Capítulo 36

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Los días eran efímeros, las noches transcurrían y la oscuridad al lado del manto de estrellas se esfumaba sin alarde; porque las mañanas comenzaban con vitalidad para apagar los rayos del sol por la tarde, quien se despedía de la cálida luz para l...

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Los días eran efímeros, las noches transcurrían y la oscuridad al lado del manto de estrellas se esfumaba sin alarde; porque las mañanas comenzaban con vitalidad para apagar los rayos del sol por la tarde, quien se despedía de la cálida luz para luego volver a las frías tinieblas de la noche. El libertino se percataba de todo ello, de los cambios, de las cortas horas y los días, los contaba y con ello pensaba miles de cosas que antes le parecían irrelevantes; desde que había comenzado su terrible embrollo con el amor todo era digno de aprecio.

Bill no hacía más que pensar en cosas de nimia importancia, no pensaba ya en sus intereses de suma importancia: como su entorno familiar, sus secretos de hermandad ante los colegiales (quienes ya sabían sobre los lazos sanguíneos de Bill y Jane) y demás prioridades, ahora se concentraba más en Rex, porque la verdad era así, sus problemas estaban quedando poco a poco en un segundo plano muy lejano a su bella realidad. Amaba a su ángel y lo quería sólo para sí mismo, como el ambicioso chico que era.

Y allí estaba: sobre una pequeña cama con una sábana sobre la mitad de su cuerpo, cumpliendo ocho días después de haberle designado por fin una etiqueta a su caótica relación. Miró el reloj sobre el buró, aquel indicaba que eran las cuatro con quince minutos de la madrugada, la cabeza del joven libertino pedía levantarse y comenzar un hermoso domingo saliendo a correr por el extenso jardín de su frígido hogar, sin embargo, alguien detuvo sus planes, y ese alguien era un pequeño niño acurrucado entre sus brazos, en ese instante Bill cayó en cuenta que no estaba en su fría mansión, sino que estaba en la casa de su pequeño.

Pero ¿Cómo podía ser eso? ¿Cómo había logrado pasar la semana más candente de su existencia con el amor de su vida en una casa donde vivían un par de fanáticos religiosos? La respuesta era simple, los padres de Rex estaban tan metidos en sus asuntos, Annette en su retiro y Dexter en un viaje de negocios, Melanie por su parte andaba divagando por las calles, pues últimamente ya no llegaba a dormir a casa, ante la soledad Rex quería que Bill estuviese con él toda la semana. Y obviamente el libertino no se negó.

Y era así, había transcurrido la mejor semana para ambos enamorados, pasando todos los días juntos, ocultando su amor de los inoportunos testigos oculares y desagradables cotilleos de los vecinos, teniendo su amor resguardado en la calidez del hogar del ángel. Era lamentable que no pudiesen gritar sin pudor lo que era ya, una pareja más, sin diferencia a las demás.

El libertino se levantó de la pequeña cama que compartía con Rex, se sentó en la orilla y alzó su mirada, sus ojos se concentraron en el exterior, o bueno, lo poco que se podía ver por una pequeña brecha entre las dos cortinas que cubrían el cristal de la ventana. Estaba algo oscuro, aun así Bill se puso de pie y buscó sus prendas, las cuales estaban esparcidas en el suelo, mostrando que aquella habitación había presenciado la intimidad de los adolescentes. Bill soltó un bostezo mañanero y se estiró un poco, tenía suerte de conservar su ropa interior, así le fue más fácil ponerse la ropa para salir de la habitación

Drugs and love© [Corrigiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora