príncipes azules

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Lyra dobló el pasillo sintiendo aún pinchazos en las suelas de los piés y una seria falta de oxígeno, cosas de las alturas. Y como necesitaba con toda su alma escribir qué se sentía a tanta altura, se encontró con su salvador para alejarla de la pluma y el papel. Porque nunca podía escribir cuando más quería hacerlo.

-Oh no- dijo como un reflejo acelerando el paso, pero, al parecer, a los chicos sonrientes se les daba bien seguir el paso.

-Oh sí- respondió Zaid Ellish con su sonrisa infinita colocándose a su lado.

-¿Que quieres?- frenó de golpe y él lo hizo al mismo tiempo, como si lo hubiese previsto.

-Lo quiero todo- Lyra, la amante de todo lo imposible, soltó un suspiro.

-De mi, que quieres de mi.

-Por hoy, solo quiero informarte sobre el pago de tu deuda.

-Por hoy y por siempre, no pienses que habrá una segunda vez.

-Las damiselas como tu tienen demasiada tendencia a meterse en apuros como para no volvernos a ver

-¿Eso en que te convierte? ¿En un principe azul?

-Puedes llamarme lo que quieras.

-Ve al grano.

-¿Podemos ir a un lugar más privado? Estoy convencido de que nuestro encuentro creará numenoros e inconvenientes cotilleos.

-No te preocupes, las paredes de este colegio ya saben lo que vas a decir antes de que lo hagas, tienen ciertos poderes adivinatorios en cuanto a dramas se trata.

-Sígueme- le indicó mientras la agarraba de la muñeca y la empujaba antes de haberle dado su consentimiento. Lyra no dijo nada, estaba cansada y sabía, por experiencia, que los chicos tan pagados de sí mismo conseguían todo lo que se proponían.

La condujo por los pasillos como si fuesen suyos, con el camino bien marcado y paso definido, sin miedo a dañar los suelos. Acabaron en un patio interior que ella desconocía, decorado por algunos árboles y rodeado por paredes blancas aparentemente calladas.

-¿Como conoces tanto la escuela?

-Estudio aquí- Lyra no le había visto nunca, pero tampoco se sorprendió, porque apenas era capaz de recordar las caras de sus compañeros de mesa.

-¿Y qué quieres de mi?

-Quiero que bailes para mi.

-No soy una buena bailarina, estoy convencida de que cualquiera de las otras chicas podría satisfacer mejor tus expectativas.

-Tal vez, pero te quiero a ti.

-¿Cuándo?

-Cuado yo te lo diga.

-¿Qué quieres que baile?

-Música

-¿Y depués me dejarás en paz?

-No quires que te deje en paz.

-Sí que quiero.

-Nos vemos pronto- dijo antes de salir por donde habían llegado y desaparecer entre los pasillos. Lyra se quedó allí unos momentos, mirando al cielo y volviéndose a preguntar qué había hecho mal.

Margarita, que olía los problemas y a los chicos que podían romperte el corazón a kilómetros, no tardó en aparecerse ante Lyra mientras arrugaba la nariz como si siguiese un rastro. Las paredes calladas no impedían funcionar a los entrenados sentidos de la chica dorada, porque la tendencia a meterse en problemas de su amiga la mantenía constantemente en práctica. A veces, Lyra se preguntaba si en realidad no estaría usando magia, pero la magia no era lo único desconocido en el mundo y había otras cosas que podían funcionar igual de bien.

-¿Sabes quien es?- le preguntó Margarita sin poder olvidarse de la sonrisa del chico que acababa de salir. Una sonrisa inconfundible, casi como si estuviese firmada.

-Sí, mi príncipe azul.

-¿Fue él quien te salvó la otra noche?- tampoco necesitaba preguntarlo para saber la respuesta, pero a veces las confirmaciones ayudaban a digerir las malas noticias. Otras veces no.

-¿Acaso no es encantador?- preguntó ironicamente.

-Lyra... Te estás metiendo en un juego muy peligroso. Esos dos no son chicos normales.

-No, no lo son, pero no dejan de ser chicos. Y los chicos se acaban cansando de las chicas que no pueden controlar.

-Esperemos que no sean tan amantes de lo imposible como tu- dijo con una risa amarga.

-¡Dios nos libre de todos los amantes de lo imposible!- exclamó Lyra riendo. No solía mencionar a ningún dios, y desde luego, si lo hacía, no se refería a ninguno en particular. Pero a veces hacía falta referirse a una fuerza mayor.

Margarita rió, y ante su falta de preocupación, sintió como sus hombros se relajaban. Lyra era fuerte y poseía cierto don para salir ilesa de las peores situaciones posibles. Había personas que nacían para caminar por el borde del acantilado sin caerse, y desde allí se veían las mejores vistas. Y mirando a Lyra, sabía que podría levantarse incluso si caía.

Lyra le describió la cara de Amary cuando el chico de las sonrisas la había mandado a la última fila y ambas rieron. Siempre se sacaba algo bueno de toda situación, incluso si se trataba simplemente de una cara enfadada.

Aquello sin nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora