Aquel enorme Castillo que por donde quiera que pasaras las flores nacerían y se marchitarian.
El castillo donde las manos arrugadas y viejas del mayor guiaban las mías en el gran piano de madera.
Aquellas cosas de la vida que podían reflejarse en teclas blancas y negras y formar una melodía hermosa.
Aquella pasión con la que el abuelo tocaba hacia mi corazón sentirse pequeño al de el.
Poder sentir sus manos sobre las mías.
Escuchar su voz limpiar mis lágrimas.
La melodía pasaba por mis oídos mientras una bolsa de tela con 10 zanahorias estaban a mi lado.
Quería besarle y decirle al abuelo lo mucho que le quería.
Más sin embargo al subir la mirada no ví su rostro.
Mi vista borrosa borraba su rostro y con ello los recuerdos que teníamos juntos.
Sus manos viejas tocaron agresivamente el piano y mi corazón comenzó a doler.
Las flores marchitas caían del cielo y con ellas mi lágrimas producto del pánico.
El castillo se derrumba.
A mis zanahorias les salieron gusanos y todo empezó a llorar en fuego.
El abuelo seguía tocando mientras su cuerpo ardía en fuego.
Corrí, corrí lejos donde los restos del castillo no cayeran en mi cuerpo.
Me hundí en tierra como si fuese agua.
Abrace mi cuerpo y mis manos ardían, en ese piano se habían quemado los recuerdos de mi inocencia.
Y con ello, olvide el rostro del mayor, olvide como tocar piano y olvide mi nombre.
Olvidé quién era.