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Capitulo Cinco

"Prefiero perder un dedo por hipotermia que a mí amigo"

Emily

Cerré la puerta tras de mí y me apoye de ella soltando un largo suspiro. Me pase la mano por la cara y quitando las gotas en ella y volví a exhalar fuerte.

¿Que fue lo que pasó?

Me temblaban las manos y no sé si era por el frío o por lo que sucedió hace unos minutos. Jamás me habían invitado a un café, mucho menos alguien tan... Guapo. Pasaron demasiadas cosas en tan poco tiempo, yo seguía dándole vueltas al asunto.

Casi me atropellan, por estúpida.
El conductor resultó ser un jodido Adonis de ojos pardos y carácter impredecible.
Tengo un crepé frío en las manos que no sé si mi estómago tenga la fuerza para retener si intento comerlo.
Y se fue la luz a causa de la tormenta eléctrica. Abro los ojos como platos. No hay luz. No veo nada. Está todo oscuro, estoy paralizada en la puerta y se la causa de que mis piernas tiemblen.

—¿Papá? —estaba entrando en pánico, llame a mi padre tratando de controlarme y con la mano tenía la manilla de la puerta muy bien agarrada— ¡¿Papá?!

Podía oir mi corazón latir en mis oídos y estaba entrando en crisis. No veía nada y sentía como si estuviera encerrada en una caja, un pequeño dolor en el pecho hizo que hiciera una mueca y la sensación de ahogo se apoderaba lentamente de mi.

—¡PAPÁ! —grité y cuando ví la luz de una linterna en la cima de las escaleras creí haber visto a Jesucristo.

Mi padre venía apurado hacia mí alumbrando todo, mientras los síntomas de mi claro miedo a la oscuridad y la claustrofobia se disipaban.

—Emily, por dios —decía él, viniendo hacia mí para abrazarme, aún me hormigueaban las piernas— Te he dicho que respires profundo, respira.

Eso hice, calmandome lo mire, —¿Comiste ya?

Asintió, —Si, cariño, hice unos deliciosos sandwiches.

—Te traje un crepé —alcé la bolsa hacia él, no creo que sea capaz de comer, sonreí y el hizo lo mismo.

—Jacobo se lució hoy, eh —bromeó él.

Mierda, Jacobo.

—Ah, si— me aclaré la garganta —Prestame está linterna, debo ir a llamarlo para decirle que ya llegué.

Sonreí nerviosa pero mi padre no lo notó, a el le encanta el crepé, corrí con la linterna por la casa hasta donde estaba el teléfono y marqué su número rápidamente. ¿Cómo pude olvidarme de mi mejor amigo? Debió estarme esperando hasta ahora, la vergüenza recorre mi pecho.

La llamada no sale. Debo disculparme, ¿Que hago?

Dos golpes en la puerta hacen que salte, —Yo abro, —dice mi padre, con la boca llena de dulce.

Me muevo nerviosa hasta la sala viendo la puerta abrirse, revelando un Jacobo empapado y con cara de pocos amigos. Esta enojado, o peor.

Intervengo, si él dice algo mi padre se enteraría que no estuve con él, estaría en problemas, —¡Jacobo, mírate! Estás hecho un desastre, pasa a secarte, oh dios, —me acerco a él para hacerlo pasar— Papá, voy a darle ropa seca a Jacobo.

El asiente, nos mira extraño pero no dice nada. Jacobo esta mirandome de una manera que no me gusta, le hago un gesto con los ojos que se mueva y el hace eso, con la mandíbula apretada y su cabello largo a los lados pegados de su pálida cara, mirándome fijamente y se que quiere asesinarme.

Atlas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora