Capítulo Tercero: Un encuentro inesperado

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Era un hermoso día en el Bosque Vormar, a las afueras del la ciudad fronteriza de Dedendar. Por ese bosque había un camino ancho, y por ese camino pasaba una carreta de dos caballos, conducida por un hombre que tenía la apariencia de un comerciante.

-¡Ya llegamos!-dijo la voz de una chica desde dentro de la carreta.

-Aún falta mucho,-le respondió el conductor-ten paciencia Akamista.

-¡Lo sé, papá! ¡¡Pero cuidado, que hay alguien al frente!!

-Es cierto, gracias.

Más adelante, caminaba un hombre encapuchado con un bastón.

-Disculpe,-dijo el padre de Akamista mientras alcazaba al encapuchado-¿se dirige a algún lado?

-Sí.-dijo el viajero mientras se volteaba a mirar a la carreta, solo se le veía su boca-A Dedendar, tengo asuntos que resolver allí.

-Pues que coincidencia, yo también voy para allá. ¿Te llevo?

-No gracias, estoy bien.

-Insisto, debes estar cansado. Tenemos agua y algo de comida.

-Bueno... Está bien, aunque no me gusta ser una carga...

-No, no ,no. Es todo un gusto ayudarte.-dijo el padre de Akamista mientras el encapuchado subía a la parte trasera de la carreta.

-Hola.-dijo tímidamente Akamista cuando se puso en marcha la carreta-Soy Akamitsa.

-Hola.-respondió el encapuchado-Soy Ekner.

-Ten,-dijo Akamista mientras le daba una cantimplora llena de agua-sé que no es mucho, pero  bebe.

-Gracias.-dijo el encapuchado mientras bebía un pequeño sorbo y le devolvía la cantimplora a Akamista.

-¿No deseas más?

-NO.

-Entonces come,-dijo Akamista mientras le daba un trozo de pan-es todo lo que puedo darte.

-Gracias.-dijo el encapuchado mientras recibía el trozo de pan y lo dividía a la mitad.

El encapuchado le dio la mitad más grande a Akamista, y esta se lo agradeció mientras se sonrojaba. El resto del camino, los tres se la pasaron hablando sobre sus viajes y sus vidas, parecía que se habían vuelto buenos amigos. La noce llegaba, llevándose consigo los últimos rayos de sol del bosque.

-¡Oh!-dijo el padre de Akamista-Ya se puede ver la ciudad.

Akamista asomó su cabeza por el costado derecho de su padre y se sorprendió al ver las puertas de la ciudad, sin embargo, el encapuchado se quedó sentado. Entrearon a la ciudad sin problema alguno y llegaron a una posada.

-Bueno,-dijo el encapuchado-aquí nuestro caminos se separan.

-No digas eso,-chilló Akamista-siquiera quédate a comer con nosotros.

-Ya he abusado demasiado de su generosidad.

-Mi hija tiene razón,-intervino el padre de Akamista-por favor, ven a comer con nosotros.

-No gracias...-el encapuchado no completó su frase, porque cayó al piso, su sangre se escapaba por su abdomen.

El padre de Akamista lo evantó y se lo llevó a una de las habitaciones de la posada, luego se fue y al regresar trajo consigo a un sanador. Después de que el sanador revisara y curara la herida del encapuchado se llevó a un lado al padre de Akamista y le dijo:

-Ese hombre tenía una herida profunda en el costado izquierdo, posiblemente ocasionada por una espada o lanza, tal vez fue asaltodo por bandidos. Pero regresando al punto, es un milagro que ese hombre siga con vida. Por la cicatrización del corte diría que fue provocado al alba, por lo tanto ese hombre debió morir alrededor del medio día.

Reyendar, de asesino a héroeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora