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Recomiendo muchísimo reproducir la multimedia en el momento dado

Capitulo Ocho

Frank Sinatra y sus poderes afrodisíacos 

Las veces que salí con chicos en plan romance no fueron buenas, tuve enamoramientos bastante fortuitos y muy fugaces. Tal vez uno que otro beso, algunas risitas nerviosas, pero nada más de allí, de lo normal, de lo común. Cuando Atlas se estacionó en un club de baile que se ubicaba muy al norte de la ciudad me estremecí, sabía que mi guapo compañero no era muy usual, pero no me lo imaginaba danzando al son de algún reggaeton intenso.

Tampoco me imaginaba a mi haciéndolo, entonces lo mire con el ceño fruncido.

—¿No bailas? —me preguntó, apagando el auto y sacando las llaves, estaba sonriente y en su mirada un brillo jocoso.

—No es de mis hobbies favoritos —le respondí— Básicamente porque no se bailar.

—Siempre puedo ser tu profesor, —un guiño adornó su rostro— Se de unas cuantas cosas que te puedo enseñar.

Oh, cariño. La sangre fluyó hacia mis mejillas como loca y no dije mucho, solo escuché esa carcajada satisfactoria de Atlas, —Muy cómico.

—Vamos.

Al salir del auto procedió a cerrarlo confirmando esto por un sonido y juego de luces blancas del bellísimo deportivo en el que nos había traido, su elegancia al caminar alrededor de aquella máquina me mareaba, pero cuando tomo mi mano para dirigirnos a este club tuve que recordarle a mi cerebro como respirar. Un guardia nos cedió el paso y dentro era todo lo contrario a lo que yo me había imaginado.

La música era pegadiza y muy acústica. Hacia la derecha había unas mesas donde había gente comiendo, en el centro personas bailando en parejas —cabe destacar que nada vulgar, nada— siguiendo el son de aquel jazz que se estaba reproduciendo. Hacia la izquierda una gran barra con mucha gente y muchos camareros vestidos muy retro y elegante.

La gente que allí se encontraba no estaba vestida con minifalda y tacones impresionantes, no. Me sentí inmediatamente muy cómoda en aquel lugar, era el tipo de lugar que los hipsters solían llenar por su simpleza y belleza caracteristica vintage que no todos poseen.

Lo amé, y Atlas lo notó, —¿Escogí bien? Mi opción b era un Mcdonalds, por si este no funcionaba.

Hablo a mi oído muy cerca y su aliento rozó mi cuello, mi espalda se erizó por completo como reacción a ello.

—Es precioso —murmure sobre la música, sonriente.

—Vamos.

Atlas se movió por el lugar con confianza y yo de su mano me sentía como una niña nerviosa, los músculos de la espalda de mi compañero se marcaban muy bien con esa camisa y podía ver perfectamente cómo se tensaban y volvían a su forma con cada movimiento que hacía. Llegamos al área con las mesas, las cuales al parecer era por reserva, porque cada una tenía un papel con algún nombre perfectamente escrito.

—A nombre de Danforth, —habló Atlas al enorme guardaespaldas que impedía la entrada. ¿Danforth?

Este miro en una lista que tenía a la mano y se hizo a un lado.

A pesar de ser el mismo club y de no estar separados por una pared este era un lugar diferente, las personas que aquí se encontraban cenando realmente relajadas no parecían quejarse de la música, aquí se oía muchísimo menos. Nos deslizamos hacia nuestra mesa, la cual tenía ese apellido escrito en un papel de reservado.

Atlas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora