Esas noches calurosas, no podía evitar salir en busca de algo de brisa, y desde las alturas, no podía evitar pensar en su muerte ¿Qué le pasó a la chica con la mirada perdida y la sonrisa que gritaba demencia? ¿Se cayó, se lanzó o alguien la tiró?
Mirando al vacío desde el quinto piso, la chica del pelo color café y ojos sin color se dio cuenta de que ni siquiera podía lanzarse. Resulta que el verbo lanzar no permite lanzarse a uno mismo, por lo que, gramaticalmente hablando, ni siquiera podía lanzarse del maldito balcón. Y eso le causaba a la chica muchos dolores de cabeza, porque se daba cuenta de que ni siquiera podía morir sin cometer errores. Pero a ella los errores le importaban poco, y la idea de hacer algo imposible le parecía muy atractiva ¿Quien era la lengua para impedirle lanzarse?
Después seguía mirando al suelo, al punto donde se imaginaba su cuerpo y sus ojos sin color, ahora también sin vida. Vistiendo un camisón blanco con bordados florales y su pelo color madera y chocolate esparcido por el suelo de esa calle sin nombre. Y mientras dibujaba en su mente como reflejarían los rayos de luna en la piel cálida de su cuerpo inerte, se dio cuenta de que esa era una imagen demasiado bonita como para regalar al mundo. Porque ella estaba dispuesta a dar muchas cosas, pero el mundo ansiaba muerte, y eso no era algo que sus manos pudiesen dibujar.
Y esas noches calurosas, a falta de brisa, se convertía en viento. En silencio y sin zapatos, se apresuraba a salir de su habitación. Dejaba atrás el pequeño balcón de barandillas de pintura desgastada y se paraba un segundo a observar el sueño de Mery, su compañera de cuarto, porque había muy pocas cosas tan asombrosas como los sueños y viéndola dormir, creía posible verlos. Ella estaba bastante convencida de que era incapaz de soñar dormida, porque los gastaba todos estando despierta, pero esos no tenían tanta gracia. Vivía en un mundo de noches vacías y días soñados y la idea de una buena noche de sueño le sonaba lejana y maravillosa.
Cerró la puerta sin hacer ruido, como si las bisagras estuviesen de acuerdo en que era mejor no despertar a la preciosa Mery de sus sueños y nada más salir al pasillo de interminables puertas, se dio cuenta de que había más silencio del normal. Porque el silencio se podía contar. A ella le pareció una explicación perfectamente válida que en esa planta, alguien estuviese teniendo un sueño realmente importante y que el mundo no la quisiera despertar. Porque el mundo era muy caprichoso.
Sin querer llevarle la contraria, caminó por encima de las tablas de madera viejas de puntillas, como si solo pisase aire, como si en realidad, no estuviese allí.
Eso era lo que ella se pasaba la vida pensando, que tal vez, no estuviese allí. Nada cambiaba con su presencia, y nada cambiaría sin ella. Era una chica que no cambiaba nada, pero al mismo tiempo ella era un cambio de por sí. Era capaz de hacerlo todo del revés, pero el mundo no era tan inestable como para temblar por una chica delgada y sin voz que había decidido darle la vuelta.
Y caminando de puntillas, empezó a coordinar sus pasos. Deslizaba sus brazos con movimientos parecidos a las caricias y movía su cuerpo con soltura, como si fuese natural caminar así. Y nadie podía decirle que eso no fuese bailar. Cerró los ojos y empezó a tararear una canción sin nombre en su cabeza. Y siguió bailando y se olvidó de todo lo que había a su alrededor.
Bailando sin un mañana por los pasillos de pintura blanca desgastada, parecía más un espectro que aquellos que la rondaban. Tal vez atraídos por la calidez de sus pisadas. Pero no solo era calor, también era frío, porque esa noche era la encarnación de los vientos y las tormentas. Y no solo era caricias y solturas, también era el caos y el desorden de los deseos sin respuesta. Porque esa noche lo era todo y lo era nada, y debajo de sus ojos vacíos se percibía una mirada que podía robarte el alma.
El ritmo que ella misma se estaba inventando sonaba tan alto en su interior que no escuchó cómo se desvanecía el silencio, y siguió bailando sin seguir ninguna clase de regla. No habría sido capaz de decir qué estaba bailando exactamente, pero no sentía la necesidad de dar explicaciones a nadie, ni siquiera a los dos chicos que encontró boquiabiertos mientras la miraban bailar.
Sin saber bien cómo, había acabado en uno de los patios interiores del colegio, un lugar al que probablemente no habría sido capaz de llegar con los ojos abiertos. Y allí se encontraba la razón del extraño silencio. Uno que al contarlo, era mayor que el del día anterior o la semana pasada.
Vio a dos chicos mirándola anonadados, y sin saber quienes eran, les deseó las buenas noches, y sin dejar de bailar, volvió por donde había venido. Porque era de mala educación no desear las buenas noches a aquellos que, como ella, no podían dormir. En vez de preguntarse quienes eran o que estaban haciendo esos dos chicos en ese patio desconocido, se preguntó por qué no podrían dormir "¿No podían soñar, o tal vez lo hacían demasiado?".
Los dos chicos que habían estado a punto de batirse en duelo por algo que ya no eran capaces de recordar, se preguntaron quien era la chica que bailaba descalza y sin melodía, pero que sorprendentemente parecía seguir un ritmo sordo, tal vez incluso el que marcaba la luna. Y sin ser capaces de decir ninguna palabra, ni desearle buenas noches a la chica del camisón blanco e historias en la mirada, la vieron marchar con los mismos pasos hipnóticos con los que había llegado.
-¿Quién es esa chica?- fue capaz de preguntar uno de ellos mientras sentía el revolver pesado entre sus dedos.
-No lo sé- dijo el otro en respuesta, y pensó que hacía mucho tiempo que no decía esas mismas palabras, o al menos no con tanta convicción.
Ambos guardaron sus revólveres en su cinturón al mismo tiempo, porque sabían que esa noche, ya no iban a ser capaces de apretar el gatillo. Ni mucho menos hacer algo para lo que creían estar completamente preparados, morir. No sin saber quién era ella.
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Aquello sin nombre
FantasyLyra cree en todo, menos en lo mayoría que concierne a lo terrenal, y lleva mucho tiempo perdida en su propio mundo de soles que esperan a que se despierte y mariposas que la espían. Pero una noche sin brisa en la que deambula bailando como un espec...