Esa noche Lyra había dado tantas vueltas sordas alrededor de los pasillos que la ignoraban que había conseguido dormirse del tirón. Un descanso sin sueños, pero descanso de todos modos.
Se despertó en cuanto salió el sol y no pudo evitar sonreirle, porque habría jurado que había salido un poco más tarde de lo normal. Aunque solo fuesen unos segundos. El sol había salido un poco más tarde para que ella pudiese dormir un poco más. En modo de susurro, le dio las gracias y se apresuró a despertar a Mery, quien seguía profundamente dormida a pesar de los suaves rayos de sol que traspasaban las finas cortinas blancas de la habitación. Pero las personas de sueño profundo no se despertaban con caricias. Lyra abrió por completo las puertas que daban al pequeño balcón y se deleitó del pequeño ajetreo mañanero que ya se podía escuchar por todo el edificio.
La bronceada figura de Mery resaltaba sobre las sábanas blancas mientras observaba como movía su pequeña nariz pecosa, como si estuviese oliendo que era hora de despertarse.
-Mery, es de mala educación hacer esperar al mundo- le dijo a su compañera quitándole las sábanas a las que está se aferraba con fuerza.
-El mundo no me echará en falta- dijo Mery con la voz ronca y tapándose la cabeza con la almohada para protegerse de la luz. Lyra decidió que las primeras palabras del día eran, sin duda, las más dulces.
-Eso tu no lo sabes, tal vez estés destinada a hacer algo grandioso hoy- le dijo Lyra con una sonrisa y por muchas miradas escépticas que le lanzase Mery, sabía que no podía rebatir sus argumentos. Por muy lunáticas que sonasen las palabras de Lyra, había llegado a descubrir que esa chica con la mirada perdida no sabía mentir. Mery se levantó de un salto de la cama con mucha energía y el ánimo por las nubes, porque, puede que ese día lograse algo grandioso.
Se plantó delante de su pequeño armario de madera mirando las pocas prendas de ropa que tenía, las cuales, más que por su forma, las nombraba por su color porque para ella, esa era la única razón para escoger una prenda u otra. Lyra había llegado a esa escuela con dos vestidos, uno azul, y otro blanco y nunca había necesitado nada más, pero Mery la había convencido de que necesitaba más. No con el argumento de que necesitase más ropa, sino con el de que nunca se tienen demasiados colores a nuestra disposición.
-¿Qué te dice hoy el día?- le preguntó a Mery sin levantar los ojos de su armario como lo hacía todas las mañanas. Al principio, esta no había sabido que contestar a esa pregunta "el día no me dice nada ¿Por qué me iba a decir nada a mi?" Pero al final, había comprendido que lo único que quería Lyra era saber qué ponerse y así, había encontrado un modo de que está se pusiese ropa adecuada para el día.
-Azul- le contestó, pensando en que asignaturas tenía ese día.
Lyra se puso el vestido azul, disculpándose ante los demás colores de su armario. La prenda era entallada en su cintura y vaporosa en la parte inferior hasta llegar por encima de las rodillas. Había sido, hasta la época, escandaloso enseñar tanta pierna y lo seguía siendo en muchos lugares, pero allí, en el Colegio De Las Ciencias, Las Artes y Otros, habían roto tantos estándares sociales que las rodillas habían dejado de tener importancia. Claro que, la mayoría de estos seguían bien arraigados, incluso en los lugares más revolucionarios y por esa misma razón, Lyra había tenido que contenerse a bailar descalza solo durante la noche.
Dejó a su compañera trenzarle el pelo en un recogido complicado porque había descubierto que el pelo suelto era solo una molestia, pero al mencionar la idea de cortárselo, Mery había perdido la cabeza. En esa absurda discusión sobre larguras de cabello, habían llegado al acuerdo de que Mery le recogería el pelo de tal manera, que ni siquiera lo notaría y así, ambas quedarían satisfechas.
-Un día acabarás mareando a mi pelo- dijo Lyra distraída mientras Mery trabajaba concentrada.
-Tal vez entonces se deje de enredar.
A las siete (con unos segundo de retraso gracias a la amabilidad del sol) sonó la campana que anunciaba el desayuno y casi como si lo hubiesen acordado, se abrieron las infinitas puertas de esa planta al mismo tiempo, dejando salir al jaleo que llevaba un rato confinado en las habitaciones y extenderse por todo el edificio. Todas la mujeres de esa planta se apresuraron a salir de sus habitaciones para bajar al comedor y los pasillos se llenaron de voces y de colores.
A Lyra los avisos de la campana le importaban más bien poco, pero coincidía en que el desayuno debía comenzar a las siete, y por lo tanto, como todas las demás, bajo las escaleras siendo solo un color más. Por el contrario, si te hubieses fijado, hubieses descubierto que aunque llevase los mismos zapatos negros con unos pocos centímetros de tacón que las demás, ella no hacía ruido al caminar. Probablemente solo fuese la costumbre que había cogido al caminar de noche sin molestar los sueños importantes, pero incluso de día, seguía andando como si solo tocase el aire que se posaba en la superficie del suelo, sin pisarlo de verdad.
Ese día, para desayunar, habían servido leche caliente con miel y pastelitos de almendra y chocolate y Lyra, tras colocar su ración de tres pastelitos en forma de pirámide, había comenzado con uno de los pastelitos de la base, derrumbando la pirámide.
El gran comedor con techos altos y suelos de madera oscura se dividía en tres mesas sin fin, y Lyra y Mery, se sentaban en el borde final de la mesa de la izquierda.
Los alumnos, que formaban para Lyra bultos de colores brillantes y otros no tan brillantes, charlaban y comían y hacían ruido formando una atmósfera ajetreada que envolvía toda la sala. Por muy triviales que fueran las conversaciones de desayuno, a Lyra le encantaba el alboroto, porque ayudaba a despertar a los muebles.
-Lyra ¿Me estás escuchando?- escuchó de repente por encima del ruido.
-No- dijo ella, pero en vez de prestar atención a Mery, siguió tan ensimismada como de costumbre.
Sonó la campana que indicaba el final del desayuno y el comienzo de las clases y todos se levantaron de la mesa como si los asientos quemasen. El comedor se vació en filas de colores y las únicas que permanecieron allí fueron Lyra y Mery, porque Lyra no estaba de acuerdo con esa campana y pensaba que era el desayuno quien debía decidir cuándo acabar.
Mery se levantó de la mesa despidiéndose de ella alegando que no podía llegar tarde a clase y salió por la misma puerta por la que habían salido todos los demás, haciendo ruido al caminar, pero no tanto como otros.
Las señoras de la limpieza no tardaron en entrar en el comedor vacío, donde nadie había pensado siquiera en recoger su taza ni sus migas. Pensó, que tal vez, ninguno de ellos lo había hecho nunca.
-Señorita, no tiene porqué ayudarnos a recoger, es nuestro trabajo- le decía siempre MaryAnn Stillson, una señora pequeña y de sonrisa amable que Lyra había llegado a apreciar mucho, porque quedaban pocas persona con la mirada dulce.
-MaryAnn, cuantas más seamos, antes terminaremos- le contestaba siempre ella intentando imitar su sonrisa.
-Señorita, lo que tenéis que hacer las jóvenes hoy en día no es ayudarnos a limpiar, sí no inventar algo para que no tengamos que hacerlo.
-Hasta que eso ocurra, seguiré ayudando.
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Aquello sin nombre
FantasyLyra cree en todo, menos en lo mayoría que concierne a lo terrenal, y lleva mucho tiempo perdida en su propio mundo de soles que esperan a que se despierte y mariposas que la espían. Pero una noche sin brisa en la que deambula bailando como un espec...