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Capítulo Siete.

Primera Cita.

—Llamale.

—Ay, no.

—¡Tienes que llamarle, cobarde!

Estaba frente a Jacobo en la mesa del comedor, mi amigo me estaba apuntando con el tenedor con que desayunaba y la boca llena de tostada, y aunque su expresión se suponía que debía asustarme me daba ternura. Yo no había podido probar ni un bocado, ¿Cómo hacerlo? Tenía un nudo en el estómago para nada normal que no dejaba salir a las mariposas revoloteantes que se ahogaban ahí dentro.

También me sudaban las manos y tenía que pasarlas por mi pantalón varias veces.

Atlas, un joven y atractivo hombre que me había invitado un café y un crepé. Un hombre que parecía sacado de la portada de Vogue o de un comercial de Hugo Boss. Que tenía un encanto terrible. Me estaba invitando a salir.

Santa madre... Quería gritar y llorar al mismo tiempo.

—Si no lo haces tú, me hago pasar por ti, lo juro por Dios.

—¡Calla, Jac! —le di un ligero golpe por debajo de la mesa haciendo que se quejara— Me pones más nerviosa aún.

Solté un suspiro, Jacobo me siguió haciendo el mismo gesto, —¿Que sabes si por culpa de tu jodido nerviosismo e inseguridad te pierdes de la mejor historia de amor de tu vida?

—No te queda lo melancólico.

Bufó e hizo un gesto como para lanzarme su taza de café vacía, —Solo inténtalo, idiota. Solamente tienes que llamar y decir: oh, si. Acepto salir con usted amable señor, —murmura en un acento extraño tratando de imitarme— Y ¡zas!, cuelgas y luego ¡zas!, te lo follas.

—¡Jac!

Mi amigo entrecerró los ojos, nuevamente me apunta con el tenedor, —Niegamelo...

No podía negarselo porque Atlas es extremadamente follable. Pero como buena niña que soy, tampoco lo iba afirmar.

Solo dije:— Lo voy a llamar pero cállate.

—La libertad de expresión es un derecho.

—Tu tipo de expresión debería ser ilegal.

•∆•

Tenía el teléfono de Jacobo en la mano mientras el lavaba los platos. Él había prometido que no se metería en la conversación, solo me aconsejó que fuera natural y espontánea.

¿Cómo coño se hace eso? Puse el teléfono en mi frente y traté de respirar. Fruncí el ceño.

¿Que estoy haciendo? ¿Donde está la mujer regia y valiente que soy? Infle una de mis mejillas y me llene de valor. Tomé mis dos ovarios y marqué su número telefónico. Estuve en pose de guerra todo el tiempo que sonaban los repiques.

—¿Bueno? —entro en pánico. Cuelgo.

—¡¿Que hice?! —me dije, y me di patadas en el trasero mentales y unas cuantas palmadas en la frente.

—No sirves —Jacobo me quita el teléfono y vuelve a marcar, lo pone en el altavoz.

—¿No estabas lavando trastes?

—Una amiga en apuros no se cambia por unos trastes.

En dos repiques Atlas contestó, su voz era fría y tenía un aire de irritación, —¿Si?

Atlas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora