos.

—Eh, si, estoy bien, es solo el susto— trago grueso para tratar de verlo de nuevo, pero no puedo verlo a los ojos.

—¿Tus padres no te enseñaron leyes de tránsito?— su tono era automático, intimidante— Vamos, te compraré una bebida caliente, te resfriarás.

Eso me pareció absolutamente extraño, no podía aceptar nada de este desconocido.

—No, no se tome la molestia yo ya me iba.

Alzó una ceja— Te vas a enfermar, una bebida caliente no hará daño, si no al revés.

Ese tono no me gusta. Autoritario, mandón. Fruncí el ceño— No te conozco.

—Atlas, me llamo Atlas.

Atlas. ¿Que?

—Mucho gusto, Atlas—, dije— Pero sigues siendo el desconocido que casi pasa las cuatro llantas de su auto sobre mí.

—Y tu eres la niña que no sabe cruzar una calle sin mirar a los lados— su ceño estaba aún más pronunciado, tenía las manos en sus caderas y hablaba como un padre a su hijo pequeño, ¡me estaba regañando!— Estás empapada, vas a resfriarte, tenemos un café aquí enfrente, ¿Quieres aceptar que te compre un café?

—¡Muy bien! ¡Muy bien! Solo... Cómprame el condenado café— puse los ojos en blanco, irritada. No lo podía creer— Mandón —agregué entre dientes.

Ya estaba empezando a caminar hacia la cafetería cuando se volvió hacia mi— ¿Perdón?

—Eres un mandón. —queria callarme, pero al parecer esto encendió la adrenalina acumulada por el casi accidente. Atlas echó una risita sin gracia entre dientes.

—¿Cómo es que te llamas?

—Emily —entro en modo alerta y trato de parecer más grande, sin exito.

Emily. Si, soy un mandón autoritario y si hubiéramos estado en 1940 ya hubieras sido menospreciada por no aceptar un simple café.

Y además machista.

—Lastima que no estamos en 1940, señor —puse mis manos en las caderas, frunciendo el ceño y poniéndome el grueso abrigo de él en el hombro— Estamos en 2019, y si no me da la gana de aceptar un maldito café, no lo hago.

Me mira con sorpresa y diversión. ¿Diversión? ¿Es lo que veo en sus ojos?

—Asi que, no voy a aceptar su café y gracias por frenar tu lujoso auto antes de la tragedia— seguí diciendole, para nada, porque rompió en un ataque de risa impresionante— ¡Oye, idiota! ¿Acaso tengo cara de payaso? ¿Eh?

El chico pasó su dedo índice por su rostro secando una lagrima que había salido por sus risas estrepitosas. Sacó su celular para marcar un número automático y ponérselo al oído— Aiden, te aviso para que me recojas— me mira— Tengo una pequeña situación, algo peculiar.

La sangre en mis mejillas y orejas estaba ardiendo, de repente, quería abofetearlo— ¿Soy una situación?

—Ve a dar alguna vuelta —cuelga— Ven, vamos a por el café.

—¿Esa es tu técnica? Primero la atropello y luego la invitó un café, —suelto una risita amarga— Vaya.

El sonríe ampliamente, y unos dientes blancos y parejos se asoman en esa sonrisa perfecta— Usualmente no es necesario invitarlas al café.

—Arrogante.

—Un gusto conocerte también, Emily.

Atlas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora