Capítulo Sexto: Menos mal...

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El sol se alzaba tras las montañas, anunciando la llegada del nuevo día. Los dos viajeros seguían durmiendo plácidamente, uno pegado al otro. Akamista abrió sus ojos con lo primeros rayos de sol que iluminaron su bello rostro, y se sorprendió tanto de despertar abrazada de Reyendar, hasta el punto que gritó de vergüenza.

-Mmmmm,-dijo Reyendar entre sueños-dos días más.

-¡Reyendar,-gritó Akamista-ya suéltame!

-Zzzzzzzzzzzzzzzzz.-Reyendar finjía roncar para seguir durmiento, mientras movía su mano a una zona  "sensible" del cuerpo de Akamista-Eeeeh, está blandito.-dijo Reyendar mientras tocaba aquella zona sesible.

-¡AAAAAAAAAAAAAAAAAHHH! ¡YA, SUÉLTAME!

Y apenas dicho esto, Akamista empujó con todas sus fuerzas el pesado cuerpo de Reyendar y le propinó una bofetada con todas sus fuerzas.

-¡Ay yai yai yai yai yai!-gritó de dolor Reyendar, después de recibir tal bofetada de Akamista-¡¡¿Por qué hicite eso?!!

-¡¿Qué por qué?! ¡Yo te diré por qué! ¡¡Por pervertido!!

-¡Por pervertido! ¡¿Pero qué he hecho yo?!

-¡Y todavía tienes el descaro de preguntarme! ¡Pues tú me tocaste los senos!

-¡Eh! ¡Eeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeehhhhh! ¿Eso era?

-¡Oye! ¡Cómo que "eso era"!

Reyendar vi sus manos por unos interminables segundos, y luego se las limpió frotándoselas en su sucia ropa.

-¡O-Oye! ¡Por qué te limpias!-le increpó Akamista.

-Estaba sucias.-respondió Reyendar.

-Mmmmmm, pervertido.

-Di lo que quieras niña.

-¡¡¡Que no soy una niña!!!

-Como sea, vámonos.-dijo Reyendar mientras terminaba de apagar la fogata y volvía al camino.

-¡Espérame!-dijo Akamista mientras iba tras de Reyendar.

Caminaron largo trecho por el amplio camino, aunque hicieron pequeñas paradas, gracias a la falta de agua. Pese a ello, seguían adelante. Caminaron tanto que sus pies parecían que no existieran, hasta que se toparon con una pequeña aldea.

-Viajeros,-dijo la voz de un anciano-¿de dónde vienen?

-De la frontera.-respondió Reyendar, con su capucha puesta.

-Deben de estar cansados por el viaje, permítanme darles alimento y posada para esta noche.

-No gracias, solo estamos de paso. Además no queremos causar molestias.

-Usted y su hijita no serás una molestia.

-¿Hijita?-murmuró Akamista molesta.

-No será necesario, nosotros...-decía Reyendar, pero sus palabras fueron interrumpidas por una escena indignate.

La escena tenía como protagonistas a una mujer y unos cinco niños, los cuales parecían sus hijos. Y como antagonistas a unos tres homres musculosos, cada uno con un cuchillo.

-¡Ya les dije que les pagaré el mes entrante el doble de lo que les debo!-gritó la mujer.

-¡Esta vez no será así mujer!-dijo uno de los hombres-¡El jefe quiere su dinero ahora!

-¿Hay algún problema?-preguntó Reyendar mientras se acercaba hacia la mujer.

-Forastero,-dijo otro de los hombres-este no es tu asunto. Lárgate o te mataremos.

-Son unos cobardes,-continuó Reyendar-se aprovechan de una madre soltera. Debería darles vergüenza.

-¡Cállate!-dijo el mismo hombre, mientras se abalanzaba contra Reyendar.

Reyendar desenvolvió su lanza y se la clavó al hombre en el corazón, tras esto, sus otros compañeros intentaron atacarlo también, pero fueron repelidos por un sólido corte en la yugular que acabó con sus vidas.

-Los mató,-dijo la mujer horrorizada-¡qué ha hecho!

Reyendar no dijo ni una sola palabra, en cambio, se dejó caer estrepitosamente al suelo, mientras la herida de hace días volvía a sangrar. Los pobladores lo llevaron con el sanador, este le aplicó un medicamento especial que cerró la herida en un plazo bastante corto. Luego de ser vendado lo colocaron en la cama de uno de los pobladores, para que pueda recuperarse por completo. En el lecho de aquella cama yacía Akamista, rogando a los Dioses que no se llevasen la vida de Reyendar. 

Pasron varios días, en los cuales Reyendar no abría los ojos. Akamista estaba desconsolada al lado de la cama de su acompañante, porque pese a que apenas lo había conocido, ya lo consideraba un compañero, un amigo, y la última familia que le quedaba.

-Aaaaaaaaaaaaaahh,-dijo en casi un susurro Reyebar-mi cabeza.

-¡¡¡Menos mal...!!! ¡Despertaste!-gritó Akamista muy feliz mientras se abalanzaba sobre Reyendar-¡Qué alegría!

-¿Dónde estamos?

-En el pueblo al que llegamos, tu herida seguía sangrando y te desmayaste. Luego te curaron y dormiste por cuatro días.

-¡Cuatro días! Eso es malo. Recoge nuestras cosas, nos vamos enseguida.

-No hay necesidad de ello, señor asesino.-dijo el mismo anciano en la puerta de la habitación.

-Ya saben quién soy yo,-dijo Reyendar-me iré enseguida.

-Conocemos sus crímenes, señor Reyendar. Pero no hemos informado al gobierno.

-¿Por qué?

-Cuando mató a esos hombres, el pueblo entero quiso cortarle la cabeza, pero no teníamos motivo para ello. Así que decidimos dejar que se quede y se recupere.

-¿Pero?

-Pero tememos que el jefe de esos hombres vuelva, y con más lacayos.

-Y quieren que yo me encargue.

-En efecto, si accede no le diremos a nadie que estuvo aquí. Entonces, ¿es un trato?

-Trato hecho.

Y ambos estrecharon sus manos en signo de paz y alianza.

Reyendar, de asesino a héroeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora