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Capítulo Cuatro.

En el auto del cazador.

Atlas.

—A casa, Aiden —digo tanteando en el bolsillo de mi abrigo para sacar un cigarrillo y encenderlo.

—Enseguida, señor —murmura mi chófer, deslizando el auto por la estrecha calle de este recóndito lado de la ciudad.

Echó un último vistazo hacia donde se fue Emily, solo veo su puerta cerrarse en la oscuridad, el jardín está lleno de hojas caídas de un frondoso árbol que adorna muy bien la casa. Gotas de lluvia fuerte nublan mi visión de aquel lugar.

Entonces noto un bulto marrón en el asiento a mi lado.

Su abrigo.

Lo tomo enseguida para inspeccionarlo, es suave y de segunda mano, todo mojado por la lluvia que tuvo que aguantar cuando estuvo caminando, su olor a manzanas y canela aún desprendiendose y llenando mi nariz.

Si es así de fuerte este olor en su ropa no quiero ni imaginarme en su cabello, su cuello, su cuerpo... No, Atlas, no vayas ahí.

Verla estrellarse contra el capó de mi auto hace unas horas fue espeluznante, sobre todo porque estaba demasiado concentrado echándole pestes a mi gerente por ser un incompetente y luego, pum, un golpe seco que hace que me detuviera. Tomo una calada profunda a mi cigarro. Que bueno que el semáforo estaba en amarillo y no en verde.

Su cara de confusión me doblegó y verla empapada y confundida me llevó a hacer lo que hice, llevarla a un lugar cálido. Sus ojos negros de borrego asustado movieron esa tecla en mi que nadie hace, sus pestañas todas juntas y húmedas también ayudaron. Definitivamente era una chica muy linda, hasta tierna. Para nada mi tipo de compañera.

Ah pero verla fruncir el ceño y sacar ese carácter que tenía escondido, tal vez solo por cortesia, no lo sé, fue sorprendente. Pensé y juré hacia mí mismo que sería sumisa y nerviosa hacia mi, que puedo ser bastante intimidante si me da la gana. Cómo me miraba y no tenía miedo de decir lo que pensaba fue refrescante. ¡Y cuando se negó a darme su teléfono!

Sonrío de lado para mí mismo, tan a la defensiva para dejar su abrigo en el auto del cazador, bien hecho Emily.

Mi teléfono vibra en el bolsillo de mi pantalón y solo contesto sin ver quién es, —¿Si?

—¿Es así como le contestas a tu madre?

Vuelco los ojos, —Buenas noches, madre. ¿A qué debo el honor?

—No me gusta tu sarcasmo —murmura ella, escucho una voz de fondo y aprieto la mandíbula, es de un hombre y se quién es— Cariño, necesito que me hagas un gran favor.

—Madre, te di dinero suficiente para este mes —suficiente para ella y solo para ella— No me pidas que te entregue más, porque se en quien lo vas a gastar, así que ve diciéndole a tu compañero que puede ir a trabajar y ganarse la vida, que deje de ser un imbécil vividor.

Mi madre suspira y se que que viene luego de esto, —Cariño, no es lo que estás pensando.

—Mamá, no me vengas con cuentos que tú y yo somos adultos, seamos claros. —le digo, con los dientes apretados y mi cuerpo tenso— No estoy para mantener vividores.

Cuelgo.

Doy un suspiro largo y cierro los ojos, necesito drenar está cólera. Cuando veo de frente doy gracias por estar en mi casa, el gran portón marrón frente a nosotros de hace un lado y Aiden procede a pasar al estacionamiento, me bajo de inmediato, con el abrigo de Emily en mano.

Atlas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora