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Capítulo Diez

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Capítulo Diez

¿Crees en las casualidades?

Cantar victoria demasiado pronto es un error, acabo de confirmarlo.

A la mierda Jacobo, al decirme que pudo haber sido la mejor experiencia romántica de mi vida.

A la mierda yo, por creerle.

A la mierda Atlas, por ser tan jodidamente sexy.

Caminé zombificada hacia mi casa, rezando cuarenta padres nuestros para que mi padre no estuviera despierto y me bombardeara con preguntas que no iba a responder. Aún podía sentir el motor del auto de Atlas, como si estuviera esperando a que yo entrara para luego largarse para siempre, al menos eso era lo que yo esperaba. ¿O no?

Si, eso era lo que quería, que se largara y desapareciera de mi vida tal y como apareció, de repente y sin avisar.

Abrí la puerta con decisión y sin mirar atrás la cerré tras mío y me apoyé en ella. Por un momento pensé, ¿Y si toca la puerta para disculparse? ¿Y si se abre paso y entra y me besa? ¿Y si trepa por la ventana de mi habitación y me dice que en realidad me ama?

Ja, esas cosas no pasan. Me quite los zapatos, al parecer no había rastro de mi padre, cosa que me alegraba muchísimo. No quería tener que decirle que su hija había salido a bailar con un hombre que solo quería follarsela, no sería bueno para su tensión arterial.

Me apresuré entonces a subir a mi cuarto y cerrar con pestillo la puerta, me quité la ropa ya arrugada y sudada de encima y quedé en pantimedias y bragas. Necesitaba esta libertad. Estaba empezando a llover y me acerqué a la ventana tapándome los senos con los brazos.

El auto de Atlas aún estaba allí, con las luces encendidas, con el motor en marcha.

No sé si podía verme, solo tenía la luz de la mesita de noche encendida, yo no podía verlo.

—Vete... —murmuré en un susurro— Desaparece.

Cómo que me escuchó, porque arrancó calle abajo desapareciendo en la oscuridad, bajo la lluvia y sin estrella alguna testigo de mi jodida decepción.

•∆•

Sábado en la mañana.

Mis ojeras no eran normales y tenía un leve dolor de cabeza por los tragos de anoche, me estaba sirviendo un poco de té en una de mis tazas preferidas con orejitas de gato. Perfectas para la depresión, así es. Escuché pasos, enseguida supe que era mi padre por lo pesados que eran.

—Buenos días, papá.

—Buenos dias —fue directo a la cafetera, frotándose la cara— ¿Cómo te fue en tu cita ayer?

Atlas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora