Capítulo 29

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El reloj indicaba las tres de la madrugada, más el cerebro de Bill no sabía orientarse ante la noción, para éste daba igual

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El reloj indicaba las tres de la madrugada, más el cerebro de Bill no sabía orientarse ante la noción, para éste daba igual. En estos momentos su desastrosa existencia había cambiado a un declive depresivo; no quería comer, dormir o siquiera pensar, su mente parecía ser invadida por una especie de niebla contundente.

En estos instantes se hallaba recostado sobre la enorme cama, aquella era cubierta por las acogedoras sábanas rojizas, éstas rozaban con su piel, dándole ligeros toques eléctricos a su atrofiado cerebro, pidiéndole a gritos despedirse de la zona de blanca estática, y volver así a sumirse en el anhelado sueño rosa, se quedó quieto ante el desagradable sentimiento que le provocaba, miró entonces a la nada, buscándole un sentido a la existencia del ser humano promedio, aunque sabía que no era parte del promedio. No, él no era para nada normal.

Sus ojos azulados perdieron por completo el brillo que poseían, el poco que quedaba fue abruptamente apagado al encontrar un punto fijo en el campo de visión que la basta habitación le ofrecía a sus ojos. El armario. Aquel lugar no guardaba gran cosa, algunos abrigos, camperas, tal vez en la parte baja de éste estarían sus botas o simplemente uno que otro casco perteneciente a su abandonado deleite por andar en las carreteras montado en su motocicleta. Su mente se deshizo de la tortuosa estática que deambulaba por toda su cabeza.

Dejó eso de lado, y comenzó a pensar en algo que pudiese darle la ya extinta diversión a sus noches, una pequeña chispa le dio la luz verde a una idea que tenía posibilidades de devolverle la alegría a su ser, aunque eso implicará inyectarse por sus venas euforia, sólo para así poseer la plástica sonrisa venida de los destructores estupefacientes.

El alcohol, la heroína, anfetaminas, y hasta la dietilamida de ácido lisérgico (LSD) harían que su sistema cobrase vida de nuevo, o hasta unos cigarrillos de cannabis podrían ayudarle, eso no le venía en mal, adoptar los viejos vicios, los cuales había dejado un poco atrás por la belleza cautivadora de Rex.

Se levantó de la cama y caminó hasta el pasillo, la envolvente oscuridad cubría sus ojos con un abrumador manto negro que iba acompañado del frío, caminó con la ceguera puesta sobre sí hasta la habitación que parecía un mini-bar, aquella era en la que su abuelo se mantenía la mayor parte del tiempo, cuando andaba en casa. A estas alturas sabía un par de cosa; 1) no había nadie (además de Jane y la servidumbre) que pudiese detener sus destructivos deseos, y 2) la vida era un total fiasco, del cual ya había obtenido suficiente.

No quería sufrir, sólo provocar el hermoso sentimiento de la amargura y la agonía, sí, él era malo, pero ¿Cómo discernir entre el bien y el mal si jamás te enseñaron la diferencia? Ni él, habiendo estudiado libros sobre el comportamiento de las personas podía explicarse ese complejo criterio, por eso su mente le jugaba malas pasadas; llamando así a lo bueno malo y viceversa.

<<Que bella mañana, ¿no sería guay pegarse un tiro como Kurt?>>. Pensó al ver frente a él la puerta de los placeres alucinantes, giró la perilla con delicadeza, sin demostrar sus ansiosos deseos, abrió la puerta y les dio paso a sus demonios amantes del alcohol. Ingresó con ese antiestético rostro, que parecía lucir sin vergüenza las marcas de las duras noches en las había pasado sin dormir, caminó con lentitud por ahí, buscando una botella de vodka. Quería, bueno, necesitaba con urgencia embriagarse, tanto que llegase el punto en el que ni él mismo recordase su propio nombre, borrando consigo el de Rex también.
Cogió ambas botellas que reposaban en la enorme repisa que tenía al frente sin una pizca de arrepentimiento.

Drugs and love© [Corrigiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora