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Capítulo Nueve.

Desilusión, así le llaman.

Me emborraché un poco. ¿Cuál es el problema?

Estaba alegre, y no podía parar de bailar, no volví a comer en toda la noche. Atlas estaba en sus cinco sentidos bien puestos aunque también había tomado bastante, bailó conmigo absolutamente todas las piezas de la noche y no me podía sentir tan feliz, aunque en parte tuviera la culpa el alcohol.

Lo besé, lo besé mucho. Sus labios se sentían tan bien contra los míos que no podía parar, lo mordí una que otra vez y me encantaba ver cómo se quejaba y luego reía a carcajadas. Al final de la noche estábamos destruidos, Atlas tenía el cabello todo desordenado y la camisa por fuera toda arrugada, yo por mi parte me había quitado los zapatos y andaba en medias panty por la acera hasta el auto.

Hacia mucho frío, no habia ni una estrella en el cielo y tampoco mucha gente en la calle. Íbamos de la mano, el con su perfecto desorden y yo con mis zapatos en la mano, medio borrachos y riéndonos a carcajadas. Fue lo mejor de la noche.

Vimos el coche desde lejos, y le sonreí a mi compañero -El que llegue de último es un huevo frito.

-Ah no, eso no -respondio el entre risas, de esas risas juguetonas y roncas que sueltas cuando ya estás harto de tanto reír.

Antes de que pudiera echar a correr me agarró del brazo y me jaló hacia él, se agachó para levantarme en un movimiento fácil en su hombro. Quedé con el estómago en su hombro y el trasero al aire. Yo rompí a reír como una desquiciada.

-¡Atlas! ¿Que coño haces?

-¡Esa boca! -y sentí el ardor leve de una nalgada en mi trasero.

-¡Ay!

Llegamos al carro, pero él se colocó en la parte del maletero y me sentó en el, abrí mis piernas y él se puso entre ellas, alzó la mirada y podía ver esos ojos pardos casi negros por la oscura noche, algo en mi pecho se apretó, quería besarlo con locura de nuevo, así que alcé su rostro con mis torpes manos y junté de nuevo nuestras bocas. Acerqué mi cuerpo hacia el de él y Atlas me recibió justo como quería.

El beso era lento, pero ya no era en plan romántico como los de antes, era más.

Y yo quería más.

Tal vez estaba caliente de muchas formas por el alcohol, pero enserio lo quería, quería que me tocara e hiciera lo que quisiera. Sus labios fueron constantes pero a la vez impacientes, sus manos viajaron hasta mi trasero y me acercó aún más, yo alborote sus cabellos negros con mis dedos dejándome llevar aún más.

-Esto está mal para mí en todos los sentidos -susurra, separándose un poco de mi para volverme a besar- Soy un puto adolescente cachondo besando una hermosa chica a la media noche de un viernes. Joder, estoy perdido.

Sentí como si estuviese hablándose a si mismo, y lo confirme porque detuvo por completo el beso, se separó de mi y me miraba fijamente. Tan lejos como para no besarse, pero tan cerca como para no querer hacerlo. Se mordió el labio inferior, mientras acariciaba el mío.

Una brisa fría me alboroto el cabello y temblé en un escalofrío.

-Vamos, te llevaré a casa -su mirada sombría y cambio de actitud me alertaron.

-¿Pasa algo? -murmuré yo mientras bajaba del maletero y caminaba hacia el interior del convertible.

-No.

¿Que? Esa frialdad mientras abría las puertas y procediamos a meternos dentro del coche me extrañó demasiado, y me sentí mal. ¿Acaso hice algo mal?

-Con ese cambio de actitud no creo que sea nada -me arriesgue a decirle, a pesar de su cara de pocos amigos.

Atlas se abrochó el cinturón y emitió un suspiro con los ojos cerrados. Me miró después de eso, y solo podía verle un lado del rostro iluminado por los faroles de la calle.

-Quiero tener sexo contigo.

Mierda.

Su frase me dejó sin palabras con que contestar. Y mientras yo abría la boca y la volvía a cerrar como un pez fuera del agua él solo seguía mirándome. Algo en mi vientre se apretó de una forma singular y mi corazón se volvió un manojo de ansiedad que empezó a retumbar como jamás lo había hecho.

Atlas suspiró, -Quiero eso, solo sexo.

El peso en mis hombros después de eso no fue normal. Cómo que si la nube en la que estaba flotando se acababa de esfumar.

-No podría serte más sincero -continuó, al ver que no contestaba- No soy de relaciones formales y no quiero confundirte.

Maldita sea.

-Dijiste que mi padre te vería en casa más seguido -le recordé en un murmullo. Y me di una patada mental por parecer tan ilusa.

¡Por supuesto que quería solo sexo! ¿O acaso es normal que un tipo como él se fijara en una chica como yo?

-No me malinterpretes, -respondió, esta vez con tacto y mirándome de una manera que no pude comprender- Yo... No soy alguien de relaciones, no tengo "novias", y creo que es un punto muy importante por aclarar.

Bufo, y me paso las manos por la cara, -¿Entonces que pretendías con todo esto? ¿Con eso que me dijiste hace unas horas atrás?

Atlas puso en marcha su coche, su mirada se volvió fría, nada comparado al hombre con quien bailé descalza hace un rato. Me sentí asquerosa y usada en cierto modo. Todo esto, este maldito baile, esta maldita cita...

Solo para decirme que se quería acostar conmigo, genial. Estaba furiosa, de maneras que ni yo misma comprendía.

-Para eso era está jodida cita, -suspiró y se pasó las manos por el cabello ya desordenado en un acto de frustración, creo. Me miró directo después ese gesto, y hasta me dió un poco de miedo esa expresión- Soy un hombre sincero, Emily. ¿Acaso no es eso lo que les gusta a las mujeres? ¿Que seamos sinceros con las intenciones? Pues es lo que hago, cariño. Quiero solo sexo. ¿Puedes con ello?

Una mano en el volante y la otra en su regazo, una de sus cejas estaba levantada y su cara era como si le hubiese dicho a una niña que si quería ir a por helado. Crucé los brazos en mi pecho, y fijé mi vista hacia la ventana.

-Llevame a mi casa, por favor -solo dije eso. Escuché el coche tomar vida.

Atlas suspiró, -¿Puedes responderme?

Lo encaré, le di mi mejor mirada de indiferencia fingida, -No, si quieres un juguete sexual puedes vender tu impresionante auto y comprarte una sex-doll. Llévame a mi casa, Atlas.

Pensé que al mirar mi cara se arrepentiría y diría que era una broma, pero no. Solo encendió su coche y empezó a conducir por la carretera, del tiro se me había quitado la borrachera y lo único que sentía era mi pecho apretado y mis ganas de salir corriendo del coche.

Nada más. Fue bueno que me dijera eso antes de involucrarme más pero... Igual, era demasiado decepcionante.

Después de todo así son los príncipes oscuros como él.

Al ver mi casa a través de la ventana del auto, me desabroché el cinturón y quise salir corriendo. Pero Atlas me llamó.

-Hey, -ya tenía un pie fuera del auto, me volteo a verlo, su mirada oscura y fría aún no había cambiado- No dejes tu abrigo.

Eso sin explicación alguna me arrugó un poquito más el pecho. Desilusión, así le llaman.

-Descuida, no cometo el mismo error dos veces.

Y cierro de un portazo y me alejo de mi despampanante caballero negro y su carruaje.

Atlas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora