Un último tabaco.
O eso quería hacerse creer. Hoy era uno de esos días en que la conciencia lo acusaba de que todo en su vida estaba mal, que todo estaba jodido. El reloj marcaba las cuatro y quince de la madrugada y el aún no podía dormir.
Menos porque la chica desnuda a su lado había decidido quedarse, justo ahora en medio de su crisis interna. Quiso echarla de su casa como muchas otras veces en las que solo descargaba tensión sexual, pero hoy lo había logrado convencer y se estaba arrepintiendo, un buen polvo era solo eso. ¿Acaso no lo entendía?
El hombre estaba sentado en su cama, mirando a la ciudad dormida a través de la pared de cristal que adornaba su fría habitación. Las luces de los edificios opacaban lo nostálgico del cielo, frío y gris. El humo del cigarrillo lo relajaba, mientras lo veía salir espeso de su boca.
Tomó una última calada y lo colocó en el cenicero.
—Maldita sea —se dijo en un susurro.
Puso sus codos en las rodillas para alborotarse el cabello azabache y jalarlo un poco. Si, estaba jodido. Se levantó y se acercó al ventanal solo para ver más de cerca la ciudad, desde su vista imponente parecía ser el rey, con absoluto control de todo.
Dinero y poder, ¿Quien no era feliz con eso? Muchos mortales como él solo suspiraban con el sueño de tener lo que él tenía a su corta edad. Un imperio en construcción, control absoluto, familia que lo quería...
Familia.
Se quedó allí por unos minutos más, admirando esa jodida mentira.
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Atlas ©
RomanceDesprendiendo arrogancia y testosterona por los poros Atlas no es el hombre ejemplar que Emily querría para su tranquila vida. Para ella es suficiente su té de las cinco. Para él sus problemas deberían consumirse con su cigarrillo. Y aunque en la vi...