7º Un giro del destino
Tras haber pasado unas semanas en la capital irlandesa, emprendieron de nuevo el viaje, dirigiéndose a las costas portuguesas, visitando ciudades como Lisboa y Oporto, viendo museos y paisajes hermosos. Después se dirigieron hacia España, pues Georgiana quería ver las obras de un célebre pintor del lugar del que había leído mucho.
Francisco de Goya era uno de los pintores más reconocidos de la corte española, y sus obras mostraban una belleza que tenían a la joven prendada, así que, queriendo complacerla, se dirigieron a la capital, Madrid.
Darcy no quería permanecer mucho tiempo ni en España ni en Francia, aunque parecía que el ambiente estaba más calmado, sabía que era cuestión de tiempo que los países aliados, entre los que se encontraba Inglaterra, se enfrentaran al tirano Napoleón, y lo último que quería era estar en aquellas tierras si eso ocurría.
Una vez Georgiana satisfizo su sed de conocimientos sobre el pintor en cuestión, se dirigieron a las costas levantinas, para disfrutar unos días de las soleadas playas paseando por la orilla, y sintiendo la calidez del sol, tan poco usual en Pemberley.
Con intención de dirigirse a Italia, finalmente Fitzwilliam decidió pasar por Francia, aunque tenía previsto estar una semana a lo sumo. Primero fueron a la capital, pues París era una parada obligatoria. Fueron a visitar la catedral de Notre Damme, quedando maravillados por aquella magistral construcción, tan hermosa e imponente, con el majestuoso sonido de sus campanas al tocar, y por los cantos gregorianos de los monjes al entonar las vísperas de la mañana; también visitaron los campos elíseos, los jardines de Versalles y disfrutaron de los teatros del lugar.
Pero tras pasar allí tres días, Darcy decidió que debían viajar hacia Provenza, donde deberían coger un barco que los llevaría a Italia. Aunque en las zonas donde había más vida social no se notaba, al pasar por las afueras de la gran ciudad, se podían divisar grupos de soldados patrullando, y eso no presagiaba nada bueno, empezaba a temer que algo grave los pillara de improviso allí.
Una vez en Provenza, se instalaron en una casita de campo muy cercana al puerto. Mientras el caballero iba a comprar los pasajes para partir un par de días después, las dos damas decidieron salir a pasear los alrededores del terreno que habían alquilado.
Aquel lugar era ideal para descansar y disfrutar de paz y tranquilidad. Georgiana, aunque disfrutaba de la vida en la gran ciudad, su hogar siempre había estado en el campo y no podía evitar que aquellos lugares le dieran paz. Por su parte Elizabeth adoraba la vida en el campo, ahí podía caminar cuanto quisiera, podía leer sin ser molestada por los sonidos de la ciudad, y sobretodo, podía ser ella misma sin tener que prestar atención al protocolo de la alta sociedad.
Estaban disfrutando tanto de su paseo que no notaron que el tiempo pasaba hasta que notaron como el sol era más fuerte y sofocante, avisando de que ya era mediodía. Temiendo que alguien se hubiera preocupado por ellas, se apresuraron en dar media vuelta y volver hacia la gran casa.
Próximas a llegar, se encontraron con algunos de los sirvientes, que al verlas dieron un suspiro de alivio. Rápidamente las rodearon y acompañaron hasta la casa, donde un furibundo Fitzwilliam las estaba esperando.
-¿Se puede saber donde estabais?- Preguntó muy alterado.
-Estuvimos paseando y no nos dimos cuenta de lo tarde que era- Explicó Georgiana con inocencia.
-Sabes cuanto me gusta caminar, y el clima aquí es tan suave que nos distrajo por completo- Añadió Lizzy- No te enfades, por favor, no ha sido más que un despiste.
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Por ti vale la pena
RomanceTeniendo antecedentes familiares que lo respaldan, Elizabeth teme no poder darle un heredero a su esposo, y eso le provoca un gran tormento. Darcy tendrá que luchar para que su esposa vuelva a sonreír, aunque esa tarea sea terriblemente difícil.