Capitulo trece
Un hueso duro de roer
Me dediqué a verlo, solo eso.
Nuestras manos aún estaban unidas, Atlas aún estaba haciendo esos movimientos circulares en mi palma, mi vientre jamás podría acostumbrarse a eso y mi corazón mucho menos. ¿Porqué alguien tan guapo podría llegar a ser tan patán?
Pero bueno, yo soy peor. A mí me encantaba este patán. ¿Que tienes tú, Atlas Danforth, para que me emociones tanto en tan poco tiempo? Tal vez es que yo soy muy estúpida. Y así, mi mente iba a mil mientras el momento estaba en cámara lenta para mí, su cuerpo en una pose relajada a mi lado, nada que ver con el magnate con que me había encontrado más temprano.
Aún con la boca seca y la garganta rasposa iba a hablar, iba a decirle lo bipolar que era y que tenía que hacer más, mucho más. Iba a seguir mintiendome a mi misma, haciéndome la dura.
Su celular suena, nuestro contacto se rompe.
—Diga —una pausa, sus ojos pardos aun viendome— Estoy en el ascensor, te recomiendo que te calmes, llevo visita. ¡No! ¡No es tu problema a quien lleve a mi jodida casa! —su voz era un grito moderado, grueso y masculino y lleno de impaciente indignación. ¿Quién estaría esperándolo con tanta urgencia? De repente un poquito de polvo en el piso me pareció súper interesante mientras Atlas daba gritos— Métete en mi oficina y cállate, no es mi problema que la hayas cagado y aún así te voy a ayudar, estoy llegando.
Cuelga, y suelta aire por la nariz con el ceño hundido. De esos gestos de frustración que hacía papá cuando estaba arreglando algo y yo no sostenía bien la linterna. A veces, Atlas cambiaba de humor demasiado rápido, podía notarlo, era un hombre lleno de matices y variedades en las que yo, aún con mi orgullo femenino en alto, quería perderme.
—¿Problemas? —pregunté con un hilito de voz, esperando que me gritara por curiosa.
—Gente incompetente a la que hay que reprender —las comisuras de sus rosados labios se elevaron en un gesto muy seductor y a la vez tierno.
—Hablas como si fueras dueño del mundo y tus esclavos estuvieran haciendo mal su trabajo.
Su sonrisa se mantuvo, pero ya no llegaba a sus ojos. Su cara se volvió sombría por unos segundos y luego su atención volvió a mí.
—Me gusta tu espontaneidad —su mano se movió hacia un mechón de mi cabello, para jugar con él. Adiós a mi respiración normal— Pareces una niña cuando se trata de decir lo que piensas, solo lo dices y ya.
—Se llama sinceridad —entorné los ojos, recordé aquella noche cuando fuimos a bailar. Tuve que tragar grueso— Tu también tienes bastante de eso.
Reconocimiento pasó por su mirada, rompió el poco espacio que nos separaba y colocó su mano libre en mi cintura, —Te dije que lo sentía, soy un mal bebedor por si no te diste cuenta.
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Atlas ©
RomansaDesprendiendo arrogancia y testosterona por los poros Atlas no es el hombre ejemplar que Emily querría para su tranquila vida. Para ella es suficiente su té de las cinco. Para él sus problemas deberían consumirse con su cigarrillo. Y aunque en la vi...