dulzura contenida

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Ese viernes Lyra se despertó por el sonido de la campana del desayuno, habiendo dormido tantas horas que ni siquiera supo dónde se encontraba cuando abrió los ojos y vio el techo blanco y desgastado de su habitación.

Mery se levantó de un salto de la cama, exaltada y gritando a Lyra que se diese prisa. Por mucho que le gustase dormir a Mery, no le agradaba llegar tarde a los sitios y había dependido tanto en los hábitos de insomnio de su compañera que la despertaba junto al sol todas las mañanas, que se había olvidado de cómo ser puntual.

-¡Vamos a llegar tarde!- decía Mery mientras daba vueltas por la habitación, sin hacer nada en realidad.

Lyra salió de la cama con su habitual tranquilidad y se vistió sin dramas, rápida y eficientemente, acabando antes que la compañera que no paraba de moverse y de cambiar cosas que no iba a utilizar de sitio. La esperó en la puerta, mirándola moverse de un lado a otro como un pollo sin cabeza y no pudo evitar reírse, porque probablemente ya estarían desayunando si la puntualidad no le importase tanto.

Bajaron las escaleras casi volando mientras la falda de bailarina de Lyra se movía con los trotes de las escaleras. A primera hora tenía "bailes y libertades" y por eso llevaba sus medias blancas, su falda de gasa y sus zapatillas de ballet colgadas al cuello. Llevaba su pelo largo y ondulado suelto y enmarañado porque a Mery no le había dado tiempo de peinárselo, pero este parecía contento en su perfecto desorden, así que no dijo nada.

Ambas desayunaron con prisa, por muy en contra que estuviese Lyra, porque había bailes puntuales y la forma de bailar de la Sra.Caraline era definitivamente puntual. Lyra, al ver los pasos sin error y las instrucciones sin perdón de la profesora, supo enseguida que se había equivocado con el nombre de la clase. Pero no por ello dejó de intentar encontrarle libertades a sus bailes.

-Siento llegar tarde- dijo Lyra entrando, después de haber llamado a la puerta, en la inmensa sala de baile de interminables espejos y paredes azuladas, más a los bailes que a la Sra.Caraline, quien la miraba con desaprobación. Como no le había negado la entrada, interpretó su silencio como una invitación a unirse a la clase.

Pasó con la cabeza agachada entre pasos estrictos, mejor y peor ejecutados, hasta llegar a su sitio al fondo de la clase y empezó a calentar, porque los músculos necesitaban un poco más de movimiento para despertarse. Después se ató sus bailarinas con extremada torpeza (era Mery quien solía atárselas) y se incorporó a los pasos coordinados del resto de la clase.

Intentaba seguir al pié de la letra los movimientos y las instrucciones de la profesora, que los ejecutaba en frente de la clase ante la atenta mirada de aquellos alumnos que ella misma había colocado delante. Movía sus brazos y sus piernas calculando ángulos y contando segundos, pero el ritmo de la música que salía del tocadiscos y los rayos de luz que se colaban por el inmenso ventanal le susurraban que se moviese a sus anchas.

Y cada cinco pasos, daba uno en falso, desplazándose con más dulzura que precisión. Creando una marea de sensaciones a su alrededor. Tan concentrada en los pasos que debería estar ejecutando, que no se dio cuenta de que alguien la estaba mirando.

Alguien de sonrisa infinita la veía moverse descoordinadamente mientras perdía de golpe su expresión de alegría, sustituyéndola por algo más real. Miraba casi hipnotizado a la chica con el pelo enmarañado y zapatos desatados en una clase de recogidos engominados y estricta perfección. Y entre tantos pasos en falso, parecía estar conteniendo su dulzura.

-¡Srt.Strauss, concéntrese!- se escuchó retumbar en la sala, haciendo parar a la bailarina de la dulzura contenida. El chico de la mirada brillante, como si hubiese salido de un trance, siguió con su camino. Pero sin olvidarse de la chica que bailaba al ritmo de la luna.

-Amary, ¿Por qué no enseña a su compañera?- le dijo la profesora a la chica de la primera fila, quien con un "por supuesto Sra.Caraline", había recorrido el camino hasta llegar a Lyra entre los pasos que se iban degradando con una gran sonrisa de suficiencia.

Lyra ni siquiera sabía cómo era capaz la profesora de fijarse en sus pasos con la distancia que se había asegurado de colocar entre la bailarina rebelde y su perfecta parte delantera.

-¿Lo has entendido?- le preguntó la chica de la primera fila después de haber ejecutado una serie rápida de pasos premeditados y sin gracia.

-No- respondió con su habitual honestidad, pero Amary ya se encontraba en camino a su tan atesorada posición junto a la profesora.

-Simplemente intenta mantenerlo todo dentro. Hay momentos y lugares para soltar los sentimientos y no todos son apropiados- le dijo sin previo aviso su compañera de última fila, porque aquellas que quedan atrás no tienen más remedio que ayudarse entre ellas.

Las palabras de su pequeña compañera tardaron unos momentos en tomar forma en la desordenada mente de Lyra, pero cuando lo hicieron, resultaron ser la clave para los bailes perfectos.

Ella, tan acostumbrada al caos de los sentimientos con o sin pretexto, comprendió que también había que guardarse cosas. Y el arte de los sentimientos enterrados tenía baile. Un baile ordenado, pero poderoso, porque no había cosa más intensa que los pensamientos encerrados.

-Eres una genia- le dijo a su compañera, quien no podía comprender su rostro de acabar de desvelar una verdad oculta.

Lyra se guardo una sonrisa y una pequeña frustración en sus adentros y bailó midiendo ángulos y contando segundos.

Las clases de "bailes y libertades" duraban al menos cuatro campanadas, porque era una lástima desperdiciar los músculos calentados y era mejor bailarlo todo del tirón. Al día siguiente le dolerían incluso los dedos de los pies.

Aquello sin nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora