subir para bajar

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Lyra arrugó la nariz, porque ese jueves por la tarde, por debajo de ese olor a felicidad que inundaba siempre la mayor parte de la ciudad, había otro aroma. Olía a mercado. Y unos segundos después de haber arrugado la nariz, sonaron las campanas de La Torre, anunciando su apertura.

No esperó a ninguna de sus amigas para bajar corriendo las escaleras de madera y adentrarse en el comienzo del alboroto. Puso a un lado los deberes de pintura o poesía, no se acordaba de quien se los había mandado, así que había empezado a dibujar palabras con rima, pero aquello podía esperar. En cambio el mercado podía desaparecer en cualquier momento.

En Sirentre había tres mercados diferentes; el alto, el bajo, y el de las noches sin marea. Nada más salir a la calle, Lyra vio el mercado alto colocado encima de los tejados de las casas, había escaleras para subir de las calles a los techos y rampas para pasar de tejado en tejado y puestos de casi todo lo que te podías imaginar.

No tardó en trepar por una de las escaleras, apareciendo ante puestos de vestidos hechos con telas lejanas y baratijas brillantes. Olía a especias desconocidas y los vendedores gritaban sus bajos precios y la excelente calidad de sus productos.

-Las chicas bonitas como tu necesitan cosas que brillan- le dijo un hombre que vendía anillos, colgantes y pendientes con un acento que no reconoció. La bisutería tenía incrustadas pequeñas bolas de cristal de diferentes colores, algunos que incluso ella no sería capaz de mezclar.

-Las chicas, en general, no necesitan nada para brillar, pero los brillos nunca vienen mal- pero ella no había subido al mercado alto para comprar baratijas, había subido para bajar al mercado bajo.

Ambos mercados llegaban a la vez, pero mientras el mercado alto era fácil de encontrar, necesitaban saberse algunos trucos para bajar al mercado bajo. Porque en el mercado alto se vendía todo lo que se podía imaginar, pero en el bajo se vendían algunas cosas que no se podían imaginar.

Cruzó algunos tejados hasta llegar a una ventana que hacía esquina y entró por ella, evitando ser vista. El edificio por dentro no era una vivienda, sino un pequeño laberinto de paredes que conducían a unas escaleras por las que solo se podía bajar. A pesar de su horrible sentido de la orientación, había recorrido ese camino tantas veces que ni siquiera se equivocó en los cruces y no tardó en llegar hasta la boca de las escaleras, donde la esperaba el guardián del mercado bajo.

-Mira a quién tenemos aquí, a la mismísima Lyra Strauss- dijo Terri con una sonrisa y señalándola con las manos- llevas viniendo aquí desde los siete años y cada vez estás más guapa.

-Lo mismo digo, Terri, cada vez que vengo estás más guapo- le respondió devolviéndole la sonrisa y el piropo. Terri era el guardián del mercado bajo y si el no te daba la aprobación, no podías bajar y su incalculable edad no le detendría para evitar el paso a cualquiera.

-No hace falta que mientas por mi. Lo único que cambia en mi es la largura de mi barba y las dimensiones de mi barriga.

-No te subestimes. Muchos mejoran con la edad.

-Bueno, bienvenida de nuevo al mercado bajo- dijo haciéndole un gesto hacia las escaleras que bajaban, pero no subían y Lyra no tardó en empezar a descenderlas, prometiendo a Terri que volverían a verse pronto.

Aunque no tuviese nada que comprar, Lyra nunca había perdido la costumbre de acudir, porque siempre podía encontrarse algo que no sabías que necesitabas. Los artículos expuestos en mantas y puestos móviles de madera de las profundidades de Sirentre no eran nunca lo que parecían ser y allí los vendedores, en vez de gritar precios, gritaban las propiedades mágicas de sus objetos. Pero no eran esos los artículos que interesaban a Lyra, a ella le gustaban los artefactos por los que estaba obligada a preguntar, porque las cosas interesantes nunca se gritaban a los cuatro vientos.

El submundo de Sirentre era estrecho, oscuro y húmedo, desde luego, no se trataba de un lugar turístico. Las paredes color tierra parecían acercarse demasiado las unas a las otras, casi como si quisieran comerte. Y por ser un lugar indeseable, era perfecto para vender esa clase de objetos no aptos para la enseñar a la luz del día.

Escuchó anunciar talismanes contra los maleficios y telas fabricadas específicamente para realizar boodu. Perfumes para enamorar y tinta que ayudaba a que las rimas fluyeran. Y entonces encontró a una señora demasiado callada como para vender algo aburrido. Se trataba de una mujer pequeña y envejecida, pero cierto aire elegante.

Se paró delante de su manta repleta de colgantes, broches y otras mil cosas cuya función ignoraba, se sintió atraída por unos pendientes que había casi camuflados entre todos los artilugios. Eran seis aros color bronce que iban disminuyendo en tamaño, Lyra no tenía tantos agujeros hechos en las orejas, pero no tenía problema en hacerlos, en caso de que le interesasen sus propiedades.

-¿Qué son esos aros?- le preguntó a la señora.

-¿Y por qué deberían ser algo? Son aros- respondió distraída, pero mientras más trabas pusiese ella, Lyra sabía que mayor sería la recompensa.

-Me han llamado, y a mi la nada solo me llama los martes 13.

-¿Y que le contestas?

-¿Pues que le voy a contestar? Nada- dijo soltando una pequeña carcajada- Estaría loca si lo hiciese.

-¿Qué te dicen los aros?

-Me preguntan que qué es lo que quiero.

-¿Y qué quieres?

-Muchas preguntas y pocas respuestas ¿Es mi respuesta el precio por los pendientes?

-Puede- respondió, mirándola de arriba abajo. Lyra conocía esa clase de miradas, estaba intentando mirarle el alma, pero eso no era algo tan fácil de ver. Al final pareció desistir- Los pendientes conceden deseos, uno cada uno. El pequeño puede concederte un pequeño soplo de buena suerte y el grande, el grande puede hacer que alguien se enamore completamente de ti.

-Bueno, no se bien lo que quiero, pero puedo decirte con total seguridad que es lo que no quiero- dijo Lyra y la señora asintió tras pensárselo unos momentos- Muerte, no quiero muerte.

-Ven aquí niña- Lyra no tardó en acercarse a la señora, sentándose a su lado. Se hizo el pelo a un lado y ella no tardó en colocarle los pendientes color bronce de mayor a menor. Le hizo en el momento la mayoría de agujeros, pero ella ni se inmuto. Pagó los 10 krims que la señora le pidió y se levantó para irse, pero ese solo era el precio del aro, los deseos los había pagado con su respuesta o puede que con algo que había visto la señora en su alma- Ten cuidado con lo que deseas.

Aquello sin nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora