Desde siempre la habitación de Bill había sido terreno restringido por él mismo, nadie podía tener la osadía de pasar sin un permiso previo, aunque por lo regular aquel lugar era de nimia importancia para todo aquel que quisiera saber de él, por el simple hecho de nunca estar allí, exceptuando la hora de la siesta (aunque algunas veces se piraba a altas horas de la noche o bien, no llegaba a siquiera dormir). Sin embargo, había un reducido número de personas que entraba diariamente a asear la habitación; aspirando, esculcando, puliendo, recogiendo y sacudiendo cada reconvengo del área, pero justo aquel miércoles por la mañana a Elizabeth, la abuela del joven libertino, le apeteció entrar a ver la realización del quehacer cotidiano, supervisando recostada en el marco de la puerta, manteniendo su fría mirada en todo lo que aquel grupo de sirvientas hacían y tocaban, ya que le daba ligera curiosidad observar las pertenencias de su nieto.
La anciana andaba muy centrada en todo ello, poniendo a las mujeres del aseo extremadamente nerviosas, ellas sabían que limpiar ese lugar era de mantener discreción por las cosas que contenía. Bill les pagaba una mínima cantidad extra para que escondiesen sus jeringas, botellas vacías y frascos de medicación no prescripta, además de tener la labor de colocar sus narcóticos en lugares imperceptibles, como cajones cerrados o bajo la cama, puestos previamente en bolsas o cajas. Pero en esos momentos, no podían realizar dichas acciones con aquellos objetos ilícitos teniendo la mirada constante de la señora de la casa. Pensaron meter discretamente las jeringas, botellas y frascos en las bolsas de basura rápidamente mientras una de ellas trataría de distraer a la señora Foster con alguna charla particular, sin duda sin duda todo iba a salir bien, pero el error fue que una de las mujeres, quien era la más joven metió la mano bajo la cama y se pinchó con una de las jeringas, soltando un quejido que alertó a la anciana.
— ¡Auch! —exclamó la jovencita llamando la atención de la anciana, quien corrió a ver lo que sucedía.
Las demás mujeres pusieron una marcada expresión de preocupación, sabían perfectamente que el secreto del joven corría peligro. Lamentablemente no podían hacer nada, más que lanzarse miradas entre ellas, indicando que todo estaba por volverse un tremendo lío, gracias a esa muchacha que por su incompetencia o bien, por el descuido ganado por los nervios que traía gracias a la mirada frígida de Elizabeth.
— ¿Qué te ha pasado, jovencita? —preguntó algo asustada la señora, pero sin quitar esa mirada que indicaba poca empatía, mientras tanto, la chica no decía nada; porque se había percatado de las miradas de sus compañeras—. Niña, responde.
—No es nada..., señora Foster. —indicó cerrando la mano, para luego levantarse de golpe, ya que andaba arrodillada frente a la cama.
— ¿Qué dices? No intentes engañarme y dame la mano. —ordenó extendiendo la propia para recibir la ajena. La muchacha negó mientras ocultaba su mano herida con la otra.
Elizabeth estrechó la mirada algo desconfiada, algo andaba muy mal y no se lo decía el simple sentido común, sino algo en el pecho.
—Pierda cuidado, señora, no ha sido nada, parece que solo ha sido un clavo. —la joven rió intranquila, apretando un poco la mandíbula y forzando una sonrisa que no daba sosiego.
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Drugs and love© [Corrigiendo]
Romance[Drugs and love] Dime..., ¿vivirías un infierno solo por amor? Bill Foster, bautizado bajo el mote de Satán, es el chico más popular en el instituto y con la peor reputación: es problemático, volátil, grosero, agresivo, disfruta de infligir dolor y...