Capítulo 4

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–¡Kong! ¡Kong! Despierta Kongpob. ¿Puedes escucharme?

La única reacción que obtuvo Arthit de Kongpob después de darle varias sacudidas fue el que él abriera levemente sus ojos. Arthit se asustó al ver que estos parecían estar inyectados en sangre. Para cuando se acercó a ver de cerca, Kongpob cerró los ojos, intentando dormir de nuevo. Su cuerpo estaba helado, aunque estaba cubierto por la sabana y sus constantes temblores le habían hecho imposible descansar.

Ya que Kongpob no estaba en posición de poder levantarse por sí mismo, Arthit tuvo que hacer un esfuerzo para cargarlo hasta llevarlo a su cama. Observó a Kongpob unos segundos, preocupado por su salud y esperando a que la comodidad de un colchón suave disminuyera su malestar.

Arthit no pudo evitar preguntarse por el momento en el que aquel niño flacucho y escuálido que lo perseguía alrededor de los jardines de su casa fue que desarrolló músculos.

Después de una cantidad considerable de quejas, Arthit finalmente logró acomodar a Kongpob sobre su cama. Se encargó de envolverlo bajo varias mantas mucho más gruesas para mantenerlo alejado del frío de la noche. Afortunadamente, después de forzar a Kongpob a tomar algunos medicamentos que Arthit tuvo que moler y tratar de bajar su fiebre con paños húmedos, Kongpob parecía estar recuperándose.

Mientras Arthit suspiraba de alivio, sentado en silencio junto a Kongpob en la misma cama, observando constantemente su rostro dormido, su mente se olvidó de la conversación que había tenido con Nam al principio del día. En cambio, sus pensamientos se desviaron en su pelea del día anterior.

Nam se había burlado directamente cuando él le dijo que Kongpob era su amigo. Y posiblemente, ella estaba en lo correcto. Arthit sabía que no podía calificar la relación de ambos como amigos en ese momento, pero también recordaba que no siempre había sido de esa forma. Si miraba hacia el pasado, cuando él y Nam se conocieron hasta que comenzaron a salir, no recordaba que en algún momento su amistad con Kongpob hubiese cruzado por su cabeza por meses, o incluso, un año.

Era una pena que su amistad se enfriara. Ambos vivían literalmente uno junto al otro, la casa de Kongpob estaba detrás de su jardín. Habían crecido juntos, pero, aunque sabía que su infancia avanzo a la par, Arthit no pudo recordar algún momento significativo que hubiesen vivido juntos como amigos.

Arthit se recostó por primera vez en el saco de dormir de Kongpob, abandonado en un rincón de la habitación, tratando de respetar la intimidad de Kongpob y su afán por no compartir la cama. Trató de acomodarse en el suelo frio y duro, intentando buscar en lo más profundo de su memoria y recordar todo lo que pudiera acerca de su relación.

Arthit debió haber tenido cerca de siete años, a lo mejor ocho, cuando conoció a Kongpob. Ese día sus padres contrataron al de Kongpob como jardinero. Recordaba que él era un niño tímido y callado pero que incluso cuando era pequeño siempre tenía una gran sonrisa que lo hacía lucir especial. Kongpob era tan alegre y sincero. Como si él estuviese realmente feliz en cada momento. Arthit podía recordarse genuinamente emocionado al conocerlo. Él siempre había sido hijo único y de un día a otro ya tenía un niño de su edad con el cual jugar. Incluso estuvo aún más emocionado cuando descubrió que Kongpob y su padre se mudarían justo detrás de su casa.

Pero, por alguna extraña razón, en realidad no veía a Kongpob tan a menudo como le hubiese gustado. Podía asegurar que hubo meses en los que sus caminos no se cruzaban. Kongpob era muy trabajador incluso cuando era un niño, él solía ayudar a su papá a menudo, por supuesto, no trabajaba en los jardines. O al menos eso creía Arthit porque con la frecuencia con la que él paseaba por ahí seguramente habría ido a hablar con él en cada oportunidad que tuviera.

Si el mañana nunca llegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora