Capítulo 5

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Kongpob sintió la suavidad de la almohada y el colchón debajo de su rígido cuerpo, mientras su cerebro atontado comenzaba a sacudirse lentamente la somnolencia que nublaba su cerebro debido a los medicamentos. Pudo sentir el dolor en sus extremidades siendo aún más agudo al estar apoyadas en la comodidad de una cama después de mucho tiempo. Si no le hubiese golpeado de inmediato el aroma cálido y familiar de Arthit a sus sentidos, se hubiese demorado más tiempo en adivinar en donde se encontraba durmiendo. Estaba rodeado de ese olor inconfundible, envolviéndolo por completo bajo el grueso edredón.

Una vez que se dio cuenta del lugar en donde se encontraba, con su fiebre finalmente fuera de su sistema, tenía que levantarse. Kongpob no tenía idea de cuánto tiempo había estado enfermo ni de los días en los que molestó a Arthit por tener que cuidar de él. Así que con esa motivación trató de salir de la cama lo antes posible. Pero, de alguna manera, no pudo lograr que su cuerpo se moviera. Kongpob se dejó caer de nuevo. Sus ojos no se abrían del todo para tratar de adivinar qué hora del día era.

Todo en lo que pudo pensar mientras se dejaba consumir nuevamente por la cálida superficie en donde estaba era en robar sólo cinco minutos más de la paz prestada que estaba disfrutando y descansar sus músculos adoloridos, rodeado de la abrumadora esencia del hombre que provocaba toda clase de sentimientos agridulces dentro de él.

Incluso estaba contemplando la idea egoísta de acurrucarse un poco más cerca de la almohada y olerla a profundidad cuando sintió un toque delicado rozar su mejilla. Una suave caricia que se arrastró lentamente por su mandíbula hasta presionar sus yemas frías contra la piel enrojecida de su cuello, después un cálido aliento seco aterrizó a sólo unos centímetros de su rostro, diciendo su nombre en voz baja y tranquila.

Kongpob abrió lentamente los ojos, encontrando a Arthit a centímetros de su rostro, mirándolo con una prominente preocupación que arrugaba su frente, una expresión que fue reemplazada de inmediato por el alivio en el momento en que sus miradas se encontraron. Arthit le mostró una breve sonrisa mientras que su mano todavía toqueteaba el cuello de Kongpob, él observó en silencio su rostro unos segundos antes de que un susurro ronco saliera de su boca.

–Hola.

Kongpob quiso responder, en realidad lo deseó, pero él se quedó sin habla. Había despertado tan repentinamente con el rostro de Arthit a centímetros del suyo y aquello nubló aún más sus sentidos. Además, seguía sintiéndose enfermo, después de todo había estado en cama por no sabía cuánto tiempo.

–¿Como te sientes?

Arthit le preguntó tan suave como le fue posible, y aquello casualmente fue acompañado de una sutil caricia de su parte. Él froto con su pulgar la mejilla de Kongpob, a lo largo de las afiladas líneas de su mandíbula, y Arthit no se percató de que su acción fue suficiente para dejar a Kongpob sin palabras. Y después de mirarse fijamente a los ojos por segundos eternos Kongpob entendió que la única forma en la que lograría dar una respuesta era si ponía un poco de distancia entre ambos. Así que se dejó caer sobre su espalda, girando en lado contrario a él, con la única intención de alejarse de la gran distracción que era Arthit.

Pero en lugar de romper su contacto como había pretendido, Arthit se movió junto con él y su cuerpo entero se cernió sobre Kongpob, su mano no abandonó su cuello y sus ojos se negaron a dejar de mirarlo. Arthit seguía buscando con persistencia algún rastro de enfermedad en el rostro de Kongpob, inconsciente de que el corazón del chico debajo de él latía salvajemente contra su débil pecho. Y la razón de que Kongpob sintiera que le faltaba el aire tenía muy poco que ver con que apenas se hubiese recuperado de una fiebre alta.

Y cuanto más tiempo Kongpob se quedaba congelado por la cercanía de Arthit, se dio cuenta de todos los detalles en él que nunca habia podido apreciar. Las pequeñas motas de oro en los iris de sus ojos, las largas pestañas de Arthit rosando su piel pálida y su leve ceño fruncido que se acentuaba cada vez más a la espera de una respuesta.

Si el mañana nunca llegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora