Capítulo 6

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Debía de haber algo malo con él.

A Arthit no se le ocurría otra explicación para que se estuviese comportando de una manera tan poco característica de él. No sólo tomó la decisión impulsiva de cambiar su cama por dos más pequeñas, sino que también se había peleado voluntariamente con su novia Nam. Siempre había odiado la forma en la que ella trataba a Kongpob, por lo que, se alegraba de que los días en los que lo echaba del departamento para que él durmiera en alguna banca estaban terminados.

Aunque, en realidad, todo aquello pasó en parte por su culpa. Arthit le había permitido a Nam comportarse de esa forma grosera con Kongpob.

Arthit sabía que en cuanto más accediera a las demandas de Nam, ella poco a poco iba a apoderarse de su vida. Y de su departamento. Uno que era tanto suyo como de Kongpob y eso era algo que Nam necesitaba aprender a respetar, al igual que debía hacerlo con el mismo Kongpob.

Pero si lo único que hubiese hecho fuera el hecho de que cambió su cama y finalmente se decidió en enfrentar a su abusiva novia, no estaría tan confundido. Pero, desafortunadamente, había más misterios en su extraño comportamiento y no estaba exactamente seguro de la razón era ni de cómo identificar cual era el problema.

De alguna forma sentía que últimamente le estaba prestando demasiada atención a Kongpob. Un poco más allá de lo usual. Casi alcanzando un nivel de obsesión con todo lo que tenía que ver con él. Un ejemplo de esto era que, en las tres semanas que habían pasado desde que compro las nuevas camas, no había permitido que Nam se quedara a dormir. Además de que no podía estar tranquilo si Kongpob no regresaba al departamento a la hora correcta. Algo que lo llevó a pensar en otro ejemplo. Asegurarse de que Kongpob regresara a dormir de alguna manera se convirtió en una meta personal, una que consistía en pasar por él todos los días a su último trabajo, cada noche sin falta. Después se encargaba de inventar una excusa para ir a algún restaurante y hacer que Kongpob comiera lo suficiente hasta que estuviera satisfecho. Incluso había comenzado a levantarse temprano para ayudarle a prepararse un desayuno, algo que terminaba en Arthit llevando a Kongpob a la universidad para sus clases matutinas.

Arthit podría atribuir a que la mayor causa del cambio en su comportamiento se debía a la profunda culpabilidad que sentía por haber tratado a su amigo de la infancia de una forma tan deplorable por tanto tiempo. Claro, y eso debía explicar también el por qué estaba despierto a las tres de la madrugada mientras miraba fijamente el rostro de Kongpob dormido, estando a sólo unos centímetros de distancia.

Viendo lo afiladas que eran las líneas de su mandíbula, lo perfectamente recta que era su nariz, aquellas pecas que salpicaban la piel de sus mejillas y una marca de nacimiento bastante notoria en el lado derecho de su cuello. Kongpob era un hombre bastante atractivo, y si él hubiese dedicado al menos una fracción de su vida en pensar en el amor, quizá hubiese tenido un romance por allí y por allá. Aunque, en realidad, eso no era mejor que dedicarse a trabajar duro para salir adelante.

Y volviendo al problema principal en su mente, toda esa atención que tenía sobre Kongpob era muy real, palpable y peligrosa. Algo que le incitaba a querer hacer más que observar, quizá tocar.

Algo que no tenía ningún sentido. Ese era un impulso completamente fuera de lugar. En todos esos años, ese inexplicable deseo nunca se manifestó ni una sola vez. Y ahí estaba él, comportándose de lo más raro, queriendo cosas que jamás había imaginado.

Arthit estaba confundido, sobre todo porque en ese momento tomó la mano de Kongpob la misma que vendó cada día. Su mano era cálida, áspera y ruda. Y, por alguna razón, el contacto piel con piel siempre dejaba un ligero hormigueo en la mano de Arthit. Algo que también sucedía cuando recordaba lo suave que se sentía la piel del cuello de Kongpob bajo las yemas de sus dedos.

Si el mañana nunca llegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora