Pasillos ambulantes

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Lyra tenía planeado marcharse en cuanto sintiese la magia irse, pero cuanto mayor la borrachera, mayor es la resaca. La magia se fue con la salida del sol y ante la falta de sueño que había tenido durante las horas de magia, Lyra quedó completamente agotada con su marcha. En contra de sus instintos, se quedó completamente dormida en una de las muchas camas de la temida Casa de las Lágrimas y contra todo pronóstico, soñó.

Como de costumbre, Lyra estaba perdida. Se encontraba caminando por pasillos de madera desgastada, pintura blanca color diente y presencia extraña. Los distintos corredores sin puertas se juntaban entre ellos para despistarla y si se daba la vuelta, descubriría que se movían a sus espaldas. Qué pasillos más raros, aquellos que no te dejan ir a donde quieres ¿Pero a dónde quería ir? ¿Acaso quería llegar?

A Lyra no le interesaban especialmente los destinos, entonces ¿Por qué tenía tanta prisa en llegar?

Una niña pasó corriendo delante de ella y su risa resonó en las paredes de los pasillos. Pero no se trataba de una risa divertida, no, las niñas que saben cómo moverse por pasillos dispuestos a no dejarte llegar no tenían risas alegres.

Decidió seguir a la niña, que andaba dando dos pasos con la pierna derecha y uno con la izquierda, como si estuviese jugando a alguna clase de juego. Su pelo rubio le colgaba en perfectos tirabuzones, botando en su espalda mientras murmuraba una canción. Lyra no necesitó entender la letra para saber que no era una de aquellas canciones premonitorias que cantan los niños, y desde luego, tampoco era de cuna. Era de las que auguraban algo malo.

Dió un giro repentino a la izquierda, donde, hacía unos segundos, no había ningún hueco y el pasillo se fue disipando. Se convirtió en humo, cenizas y sombra hasta no ser más que noche ante los ojos de Lyra. Qué pasillos más raros, aquellos que se van sin previo aviso.

No tardó en darse cuenta de que se encontraba en las mismísimas calles de Sirentre, pero el viento no parecía viento cuando la traspasaba. Miró alrededor para darse cuenta de que la niña de la risa extraña había desaparecido y se tensó al instante. Tenía la sensación de que alguien estaba jugando con ella.

Y entonces escuchó un disparo y supo de inmediato que alguien quería que ella lo presenciara. Corrió en dirección del ruido sin pensarlo, siguiendo el olor de la pólvora como si fuese un camino marcado. Conocía perfectamente ese lugar. Su plaza para cantar. Y en medio, un padre desconsolado, una niña muerta y Yurick Marah sosteniendo una pistola.

A Lyra se le cayó el alma a los piés. En el suelo de piedra negra se esparcía lentamente un charco de sangre y la desgracia del padre podía incluso verse en el aire a su alrededor. Yur pareció dar una orden a sus hombres y la desgracia fue desvaneciendose. Ni siquiera sabía cómo la habían recogido. En el hombre ya no había sufrimiento. No había nada, y Lyra no supo que sería peor. Ahogó un grito, aún sabiendo, que de alguna manera, no podían escucharla. Porque no estaba allí, pero tampoco estaba soñando. Ella no soñaba.

Y entonces todo empezó a desvanecerse, como lo habían hecho los pasillos. Pero entre tanto humo, creyó ver una lágrima caer por la mejilla de Yurick Marah.

-Buenos días Srta.Strauss ¿Has dormido bien?- Lyra tardó varios segundos en procesar donde se encontraba y se relajó al comprobar que no había pasillos ambulantes a su alrededor. Pero no tardó en volver a alterarse al ver a Yurick Marah apoyado en el marco de la puerta. Reprimió las ganas de alejarse ¿Podía lo que había visto ser verdad? Seguía teniendo la extraña sensación de que alguien estaba jugando con ella, pero no sabía quién ni a qué. Decidió no hacer nada por el momento, porque se dio cuenta de que no conocía las calles de Sirentre tan bien como ella pensaba y mostrarle su miedo al chico de las desgracias no era una acción acertada.

Aquello sin nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora