Capítulo 2

810 146 33
                                    

Arthit se quedó mirando su plato lleno de comida. Esta se veía tan poco apetitosa que su estómago no estuvo de humor para fingir que podía comérsela sin vomitar en el proceso. 

Siguió observando su cuchara jugar con el arroz pegajoso mientras evitaba volver la vista a hacia su novia, quien estaba de un humor demasiado entusiasta para ser del todo sincero. Nam hablaba demasiado, tanto que parecía que no se daba tiempo suficiente para respirar por seguir contando su interminable historia, sin dejar que él pudiera decir una sola palabra. Y Arthit apostaba a que sabía exactamente la razón del por qué ella no lo dejaba hablar, esa era seguramente, porque una vez que lo hiciera, esa conversación iba a terminar en una acalorada discusión.

Pero su humor ya no podía empeorar. Arthit se dejó hundir en la sensación de ser un hombre realmente amargado.

Aquel fue el tercer fin de semana consecutivo que Nam había aparecido afuera de su puerta sin ninguna invitación previa. Ella llevó comida y una pequeña maleta con ropa, con la intención de sentirse cómoda en el departamento durante los siguientes dos días. Ignorando que Arthit le dijo específicamente que no podía quedarse, e incluso, sin importarle que él había inventado una excusa poco convincente sobre querer salir a beber con algunos de sus amigos. Aun cuando ambos sabían la verdadera razón de haberse negado. Una por la que incluso habían discutido al respecto demasiadas veces para contarlas. Y que al parecer sería la razón de su próxima, e inevitable pelea.

Arthit pasó demasiado tiempo luchando consigo mismo sobre cuál era la posición que debía tomar en ese momento. Entendía las razones de Nam, en realidad lo hacía. Él también quería pasar tiempo con su novia. Pero, al mismo tiempo, aberraba la idea de que Kongpob se limitara a dormir en una banca al aire libre.

Y si se tratara de una sola ocasión, posiblemente, una noche al mes, no le habría molestado demasiado. Pero aquello se había convertido en una actividad semanal para Nam, y Arthit estaba bastante seguro de que ella lo estaba haciendo a propósito. Lo que aún no decidía era si realmente valía la pena pelear con ella por la misma razón de siempre, especialmente porque entendía que no estaba del todo equivocada. Arthit, de todas formas, se sentía atado, molesto por que Nam no era para nada comprensiva con la situación. Nam estaba aún inmersa en la emoción de su larga charla mientras que él había dejado de escucharla, entretenido en empujar con indiferencia la comida en su plato.

Ambos se sorprendieron cuando de forma completamente inesperada el sonido de un fuerte trueno rompió el cielo. Las nubes comenzaron a deshacerse, liberando gotas que traspasaron las finas cortinas hasta que se hizo tan fuerte que el suelo debajo de ellas se convirtió en un pequeño charco.

Arthit se puso de pie, siendo eso, aparentemente, todo lo que necesitaba Arthit para tomar la decisión de empujar su plato lejos de él e ir por su chaqueta sobre el sofá. Él buscó con la vista sus llaves que encontró en segundos sobre la encimera de la cocina y apenas notó cuando la mano de Nam lo detuvo antes de que se dirigiera hacia la puerta.

–¡Espera, Arthit! ¿A dónde vas?

–Iré a buscar a Kongpob.

–¿Y qué hay de mí? ¿Olvidaste que me quedaré aquí el fin de semana?

–Sé que dijiste que te quedaras... Pero ve lo fuerte que esta la lluvia. No puedo dejar que Kongpob duerma en la calle con este clima. Sólo será esta noche de todas formas.

–No dormiré en la misma habitación que un hombre extraño, Arthit.

–Bien, entonces, cuando regrese, te llevaré a casa. O si ya terminaste tu comida, podemos irnos ahora.

Arthit sabía muy bien que cada palabra que salió de su boca en ese momento solo hacía que su inevitable pelea fuera aun peor. Y aun sabiéndolo, no pudo importarle menos. Todo lo que quería era tiempo para posponer la pelea e ir tan rápido como pudiera a salvar a Kongpob de empaparse por la lluvia.

Si el mañana nunca llegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora