Mientras Lyra se perdía entre estrellas, lunas, soles y cartas que no había tenido la fuerza de pintar, Margarita Perpemplaun se adentraba en la noche en busca de respuestas para su amiga. Respuestas más mundanas y menos proféticas, pero respuestas de todos modos.
Vestida en una capa negra con capucha que cubría sus ondas doradas, tocó la vieja e insospechada puerta de madera en un orden específico y miró a cada lado de la calle para asegurarse de que no la veía nadie antes de entrar.
Margarita no tenía magia y era dolorosamente consciente de ello, pero las chicas doradas como ella tenían otra clase de poder. Influencia, palabras, encanto y engaños. Astucia, dinero y una cara bonita. Y mientras Margarita estaría perdida en una noche sin marea, se movía entre la gente de la ciudad con mucha más facilidad que Lyra.
-Ya estábamos empezando a echarte de menos por aquí- le dijo el hombre que le había abierto la puerta. Berwin Gaddium, dueño de la joyería más lujosa de la ciudad y uno de los hombres más ricos de la ciudad. A Margarita se le revolvían las tripas cada vez que ese hombre se acercaba a ella, no sabía si por su horrendo aliento, la caspa que podía ver entre sus canas o por la manera en el que la miraba. Seguramente todo lo anterior. Se vendía a sí mismo como un hombre de familia, pero eso no le impedía intentar ligar con Margarita cada vez que la veía. Margarita simplemente se guardó las ganas de vomitar y sonrió al hombre mientras este la agarraba por la espada y la guiaba al interior de la casa.
El apellido Perpemplaun, su astucia e indudablemente, su aspecto, abrían muchas puertas a Margarita en esa ciudad. Mientras no había oficialmente nadie que gobernase la ciudad, la autoridad de las compañías de Las Desgracias y Las Sonrisas era la que acababa rigiendo la ciudad. Pero el dinero seguía teniendo mucho valor, y por debajo de las compañías, se había formado la Junta de Empresarios, en otras palabras, un grupo que juntaba a las personas más ricas de la ciudad con el objetivo de adquirir alguna clase de poder. Y Margarita había conseguido hacerse un hueco entre todos esos hombres ricos y ambiciosos con una sonrisa.
-El colegio mantiene ocupado la mayor parte de mi tiempo, pero jamás me perdería una reunión tan importante- le contestó Margarita con su mejor sonrisa.
-¡Por supuesto! Lo más importante es la educación- dijo Berwin antes de apoyar su mano en la parte baja de la espalda de Margarita y guiarla por el oscuro pasillo hasta llegar a una sala abarrotada de hombres de trajes lujosos y chillones. Tan absurdos como los vestidos que le había descrito Lyra de su noche en La Casa de las Lágrimas. Margarita suprimió el escalofrío que recorrió su cuerpo con el contacto de la mano de Berwin.
Había mucho alboroto en la habitación, lo cual no sorprendió a Margarita. Todos los hombres de esa sala se pensaban con más derecho a hablar que el de al lado. Todos se pensaban más ricos, más inteligentes, más carismáticos que el otro. Pero Margarita no se hacía más pequeña en esa sala de voces tan altas. Ella era muy consciente que para tener algo de autoridad allí no podía rebajarse a utilizar los mismos métodos que el resto por el simple hecho de que era mujer. Su padre hubiese entrado en esa sala y alzado su voz como el resto, pero Margarita debía ser más astuta. Por eso, en vez de sentirse pequeña, aguardaba su momento.
Había aproximadamente veinte hombres en la sala de paredes blancas desgastadas, todos situados alrededor de la grande mesa de madera ovalada. Ella se mantuvo junto a Berwin pese a la distancia que quería poner entre ambos, sobre todo porque había descubierto hasta dónde llegaba su interés en ella. La deseaba y Margarita sabía como utilizarlo. Cuando algún hombre en esa sala cuestionaba su presencia, Berwin acudía rápidamente a defenderla, declarando la importancia del apellido perpemplaun o su influencia en El Colegio. La informaba de la próximas reuniones y le contaba las últimas noticias sobre la ciudad, por lo que lo mantendría cerca, por el momento.
El alboroto continuó hasta que uno de los hombres golpeó la mesa con un martillo de madera, produciendo un ruido hueco que trajo consigo el silencio de la sala.
-Hoy nos reunimos para discutir sobre un sujeto que lleva rondando la ciudad desde su construcción. Su falta de gobierno o regente promueve el caos y el libre albedrío. Esta ciudad requiere un régimen- anunció el hombre que dirigiría esa reunión. Margarita se quedó perpleja con el tema de esa noche.
-¿Propones que nosotros cojamos el mando? Las compañías jamás lo permitirían. Sirentre no es una ciudad corriente, nos destruirían- dijo otro hombre. Desde luego, Las compañías jamás permitirían que unos hombres cualquiera intentaras coger las riendas de la ciudad, por muy ricos que fuesen, porque la magia seguía teniendo mucho más poder que el dinero. Por otro lado, lo último que necesitaba aquella ciudad era ser gobernada por esa panda de egocéntricos e ingenuos hombres que ya hacían todo lo posible por agrandar las diferencias sociales. No quería ni pensar qué harían teniendo las riendas de la ciudad.
-Propongo que demos el poder a una de las compañías- dijo el hombre. Margarita ahogó un grito. Las compañías no podían tener más poder aún. Y menos solo una. La existencia de dos compañías las anula entre sí, ninguna podía tener poder en exceso. Pero si eliminabas una, la otra podría hacer lo que quisiese.
Se extendió una ola de murmullos por toda la habitación. Margarita se mantuvo callada.
-¿Qué beneficio tendría eso para nosotros?- por supuesto, el beneficio propio, no el bien común.
-Ambas compañías nos necesitan. Comida. Armas. Ropa. Todo lo hacemos entre las empresas representadas por los aquí presentes. Habrá una guerra, y nosotros la abasteceremos. Después, apoyaremos a una de las compañías y estará en deuda.
Otra ola de murmullos se extendió por la habitación. Margarita no podía creerse que eso fuese siquiera una opción.
La ola de murmullos se convirtió en una clase de aprobación general.
-Una guerra tendría repercusiones catastróficas en la ciudad. No solo materiales sino humanas. No solo estarían en peligro todas las posesiones inmobiliarias, una guerra incrementa la pobreza de la mayor parte de la población, por lo que la gran parte del público no tendría los medios de adquirir los productos que ofrecéis. También viviríamos en una zona de guerra donde pondrías en peligro a toda vuestra familia, sin mencionar que no sabemos qué repercusiones podría tener poner tanta magia en medio. Podría alterar el ya frágil sistema de la ciudad- habló Margarita sin pensarselo dos veces. Normalmente no ofrecía sus pensamientos, porque no valían para nada, al menos no exponerlos de esa manera. Normalmente sus ideas las implantaba con susurros, guiños y astucias, pero esa noche no pudo aguantarse. Pero Margarita jugó a su juego y solamente mencionó que tenían ellos que perder con una guerra, no qué perdería el resto. Todos se quedaron pensativos unos momentos, pero no duró lo suficiente como para que ninguna de sus palabras acabase por penetrar.
-¿Y que sabe una niña como tú sobre guerra?- rió uno de los hombres, y con él, todos los demás. Nadie mencionó el hecho de que ellos tampoco habían vivido nunca una. Margarita no respondió, porque sabía que no serviría de nada.
Los hombres se rieron un rato de ella, y después siguieron hablando de los detalles de su futura guerra ¿Pero qué había causado tal repentino cambio? Jamás había habido susurros de una guerra en esa ciudad, de dar el poder a una de las compañías, de romper el ya frágil pero sorprendentemente estable orden de la ciudad ¿Estaba todo conectado con lo que le había contado Lyra?
Si la magia cambia, también lo hará la ciudad.
Esas palabras golpearon a Margarita como un puñetazo en el estómago, y no sabía qué hacer con ellas.
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Aquello sin nombre
FantasyLyra cree en todo, menos en lo mayoría que concierne a lo terrenal, y lleva mucho tiempo perdida en su propio mundo de soles que esperan a que se despierte y mariposas que la espían. Pero una noche sin brisa en la que deambula bailando como un espec...