En aquel entonces, cuando Kongpob tenía sólo trece años, él realmente no tenía idea de lo que significaba estar enamorado o sentir lujuria hacia alguien más. Inclusive, no sabía lo que era sentirse atraído por otra persona. Él ni siquiera había pensado en la diferencia entre si era niño o niña de quien era correcto enamorarse. Pero aun así, no estaba seguro de si el gustar o gustarle a alguien, enamorarse, o llegar a estar a una relación, era algo a lo que él, algún día, querría aspirar a tener.
Ninguno de esos pensamientos se cruzó por la cabeza de Kongpob mientras luchaba día a día, poniendo todas sus fuerzas en sobrevivir. Evitando a otras personas para evitar problemas, alejándose de lo potencialmente perjudicial, y sobre todo, de su padre, siempre que tuviera la oportunidad.
Y sin embargo, así Kongpob trató de ser un bloque de hielo, su padre sabía lo que él sentía por Arthit. Que el hijo del jefe era alguien importante por él, era su mejor amigo después de todo. O, al menos, eso era lo que Kongpob supuso que eran él y Arthit, mejores amigos. Aunque Kongpob hubiese hecho todo lo posible por evitar casi toda interacción posible con Arthit o su familia. Rara vez pisaba la casa principal a menos que fuera explícitamente invitado. Y aun así, él y Arthit se veían de vez en cuando. Y Arthit casi siempre le llevaba dulces o juguetes para compartirlos con él.
Pero, a lo largo de los años, Arthit se convirtió lentamente en alguien más que el consentido hijo del propietario. Más que su supuesto mejor amigo. Más que la única persona que podía hacerlo sonreír. Más de lo que Kongpob podía entender, porque él aun no sabía que significaba lo que sentía por Arthit, ni si ese sentimiento tenía algún nombre.
Encontrarse con Arthit azar en algún momento se convirtió en un silencioso éxtasis en el fondo de su estómago. Y los juegos en los que se entretenían, habían hecho que el corazón de Kongpob latiera con fuerza al escuchar la risa de Arthit. Y esas sensaciones que pudieron haber sido algo agradable de experimentar, lo dejaban especialmente confundido.
Y después de varios meses de tener esas emociones desconcertantes dando vueltas en su cabeza, Kongpob finalmente encontró una palabra para definir sus sentimientos. Una que describía justo lo que sentía cuando veía a Arthit. Y el descubrimiento fue aborrecedor.
Kongpob estuvo trabajando casi todo el día en el invernadero, por lo que el largo trabajo lo había dejado agotado. Él miró satisfecho los resultados de su trabajo duro y decidió darse un descanso, feliz por las dos semanas de descanso que tendría ya que su padre había salido fuera de la ciudad. Incluso ese día lo habían invitado a cenar en la casa principal, como todos los demás días de la semana anterior. Lo que significaba que tendría la buena suerte de encontrarse a Arthit. En general, ese día había resultado excelente. Así que cuando Kongpob finalmente salió del invernadero y dobló hacia su casa, encontró a dos personas contra la pared, protegidas por las sombras. Ambas figuras estaban envueltas, aferrándose la una a la otra mientras emitían ruidos de satisfacción.
Esa fue probablemente la primera vez que Kongpob experimentó el sabor amargo de los celos. Su vista se nubló con furia y su corazón se oprimió en su pecho. La rabia e ira fundiéndose en el interior de su cuerpo. Estaba viendo a su mejor amigo, Arthit, abrazar y besar apasionadamente a una chica de su clase, justo ahí, detrás de su casa. Y eso fue suficiente para eliminar cualquier rastro de felicidad en él y remplazarlas con dolorosos celos.
Todo pensamiento racional fue arrojado por la ventana con forme los segundos pasaban y Kongpob seguía contemplando la escena. Odiando casa segundo que permanecía ahí, pero, sin ser lo suficientemente valiente para alejarse. Continuando la tortura y dejando que el dolor consumiera sus sentimientos. Grabándose en la cabeza esa imagen y convenciéndose de que nunca seria él quien recibiera un beso de los labios de Arthit. Nunca seria él. Nunca.
Arthit probablemente algún día dejaría de hablarle, seguiría adelante con su vida y todos aquellos pequeños recuerdos con Kongpob quedarían en el olvido. Pero Kongpob sabía que él, en cambio, se quedaría estancado. Igual que en ese momento. Hecho piedra en el lugar en donde se dio cuenta de la angustiosa e inevitable realidad de estar enamorado y descubrir que el primer amor era un sentimiento agridulce y doloroso. Más cuando estaba condenado al fracaso, incluso aunque fuera platónico.
Y aunque Kongpob nunca se hizo ilusiones sobre mejorar su vida, o pensar en que el futuro podría ser mejor. Menos sobre una imposible posibilidad de tener una relación con Arthit, aquello seguía siendo un punto de esperanza muy mínimo, pero viviente, en el fondo de su corazón. Bastó esa combinación de decepción e ira para que, por primera vez en su vida, Kongpob hiciera algo tan poco característico de él. Algo de lo que incluso años después, seguiría arrepintiéndose.
Esa noche, guiado por los celos y la realidad, robó una fotografía del rostro de Arthit, una que llegó a convertirse en su posesión más preciada. Años después, esa fotografía seguía guardada en la billetera de Kongpob. Maltratada y gastada, cuando en el pasado había sido hermosa. En ella seguía apreciándose la sonrisa de Arthit con sus ojos fijos en la cámara, mostrando sus mejillas hinchadas con hoyuelos, sus largas y negras pestañas y un brillo malicioso en sus ojos.
Era sólo una fotografía. Nada con algún significado oculto, una simple foto de su mejor amigo. Y la gente guardaba fotografías de sus amigos, ¿cierto? Porque así fue como Kongpob se justificó.
Arthit no podía ser suyo para besarlo, y nunca lo seria para nada más. Pero había una cosa que Kongpob si podía reclamar como suyo, y eso era una fotografía de Arthit. Algo que le pertenecía sólo a él y a nadie más.
La miraba cada vez que tenía la oportunidad. Acariciaba la superficie lisa de la imagen en secreto, permaneciendo en su bolsillo en todo momento, y a la que recurría cuando se sentía especialmente solo o asustado. Habló con esa imagen de Arthit durante horas, contándole historias a las que nadie le platicaba. Incluso, en un momento de locura, le dio su primer beso a ese pequeño trozo de papel.
Y a medida que pasaba el tiempo, con forme fue creciendo y dándose cuenta de que significaban todas sus acciones guiadas por extrañas emociones, finalmente le dio nombre a todo lo que sentía cuando veía o estaba con el hijo del propietario. Y aunque el real estaba demasiado lejos para él, Kongpob se sentía feliz con tener al menos algo que le recordara a Arthit. Con sólo fantasear con el hijo del jefe de su padre no habría decepciones, ni esperanzas que serían aplastadas, o un dolor en su corazón cada vez que tuviera celos, tampoco decepciones ni altas expectativas.
Kongpob era feliz siendo sólo él, y la fotografía del chico del que se había dado cuenta que estaba enamorado. En ese momento no pensó en lo demás, ni en averiguar cuáles eran las complicaciones de estar enamorado de alguien de su mismo sexo. No pensó en la sociedad, ni en si estaba mal. Sólo en lo que Arthit significaba para él. Para Kongpob no era problema amar a Arthit aunque él no le correspondiera, entonces ¿por qué a los demás les importaría? Además, Kongpob no planeaba hacer nada al respecto. Y sin embargo, quizá fue sólo porque se sentía incapaz de siquiera intentarlo.
Fue un secreto hasta un año después de haber robado la fotografía, cuando esta cayó en manos de la única persona que probablemente nunca podría entender sus sentimientos. Y ese fue el momento en que el padre de Kongpob se dio cuenta de que su hijo era gay.
Esa fue la primera vez que el castigo fue más que insoportable, Kongpob incluso no se sintió sorprendido de saber que el hombre que pateaba con fuerza sus costillas, hasta romperlas, no era su verdadero padre. Ni de darse cuenta de que, seguramente, desde el ultimo día en que su madre estuvo con vida, habia sido condenado a nunca salir de ese infierno en el que su vida se había convertido.

ESTÁS LEYENDO
Si el mañana nunca llega
RomansaKongpob y Arthit han sido amigos toda la vida, algo que hizo que inevitablemente Kongpob creciera admirando a Arthit, y que con el tiempo se enamorara de él. Después de un tiempo de haber estado separados, sus destinos han vuelto a unirse. Y ambos l...